Los tiempos del latín en La Alcarria
Las ruinas de una gran ciudad romana afloran junto al embalse de Buendía, en el solitario noroeste de Cuenca
"Cuando la situación es adversa y la esperanza poca, las determinaciones drásticas son las más seguras". Esto lo dijo el historiador Tito Livio, el mismo que describió la Ercávica celtíbera como una "potens et nobilis civitas", una ciudad poderosa y conocida, que, al verse asediada por Tiberio Sempronio Graco (179 antes de Cristo), tomó la decisión más drástica y segura: rendirse sin rechistar. Bueno: la verdad es que resistió cinco días, pero en el siglo de Viriato y de Numancia era lo menos que podía hacerse para salvar la honrilla.
Los romanos, más contentos que unos crótalos, les devolvieron el favor a los indígenas levantando una nueva Ercávica, con altas murallas, calles empedradas, termas, basílica, curia y todas esas cosas que distinguían una fina urbs de un bárbaro aduar. El proceso de urbanización se completa en el siglo I; para entonces, los ercavicenses son ya ciudadanos romanos de pleno derecho, que viven rodeados de bellezas -como el busto marmóreo de Lucio César, el nietecito de Augusto, que hoy puede admirarse en el Museo de Cuenca- y con la bolsa repleta de ases acuñados en la ceca local.
No se ve una línea de alta tensión, ni una alambrada, sólo campos de cereales y girasoles
El tiempo, ese invasor que a nadie respeta, hizo que la ciudad declinara a la par que el Imperio Romano durante los siglos IV y V, hasta quedar prácticamente despoblada. En el siglo VI, Arcávica es un eremitorio rupestre visigodo. Y luego, nada: un cerro lleno de escombros a orillas del bajo Guadiela. Ya sólo faltaba, para que el abandono fuese perfecto, que otra invasión, la de las aguas del embalse de Buendía (1955), acabara de consagrar esta esquina noroccidental de Cuenca como el rincón más apartado y solitario de la España central, al interponer una barrera casi infranqueable con la vecina provincia de Guadalajara y, en consecuencia, con Madrid.
El lado bueno de este aislamiento es que, en la orilla conquense del embalse, se ha conservado intacto el antiguo paisaje de la Alcarria, como en tiempos de los romanos. No se ve una línea de alta tensión, ni siquiera una alambrada, sólo campos inmensos de cereales y girasoles bordados de almendros y chozos pastoriles. Así es el paisaje que veremos avanzando en coche por el camino de tierra que, desde Cañaveruelas, conduce en cinco kilómetros hasta el cerro de Santaver, donde afloran las ruinas de Ercávica.
Dos zonas del yacimiento destacan, por su vistosidad, sobre el resto. Una es el área de domus o viviendas, donde brilla, con su patio de columnas, la Casa del Médico, así llamada por haberse exhumado en ella instrumentos quirúrgicos y un anillo con el símbolo de los discípulos de Esculapio. Y la otra, el foro o plaza mayor, que aparece rodeado por las típicas tabernae -tiendas-, basílica -juzgado- y curia -Ayuntamiento-, y apoyado en su flanco oriental sobre un criptopórtico monumental, desde el que se domina un hermoso panorama, asomado como está a cien metros de altura sobre las aguas color turquesa del represado Guadiela.
Mejores vistas aún gozaremos desde la cercana cima del cerro: la sierra de Altomira, la cabecera del embalse y, en la margen contraria de éste, las ruinas de los Baños de la Isabela. Medio centenar de edificios formaban este real sitio que fue levantado entre 1817 y 1826 por orden de Fernando VII para dar gusto a su mujer, Isabel de Braganza, que era una forofa de las aguas. Unas aguas que -al césar, lo que es del césar- se tragaron el invento en 1955.
A la salida del yacimiento, justo por debajo del aparcamiento, una última sorpresa: una covacha esférica y una docena de tumbas excavadas en la roca arenisca del borde del cerro. Da mucha pena imaginarse a aquellos ermitaños visigodos revolcándose como cavernícolas junto a los rescoldos de una esplendorosa civilización, que no supieron reavivar, ni con la ayuda de su Dios Todopoderoso. Para tristezas como ésta, también tenía su receta Tito Livio: "Olvidemos lo que ya sucedió, pues puede lamentarse, mas no rehacerse".
Carreteras panorámicas
- Cómo ir. Las ruinas de Ercávica se hallan en el municipio conquense de Cañaveruelas, a 155 kilómetros de Madrid. Se va por la A-3 hasta Tarancón, por la M-400 hasta Carrascosa del Campo y por la CM-310 hasta Huete, siguiendo luego las indicaciones viales hacia Moncalvillo de Huete, Villalba del Rey y Cañaveruelas.
- Visita. El yacimiento permanece abierto todos los días, de sol a sol. A la entrada, que es gratuita, se proporciona un folleto informativo.
- Alrededores. En Alcocer (a 32 km): iglesia de la Asunción, la catedral de La Alcarria. En Huete (a 34 km): ciudad monumental, rebosante de casas-palacio e iglesias. En Córcoles (a 38 km): ruinas del monasterio cisterciense de Monsalud. En Sacedón (a 48 km): mirador del Sagrado Corazón, ermita del Socorro y carretera panorámica a Alocén.
- Comer. Castilla (Villalba del Rey; teléfono 969 37 04 35): fritura de verduras de la huerta y chuletitas de cabrito de La Alcarria; 25 euros. El Duque (Huete; teléfono 969 37 12 97): gazpacho de pastor, queso frito y cordero de fiesta; 15-20 euros. Casa Goyo (Alcocer; teléfono 949 35 50 03): migas, morteruelo y perdices en escabeche; 25 euros. La Posada de Francisco Pérez (Sacedón; teléfono 949 35 02 19): huevos rotos, cordero asado y bizcocho borracho; 30 euros.
- Dormir. Palacio Conde de Garcinarro (Huete; teléfono 969 37 21 50): casa-palacio en la que pernoctó Felipe III, con soberbio patio, selvático jardincillo y 14 habitaciones enormes; doble, 65 euros. Isla Alcarria (Pareja; teléfono 949 82 70 04): antigua casa de campo de los Gotor, en una península del embalse de Entrepeñas, con restaurante de cocina creativa, piscina y embarcadero; 85 euros. Otros alojamientos, en la web www.turismoalcarriaconquense.org.
- Más información. Ayuntamiento de Cañaveruelas (plaza del Ejército del Aire, s/n; teléfono 969 37 01 69). Y en www.rioguadiela.org.
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