"El nido es un invento nefasto"
Su consulta desde hace 45 años en la calle de Hermosilla de Madrid. Garrido invita a whisky de aquella época y dicta la entrevista.
Pregunta. Usted es de estirpe marañoniana. Médico de familia y familia de médicos.
Respuesta. Mi abuelo, mi padre, tres hermanos y muchos sobrinos. Y somos médicos de familia, sí. Los niños son mis amigos y me pueden llamar a cualquier hora.
P. El pediatra célebre era su padre, ¿no? Así que usted ni se plantearía ser otra cosa.
R. Lo que viví en casa era la medicina. Pasé la vida en el hospital Niño Jesús con mi padre y ni me planteé hacer otra cosa.
P. ¿Y qué les pasaba a los niños en los años cuarenta y cincuenta?
R. Había una miseria espantosa, era la escasez. Malnutrición, gastroenterocolitis, tuberculosis, meningitis, sepsis, anemias...
P. Caían como moscas.
R. La mortalidad era tremenda antes de los antibióticos, que llegaron en el año 1944, durante la Guerra Mundial. Ahí cambió radicalmente la terapia. Pero lo que más cambió la sanidad fue el aumento del nivel de vida. En el año 1952 surgió la hidracida, para la tisis, y a partir de ahí se produjo un desarrollo espectacular de la medicina y de todo lo demás, hasta hoy, que tenemos un sistema envidiable.
P. ¿Cuándo se empezó a interesar por identificar a los bebés?
R. Más tarde, en los años sesenta. Estaba en la Maternidad Municipal de Montesa y vi que no había ningún método fehaciente que garantizase que una madre se llevase a casa a su hijo y no a otro. Empezaron a llegar noticias de cambios de niños en EE UU, y los problemas que se producían, los traumas de las familias, las indemnizaciones de muchos millones de dólares... Aquí identificábamos con un simulacro: una medallita con un número, una pulserita de quita y pon y una huella voluntarista y mal tomada de la planta del pie. Nada que relacionara al niño con la madre, porque no había testigos en los partos.
P. Salvo en los de los Reyes.
R. Claro, se trataba precisamente de extender ese derecho real a todas las madres. La cosa se complicó más aún con la llegada en los años sesenta del nefasto invento del nido, una barbaridad que, bajo el pretexto de dejar descansar a la madre y contra todo sentido común, la separaba de su bebé para poner a éste con otras dos docenas de bebés idénticos, todos morenos, todos igual vestidos, todos llorando igual... Lo único distinto era el número y la pulserita, lo cual no garantizaba nada. Mi idea era que la mamá y el niño debían salir juntos desde el paritorio y no separarse hasta que se fueran a casa. Pero también había casos de bebés robados o cambiados o vendidos fuera del hospital, así que había que dejar registrada una marca biológica, única e irrepetible, y dársela como recibo a la madre.
P. Parece de cajón. ¿Cómo se ha resistido tanto la clase médica?
R. El personal sanitario es dictatorial y poco dado a cambiar. Si pensamos que en el siglo XIX un médico dijo que había que lavarse las manos antes del parto y tardaron 40 años en ir al lavabo; si pensamos que la penicilina tardó 15 años en ponerse a la venta, y si pensamos que la anestesia epidural la inventó un médico militar español en 1921 y tardaron 70 años en aplicarla, yo no me puedo quejar. ¡Sólo he tardado 20 años!
P. Y así y todo ha sido usted el pionero mundial de este sistema.
R. Se trataba sólo de cumplir las leyes. La Convención de los Derechos del Niño de 1989, aprobada por todos los países de la ONU, salvo EE UU y Somalia, reconocía el derecho a la identificación fehaciente. Yo sólo aporté la herramienta, el sistema para tomar las huellas dactilares de la madre y el niño a la vez y con un testigo ocular. Argentina ya se planteó en 1947 un sistema de identificación con huellas plantares que al final no cuajó. Quizá la tenacidad española ha tenido ese mérito... Pero lo que hay que pensar es que si los niños argentinos robados durante la dictadura, o los chilenos, o los yugoslavos, o los miles de niños perdidos durante el tsunami hubieran estado bien identificados, las cosas habrían sido distintas.
Un clásico en la vanguardia
Antonio Garrido-Lestache (Madrid, 1931) ha cuidado en 65 años a más de 30.000 niños. Sus fichas narran la historia de España: de la anemia a la obesidad. Médico a la vieja usanza, visitador a cualquier hora, siempre disponible y tranquilizador, ha sabido invertir su rigor clásico en inventar una herramienta tecnológica que coloca a España a la vanguardia de los derechos del niño. Harto de ver la chapuza que no garantizaba la identidad de los bebés creó, con la Policía Científica, la Comunidad de Madrid y la Fábrica de la Moneda, un sistema sencillo de huellas dactilares para un DNI infantil que asegura al 100% que lo que lleva la madre al salir del hospital es, en efecto, su hijo. Tras 20 años de lucha, su método se ha implantado en España.
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