La población, el trabajo, los negocios
Las páginas web del Instituto Estatal de Estadística y de la Organización de Planificación Estatal de Turquía son, como cabría esperar, minas de información sobre la vigésima economía del mundo. Su renta per cápita anual de 4.173 dólares en 2004 lo convierte en un "país de ingresos medios", más rico por cabeza que Brasil o Tailandia, pero más pobre que México o Malaisia. Incluso desde el punto de vista del poder adquisitivo -es decir, teniendo en cuenta las variaciones en los precios de un país a otro-, los ingresos del ciudadano turco medio ascienden sólo al 29% de los percibidos por un ciudadano medio de uno de los 25 países de la UE. Para España, la cifra correspondiente es el 98%; para Portugal, el 73%, y para Polonia, el 47%.
Si tienes menos de 15 años y vives en una zona rural, la probabilidad de que seas pobre es del 46%
Los ricos siempre han construido escuelas y hospitales, o han hecho donaciones en dinero o en especies
Un tercio del empleo total corresponde al trabajo formal asalariado, el que paga Seguridad Social
Para los parámetros europeos, las diferencias de ingresos están también muy marcadas. Los ciudadanos de la provincia más rica -Kocaeli, al lado de Estambul y muy industrializada- pueden comprar 10 veces más que sus equivalentes en la más pobre, principalmente la provincia rural de Mus, en el extremo este. Dadas las grandes disparidades dentro de las propias provincias, el 10% de la población en la franja más rica disfruta de una renta anual que es unas 13 veces mayor que el 10% en la franja más pobre, y la renta media del 5% más rico es unas veinte veces la renta del 5% más pobre.
En 2003, según informa el instituto, unos 800.000 ciudadanos vivían por debajo del umbral del hambre, y el 28% en la pobreza, sin poder adquirir los alimentos y otros artículos necesarios para la supervivencia. La pobreza era más común en zonas rurales, donde la familia media está compuesta por más miembros (más de cinco personas por hogar, en comparación con los cuatro miembros de las familias que viven en las ciudades). Si tienes menos de 15 años y vives en una zona rural, la probabilidad de que seas pobre es del 46%. La pobreza está también muy relacionada con el tamaño de las familias -el 47% de los hogares de más de siete miembros son pobres- y con el nivel educativo: entre los analfabetos llega al 42%; entre los licenciados universitarios, al 2,7%.
La diferencia entre las provincias occidentales y los centros urbanos, por un lado, y las provincias orientales y las zonas rurales, por otro, reaparece en las estadísticas sanitarias. La tasa de mortalidad entre los menores de cinco años, aunque está bajando, sigue situada muy lejos de la media europea, en un 37 de cada 1.000, comparado con el 5 por 1.000 de Grecia y el 16 por 1.000 de Bulgaria. La proporción es el doble en las provincias orientales que en las occidentales, en parte porque el 40% de los nacimientos en el Este se producen sin asistencia médica. En 2000 había 32 médicos por cada 10.000 habitantes en Ankara, mientras que en Sirnak, en el sureste, había sólo 3.
Con menos acceso a oportunidades salariales o a servicios educativos y sanitarios, no sorprende que la gente se haya ido trasladando de las zonas rurales a las urbanas y de las provincias orientales a las grandes ciudades occidentales. Pero aquí también se reproducen la pobreza y la marginación, en nuevos suburbios que crecen sin control y en los que el desempleo, los trabajos por jornadas y el trabajo inestable están a la orden del día.
Hasta hace 20 años, la edad media de la población se situaba en torno a los 20 años; hoy, pasa de los 25. La población joven se está estabilizando tras los descensos de las tasas de natalidad y de fertilidad, atribuidos a la urbanización, la educación y el uso de anticonceptivos. Como contraste, el número de mayores de 60 años ha empezado a crecer rápidamente. Estas tendencias sugieren que la población se estabilizará en 30 o 40 años, sin llegar nunca a la frontera de los 100 millones de habitantes. Sin embargo, un millón largo de personas llega cada año a la edad de trabajar.
A pesar de los 50 años de migraciones internas, la agricultura sigue siendo la principal fuente de subsistencia del 30% de la población. El sector agrario supone el 34% del empleo en Turquía, en comparación con el 5% que supone en la UE. A lo largo de la última década, el crecimiento de la agricultura se ha colocado en una media anual en torno al 1%, y el sector supone nada más que el 12% del PIB.
Debido a las medidas de ajuste, el sistema de precios protegidos, que solía ser generalizado, se ha reducido desde 1999. Los gobiernos ya no pueden forzar una subida espectacular del precio del tabaco o de la avellana en año de elecciones. Permanecen algunos de los subsidios y respaldos, pero las cantidades son impredecibles, y los pagos no se hacen a tiempo. Las plantas cárnicas, las centrales lecheras y las fábricas de piensos propiedad del Estado fueron privatizadas hace años.
Solamente un tercio del empleo total corresponde al trabajo formal asalariado; es decir, aquel en el que se paga la seguridad social (el seguro de desempleo y la compensación por despido son mínimos). El Estado proporciona tres millones de empleos de este tipo -sobre todo en la Administración, la educación, la sanidad, la seguridad y las industrias públicas-; el sector privado proporciona más de cuatro millones. Otros cuatro millones trabajan en el "sector informal", sin seguro, como trabajadores por jornadas o como empleados sin salario en negocios familiares.
Los empresarios y los autónomos forman el 15% restante del empleo total. Entre los empresarios podemos encontrar desde magnates como los jefes de los conglomerados familiares Koc, Sabanci, Dogan o Eczacibasi, hasta los propietarios-encargados de multitud de diminutos negocios. Los autónomos pueden ser médicos y arquitectos, o niños limpiabotas, vendedores callejeros, o los hombres y mujeres gitanos (o supuestamente gitanos) que buscan material reciclable todas las noches entre las basuras de las casas. Entre estos extremos se encuentran miles de conductores de taxi y autobús, y tenderos de todo tipo.
Oficialmente, la tasa de paro superaba ligeramente el 10,3% en 2004 -o el 14,7% sin tener en cuenta al sector agrario-. Pero incluso estas cifras resultan halagüeñas, ya que la mano de obra total, incluyendo a los 2,5 millones de parados, representa sólo el 49% de la población en edad de trabajar. Por comparar, la UE está ahora intentando aumentar su tasa de empleo de alrededor de un 60% a un 70%. La principal desventaja de Turquía es que sólo el 23% de las mujeres forman parte de la fuerza laboral. Las mujeres del campo a menudo se incluyen en la fuerza laboral como trabajadores sin salario en explotaciones familiares. Pero en cuanto emigran a la ciudad, lo típico es que se conviertan en amas de casa (incluso cuando trabajan informalmente como asistentas de hogar o limpiadoras) y, por tanto, dejan de ser consideradas parte de la fuerza laboral.
En principio, no hay ningún puesto que una mujer no pueda alcanzar. Entre 1993 y 1995, Turquía tuvo una primera ministra (Tansu Ciller). El 25 de julio, los miembros del Tribunal Constitucional eligieron a una mujer (Tulay Tugcu) como presidenta, pero se trata de excepciones ante el dominio general que los hombres ejercen en la política y la Administración: sólo 24 de los 550 miembros del Parlamento elegidos en las elecciones generales más recientes, de 2002, son mujeres, y sólo hay una ministra en el Gobierno. Un estudio de Unicef de 2003 afirma que el 7% de las niñas sigue sin recibir educación primaria, aunque es obligatoria, y que sólo un 57% de las chicas asiste a clases de educación secundaria, frente a un 74% de los chicos. Con todo, la brecha entre los chicos y las chicas se reduce al llegar a la Universidad.
El empleo pagado (ya sea formal o informal) suponía el 76% de todo el empleo de Estambul en 2000, pero el empleo femenino pagado correspondía sólo al 19%. En la provincia nororiental de Erzurum, donde el empleo retribuido correspondía sólo al 32% del empleo total, el femenino llegaba sólo al 3%. ¿Será sólo que no hay suficientes empleos para repartir entre todos? ¿O será que los hombres están protegiendo su propio namus (honor) al impedir contactos "inapropiados" entre sus esposas, sus hijas o sus hermanas, y el mundo exterior? Puede que los dos factores se estén reforzando mutuamente.
Enfrentados al riesgo o a la realidad de la pobreza, a la nueva sociedad urbana y a sus incertidumbres, los padres y los jóvenes consideran la educación como la clave de la seguridad futura. Un total de 1.700.000 alumnos se presentan al examen nacional de ingreso en la Universidad convocado cada año en el mes de junio, pero sólo una décima parte consigue acceder a una plaza en un programa de licenciatura completa, y la gran mayoría ni siquiera consigue entrar a cursar una diplomatura de dos años o un programa de aprendizaje a distancia. Se trata de una carrera desigual. Según la Asociación Turca de Educación (TED), en el curso 2003-2004, el gasto en academias intensivas y demás preparativos para exámenes alcanzó los 8.400 millones de dólares, más de tres veces el presupuesto que el Estado destina a las universidades.
Aunque la industria y los negocios no han logrado proporcionar empleos -y mucho menos empleos estables- para toda esta población en crecimiento, sí han permitido que millones de personas ingresen en la sociedad de consumo. Fue el Estado el que puso el balón en movimiento. En los primeros años de la República, ésta tuvo que enfrentarse a la escasez de capital privado, exacerbado por el intercambio de población con Grecia y la subsiguiente emigración, gradual y no del todo indeseada, de las minorías cristiano-otomana y judía que habían permanecido en el país hasta entonces. En los años treinta, el Gobierno amplió la red ferroviaria y construyó las principales instalaciones industriales, desde minas hasta plantas textiles. A la larga fueron apareciendo un gran número de empresas estatales, especialmente en energía, infraestructuras e industrias básicas.
A partir de la década de 1950, las fortunas privadas amasadas originalmente en la construcción, el comercio o la especulación inmobiliaria o de precios empezaron a invertirse en industrias destinadas al consumo doméstico, como la manipulación de alimentos, los textiles, todo tipo de artículos de uso doméstico y la industria automovilística -a menudo bajo licencia extranjera o junto con socios extranjeros-. Multinacionales como Unilever o Ford formaron parte de la primera oleada de inversores extranjeros. El Estado, oportunamente, proporcionaba las materias primas, el crédito y la moneda extranjera para la compra de maquinaria, la mano de obra formada por inmigrantes del campo y un mercado formado por empleados públicos dispuestos a mejorar su estilo de vida. Mientras, surgieron los primeros magnates industriales y los primeros millonarios de Turquía.
Como parte de las medidas liberalizadoras de los años ochenta, el Estado estableció incentivos fiscales para la creación de una nueva generación de industrias para la exportación, especialmente en el sector del vestido. Se hacía cada vez más la vista gorda ante la evasión de impuestos. Más y más empresarios privados obtenían permiso para fundar sus propios bancos, allanando el camino para futuras quiebras. Nuevos conglomerados financieros e industriales de envergadura aparecieron de la noche a la mañana.
La competición internacional y las grandes inversiones han empezado ahora a tener cierta influencia en los sectores del mueble y de los materiales de construcción, hasta hace poco dominados por empresas pequeñas de venta al por menor. Están aumentando las compras de empresas nacionales por firmas extranjeras, y empieza a notarse el impacto de la competencia china. Pero siguen descubriéndose nuevas oportunidades. En junio se abrió la primera fábrica turca de lentillas y lentes intraoculares en la provincia hasta ahora deprimida de Sivas, en Anatolia Central.
No todos los planes empresariales son tan modestos. Dos convenciones internacionales celebradas consecutivamente este verano en Estambul se centraron en los materiales textiles inteligentes y en la industria energética del hidrógeno, respectivamente. La empresa local Vestel, de artículos de consumo no perecederos y electrodomésticos, se hizo protagonista del segundo acontecimiento al anunciar que pensaba empezar, en el próximo año, la producción a gran escala de pilas de carburante doméstico para transformar el gas en electricidad, lo que supondría el primer fruto de su investigación en energía de hidrógeno. Vestel ya posee la mayor planta de fabricación de televisores de Europa, situada en Manisa, cerca de Izmir, y suministra un tercio de todos los aparatos de televisión utilizados en Europa occidental. En 2004 fue el segundo exportador más importante de Turquía.
Una vez alimentadas por el Estado, los grandes negocios (y a veces también los medianos) están ahora en proceso de invadir lo que tradicionalmente han sido terrenos del Estado. Con las privatizaciones, la mayor empresa de distribución de productos petrolíferos, Petrol Ofisi, ha ido ya a parar a manos del grupo Dogan, por ejemplo, y todos los grandes grupos tienen la mirada puesta en el mercado de la energía, que se está abriendo poco a poco.
Pero esto no es todo. Las organizaciones empresariales están financiando grupos de pensamiento y acontecimientos artísticos. Los bancos ya no sólo alojan galerías de arte; ahora están montando centros culturales construidos expresamente. Las empresas, o sus accionistas principales, compiten para poner en marcha orquestas sinfónicas y museos abiertos al público. Los conglomerados industrial-financieros Koc, Sabanci, Dogus y Yasar han creado universidades que llevan sus propios nombres, aunque siguen siendo pequeñas en comparación con las universidades estatales. Asimismo, la Unión Nacional de Cámaras de Comercio -que se arroga la representación del mundo empresarial en general- ha creado su propio grupo de pensamiento y ha abierto su propia universidad.
La "responsabilidad social" se ha convertido en la frase del momento. Los ricos siempre han construido escuelas y hospitales, o han hecho donaciones tanto en dinero como en especies. En los últimos años, la organización laica Sociedad para el Apoyo de la Vida Contemporánea, conocida sobre todo por su trabajo para mantener a las niñas en la escuela, ha contado con el patrocinio de las compañías de teléfonos móviles Turkcell y Ericsson, y con el de Mercedes Benz Turk, entre otros muchos. El grupo de porcelanas Kale ha restaurado edificios históricos y ha construido carreteras, mientras que Sabri Ulker, jefe del gigante alimentario Ulker -y considerado un hombre de negocios conservador-, es miembro fundador de la Fundación para Luchar contra la Erosión del Suelo.
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