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Crónica:Vuelta 2005
Crónica
Texto informativo con interpretación

El camino de Menchov

El ruso se impone por un segundo en un prólogo en el que Heras y Mancebo mostraron su fortaleza

Carlos Arribas

Pedro Horrillo acaba de publicar un libro en holandés -traducción de sus columnas publicadas en los últimos años en EL PAÍS-, y como comparte habitación con Denis Menchov, pensaba pasarse media Vuelta al menos obligando a su compañero a que penetrara en la selva inextricable del neerlandés, o de su traducción aproximada más bien, para que se enterara de lo que valía un peine.

"Pero con los rusos nunca sabes", decía Horrillo, ligeramente confundido. "No sabes si está feliz o triste, animado o pesimista, no sé si veía bien mi idea de dedicar parte de su tiempo libre al estudio y el disfrute de mis figuras literarias o si le parecía excesiva mi intención. Ya sabes, con los rusos...".

Era la primera crono que ganaba en su vida, él, que siempre ha pasado por un maestro del tema
Beloki se cayó de nuevo, demostrando que es el 'desgraciado oficial', y a Pereiro le entró la pájara
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Bien, en efecto, Horrillo tiene razón, pero no del todo. Menchov es ruso y bien ruso, pero su forma de ser ciclista, su carácter como corredor, responde más a la escuela pamplonesa que a la soviética. Menchov es de pocas palabras y de escasa demostración de sentimientos porque, entre otras cosas, es de la escuela de Indurain.

"A ver, a ver", dice Menchov, de 27 años, cuando aparca la bici junto al autobús hora y media antes del prólogo. "Ya veremos, ya veremos", añade cuando se le pregunta cómo lo ve. Como puede comprobarse, vocabulario más indurainiano, imposible. Y en el autobús, silencioso, se encerró Menchov un buen rato.

En el autobús, se enteró, o no, pues con los rusos nunca se sabe, de que el prólogo granadino -la estrecha, empinada, subida a la Alhambra, el descansillo para tomar impulso, la segunda parte de la ascensión, que es la más emocionante- iba a ser una cuestión más importante que un mero asunto protocolario para ver quién es el primer líder, una temática de especialistas, de que los apenas 2,3 kilómetros de subida al prodigio nazarí deberían convertirse en el primer duelo interesante, la primera puesta en escena de los que aspiran a ser protagonistas. La noticia le venía de perlas. Después de un Tour desastroso, triste, de una última semana en la que se vio sumido en la duda, la depresión, Menchov necesitaba hincarle el diente a algo sustancioso para comprobar si la curación mental -terapia: una semana, la primera de agosto, en Rusia con su familia- y física -terapia: tres semanas en Pamplona con su grupo navarro, con Txente, Latasa, Jon Bru, Zandio, Arrieta- había sido total. Menchov había sentido una primera sensación de alivio hace una semana, en el Jaizkibel tremendo que se montó en la Clásica de San Sebastián. Precisaba de una rápida confirmación. Y para satisfacción propia, y orgullo de toda la gente del histórico Banesto en el que fue subiendo lentamente todos los peldaños, madurando, la obtuvo.

La obtuvo Menchov al mismo tiempo en que Joseba Beloki, que comienza su tercera gran ronda del año, volvió a obtener el certificado de desgraciado oficial del ciclismo. Se cayó Beloki en la segunda curva, patinó su rueda trasera, se dio tremendo porrazo, rompió la bicicleta. Al tiempo, Floyd Landis, aquel norteamericano rubio que cuando estaba en el equipo de Armstrong lideró la Vuelta durante unos cuantos días, demostraba que eran excesivas las esperanzas que se habían depositado en su proceder, y Óscar Pereiro, su tremendo compañero de equipo, protagonista de un espectacular Tour, se atracaba de plato -se atrevió a subir la primera parte del repecho con un 55/19, un desarrollo exagerado- y pagaba con una pájara a mitad de recorrido, allí donde lloró Boabdil, su osadía. Tampoco estuvo a la altura de lo que sus profetas anunciaban Aitor González, el especialista del Euskaltel que tanto había asustado por su poderío a sus compañeros de equipo durante una breve concentración en Aitana. La obtuvo Menchov, la victoria, por un segundo. La obtuvo sobre el veterano especialista belga Rik Verbrugghe, aquel que ya ganó el prólogo del Giro en 2001. La obtuvo minutos antes de que llegaran a la meta Paquito Mancebo -inteligente, sobrio, prudente- y Roberto Heras -exuberante por fin, por primera vez en todo el año-, quienes sí que estuvieron a la altura de las expectativas de los apostantes.

Ganó Menchov y dijo, con su cara seria, que estaba feliz porque era la primera contrarreloj que ganaba en su vida, él, que siempre ha pasado por maestro del tema. Y como premio a su victoria le entregaron un libro, El camino, de Delibes, que no es un segundo libro de ruta, que éste se lo sabe Menchov de memoria y sabe que en la segunda semana podrá decir si gana la Vuelta, sino una novela sobre la pérdida de la inocencia infantil. Un volumen que, también, le permitió llegar a la habitación compartida con Horrillo y anunciarle: No voy a leerte en holandés, compañero, que tengo un Delibes.

Indurain, Miguel, estaba por allí, por la meta. No se acercó a felicitar a su casi compatriota, pero en su mejor estilo, con pocas palabras, lo dijo todo. "Menchov tiene clase", dijo. Ni un ruso se expresaría mejor.

El ganador de la contrarreloj, Denis Menchov.
El ganador de la contrarreloj, Denis Menchov.EFE
Roberto Heras, el último ganador de la Vuelta.
Roberto Heras, el último ganador de la Vuelta.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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