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Cuando soy buena soy mejor | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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El Papa y Rebeca

Sufro por este Papa. Padecer vicariamente por el Pontífice, aunque sólo sea in articulo agostis, debería hacerme merecedora de un descuento. Y no sólo yo. Los ateos y agnósticos, las mancilladas y los impuros, desde nuestra materialidad, también podemos ser solidarios con lo que está encarando Benedicto, Benedetto, Benedict, Benoît, Bento, Benedykt y Benedikt. Sin que nadie nos obligue, llevamos días preguntándonos cómo va a salirle lo de Colonia (do tanto turco mora, y do tanto descreído habita).

La multitudinaria reunión juvenil es, en sí misma, un intrigante asunto. Por más que he buscado en los diarios del mundo, no he podido averiguar cuál es la franja de edad en la que se mueven los participantes en la Gran Excursión. Y eso me inquieta. Es mucho más fácil saber cuál es la franja de edad en la que oscilan los lectores del suplemento EP3 de este periódico, que sólo admite como clientela a individuos nacidos entre 1973 y 1993; de ahí mi dificultad para votar por la mejor cita de película (mi preferida es la de Bienvenido, Mr. Marshall!, por si a alguien le importa). Lo intento cada semana, y cada semana me rechazan.

Me angustia que B-16, víctima del miedo escénico, pierda el dominio de las coreografías, esa síntesis de Look Lourdes y Coros a lo De Mille

En esto de la edad, no obstante, que nadie se haga ilusiones. Sólo tienes que sentarte a la puerta de tu casa a esperar que a los otros les toque el regalo que el tiempo suele hacer a todo el mundo: envejecer. Ayer mismo cumplieron años Robert Redford (68, los lleva fatal pero quiere volver a rodar con Paul Newman, que lleva muy bien sus 80) y Madeleine Stowe (47, está estupenda pero no le dan películas), así que, al menos en eso, existe una igualdad de oportunidades, todos podemos alcanzar la ancianidad, y esto incluye a los fans pontificios y a los lectores de EP3.

Salvo que el Destino nos haya incluido en el Cupo Diabólico de la ministra de Sanidad. Mira que a mí me gusta doña Elena, tan fina y tan sensible (me llegaron al corazón sus lágrimas por su predecesor, asesinado en 2000, Ernest Lluch, el día de su toma de posesión). Y este golpe no me lo esperaba: la elipsis médica del Apocalipsis. Uno de cada tres españoles y una de cada cinco españolas tendrán cáncer (la buena noticia, con la que este diario tituló, por suerte, es que la mitad sobrevivirá cinco años). Me leí la lista de factores de riesgo y, como he dejado de fumar hace tres años y tres meses, pensé que lo único que podía hacer era salir a por brócoli, por lo del colon, pero no estamos en la estación de los brócolis en flor.

Me parece muy inteligente que la ministra se concentre en la medicina preventiva, ya que, si le damos más a la fibra y menos al tabaco, aliviaremos el futuro de la sanidad pública. Pero agobia. Agobiar, agobia. No vayamos a acabar como esos estadounidenses privilegiados que se ingresan periódicamente desde los 20 años, para que les hagan chequeos en Houston o por ahí, súper preventivos para sobrevivir a sus semejantes y disfrutar de su fortuna. Esa gente, que tiene posibles incluso para permitirse una larga enfermedad incurable, rodeados de enfermeras parecidas a Cameron Diaz, no debería ser tan fanática.

Pero estábamos en Sufrir por Benet (en català), que parece un añejo título de la Nova Cançó, ahora que lo pienso. Cómo no hacerlo, al advertir su transmutación en anodino Papa, él, que fue tan salao mientras ejerció de Guardián de las Esencias. Ahora se le nota desvalido, se le ve indefenso. Bien está que no bese el suelo, pero me preocupa su falta de habilidad con los complementos (un poco como su Antonio Canales con su chal, en su papel de Edipo). Cuando saluda alzando las manos se le levantan las sayas, y aparecen sus santos pinreles, en sus venerables pantuflas. A Wojtyla jamás le habríamos pillado en semejante faux pas. Y tampoco sabe cómo manejar la capita cuando hace viento. Me angustia que B-16, víctima del track o miedo escénico, pierda el dominio de las coreografías, esa síntesis de Look Lourdes más Coros a lo De Mille, más intimidad a lo Gombrovicz, en la que era maestro El Que Se Fue (pero no del todo).

Si tener el Síndrome de Peter (no dar la talla del cargo que uno ejerce) es algo demoledor, como yo he visto en esta profesión periodística, no quiero ni imaginar lo que debe de ser estar sometido al Síndrome de Rebeca en versión Juan Pablo II, con el añadido de las Sandalias del Pescador.

Es por todo ello que creo que el Sumo no debería echar en saco roto el sinvivir de los no creyentes y no jóvenes. Nosotros les mandaremos nuestras buenas vibraciones o feelings, y él, ya que no tenemos acceso a la Indulgencia Plenaria, nos puede facilitar una rebaja de precios en El Corte Inglés, un bonobús por un tiempo moderado, una demostración de quesos en Caprabo.

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