Un hueso para Nadal
Blake trata de emerger tras una rotura de vértebras y una parálisis facial
Consciente de lo que le espera, James Blake, de 25 años, no se anduvo por las ramas. "Tendré que pedirle a Jim Curley [uno de los responsables del torneo] que me consiga mejores sorteos", dijo, sonriente, tras eliminar al ruso Igor Andreev. Por tercera vez consecutiva, 2004 aparte porque no lo disputó, alcanza la tercera ronda del Open de tenis de Estados Unidos y por tercera vez su rival será uno de los mejores. En 2002 fue eliminado por el australiano Lleyton Hewitt, que acababa de ganar en Wimbledon. En 2003 sucumbió ante el suizo Roger Federer, que caminaba hacia el liderato tras haber conquistado también la hierba londinense. Y en 2005 le aguarda, hoy, Rafael Nadal, que, a sus 19 años, ha revolucionado el paisaje tras vencer en Roland Garros y ser ya el número dos.
Nacido en Yonkers (Nueva York) y entrenado en Harlem, Blake llegó al circuito después de que su hermano mayor, Thomas, hubiera paseado sus rastas por él, aunque sin llegar jamás a su nivel. Blake enseguida fue considerado una promesa en un país necesitado de figuras. Pero no logró resultados espectaculares y la vida le reservó un cúmulo de fatalidades que habrían acabado con cualquiera. Sin embargo, supo convivir con ellas y, al final, le hicieron más fuerte. Y es que, a los 13 años, ya se le descubrió una acentuada desviación de la columna vertebral que le obligó a colocarse un aparato corrector 18 horas al día.
Enfocada su carrera, Blake, a los 18 años, ingresó, becado, en la universidad de Harvard. Estuvo en ella dos cursos y se convirtió en el número uno universitario de Estados Unidos en 1999, justamente cuando decidió convertirse en profesional. Su progresión fue entonces importante. En 2002 era ya el 28º del mundo. Pero se encalló cuando parecía preparado para el gran salto. En mayo de 2004 se rompió una vértebra cervical en un entrenamiento en Roma al chocar contra un poste de la red al intentar devolver la pelota. Aquello fue una cruz porque le mantuvo tres meses parado. Paradójicamente, él lo consideró una bendición: "Me permitió estar al lado de mi padre [Tom, fallecido de cáncer] en sus últimos días".
Lo malo es que su calvario no había concluido. Regresó en el torneo de Newport, en julio. Pero una semana después se vio afectado por un herpes que le dejó la cara paralizada y sin visión momentánea en el ojo izquierdo. Con todo, aún pudo afrontar dos competiciones antes de concluir el año e invertir los últimos meses en recuperarse definitivamente de sus problemas. No regresó hasta enero pasado. Entonces figuraba ya en el puesto 210º. Hasta Scottsdale, en febrero, no comenzó a ver la luz. Allí llegó a los cuartos de final. Y a principios de agosto alcanzó la final de Washington y la perdió ante su compatriota Andy Roddick.
Tuvo que entrar en el Open estadounidense como invitado (wild card), aunque el próximo lunes aparecerá ya entre los 35 mejores. Ha vuelto a su mejor nivel y su juego se ha serenado: ya no busca el golpe ganador en cada pegada, sino la estrategia. Pero Nadal parece excesivo para él. "Es el número dos. Así que sólo podré ganarle si juego como un número uno, lo cual no es nada fácil. Pero estamos en Nueva York y el público estará conmigo", advirtió.
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