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Cuestión de cálculo | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Deseos

Me dijo ayer un amigo, mientras nos comíamos una ensalada buenísima en un restaurante malísimo, que para ser felices hemos de procurar que las cosas que deseamos tengan bastantes posibilidades de ser realizadas. El consejo me pareció de una obviedad tan extrema que me provocó una ligera carcajada. Si sólo deseáramos lo que podemos conseguir, seríamos bastante más felices, ciertamente, pero hay un pequeño problema, un asunto que tal vez a mi amigo le pueda parecer de una importancia minúscula: dejar de desear cosas imposibles es, a su vez, imposible.

Le expuse mi punto de vista y él, lleno de confianza en sí mismo, me aseguró que yo estaba profundamente equivocado. Lo único que tenemos que hacer, me dijo, es disminuir el número de nuestros deseos. Simplemente hemos de desear menos cosas.

¿Cómo se cuentan los deseos? ¿A partir de qué grado de intensidad una ligera apetencia se convierte en un deseo irrefrenable?

Cuando escuché la palabra "número" me puse bastante contento. Escribir cálculos cada día durante el mes de agosto le hace perder a uno ligeramente el juicio. Inmediatamente, con la estupenda ensalada aún sobre la mesa, quise calcular cuántos deseos tenía yo actualmente.

Pero ¿cómo se podía hacer eso? ¿Cómo se cuentan los deseos? ¿A partir de qué grado de intensidad una ligera apetencia se convierte en un deseo irrefrenable? Pensé que tal vez eso no era especialmente importante; un deseo es un deseo, tenga el volumen que tenga. Pedí un bolígrafo al camarero y, en la servilleta de papel, escribí, con buena letra: "MIS DESEOS ACTUALES". Bajo la mirada estupefacta de mi amigo, empecé a escribirlos. Gracias a este ejercicio descubrí, en un momento, que deseaba más cosas de las que había podido llegar a imaginar: "Deseo beber un poco de agua ahora mismo. Deseo que traigan ya el segundo plato. Deseo enviarle un mensaje a Ella. Deseo que se arreglen los problemas de mi amigo Eduardo. Deseo ir a hacer pipí. Deseo que el lavabo de este restaurante esté limpio. Deseo un cigarro. Deseo ser multimillonario. Deseo volar como Superman. Deseo ser inmortal. Deseo oír su voz".

Mi amigo empezaba a impacientarse. No le parecía un buen plan estar en un restaurante junto a un tipo que parecía perder la cabeza por segundos. Trajeron, por fin, el segundo plato. Taché el deseo que hacía referencia a este hecho y continué escribiendo: "Deseo que se enfríe un poco el plato que me acaban de traer. Deseo obtener el Premio Nobel de Física. Deseo trufas de postre. Deseo que mi amiga Mont se recupere pronto".

En un momento determinado dejé de escribir. Mi amigo, aliviado, me preguntó si ya había calculado el número de mis deseos. Le dije que sí, y que además la cifra obtenida era bastante precisa. "¿Cuántos deseos tienes?", me preguntó. Le di la vuelta a la servilleta y allí mismo lo escribí. Se lo enseñé y él, extrañadísimo, me preguntó: "¿Sólo tienes ocho deseos?".

Al parecer, la servilleta, a sus ojos, estaba inclinada 90 grados. La giré un poco y comprobó que aquello no era un 8, sino el símbolo tradicional para representar el infinito.

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