"Hay que cambiar ya la práctica clínica del cáncer"
Su despacho en el hospital Trias Fargas hierve: dos ordenadores para revisar los e-mails de medio planeta, su secretaria sin dejar de imprimir papeles, y sus jóvenes becarios del laboratorio trasegando muestras de ADN y ARN.
Pregunta. ¿Cuántas horas del día dedica a pensar en el cáncer?
Respuesta. Todas. Es una actitud fija. Llevo 20 años igual. Y el fin de semana aprovecho para estudiar, revisar, reflexionar...
P. ¿Le quita el sueño?
R. A veces sí.
P. ¿Qué exactamente?
R. Caramba, es una complejidad de factores, influyen muchos. Por un lado estamos intentando cambiar la práctica clínica, y para eso... El concepto que pretendemos demostrar es que, para mejorar el tratamiento, los pacientes deben ser tratados de una forma o de otra, según la mutación genética de sus tumores. Es como una película: intentamos montar una gran base estadística que sea fiable y convenza a todo el mundo. Pero el proceso es de una complejidad enorme.
P. ¿Está más preocupado por la logística que por la ciencia?
R. ¡Es que es más difícil!
P. ¿Y quién pone dificultades a ese tratamiento personalizado?
R. Bueno, el sistema sanitario es el que es. La financiación es insuficiente, un simulacro. Todo se obtiene de forma exigua, hay muy pocos centros especializados en análisis genéticos...
P. Así que la Seguridad Social no da dinero para investigar.
R. El 70% de nuestros fondos viene de Farmaindustria; el resto, de las maratones que organiza Badalona, y un 10% es oficial.
P. Si la lucha contra el cáncer depende de las empresas, ¿no se hará de modo muy aleatorio?
R. Bueno, las farmacéuticas quieren vender a toda costa, y no todos los fármacos son útiles para todos los enfermos. Pero la quimioterapia oral es desorbitada, no hay Gobierno que la pueda sostener. Si con los marcadores predictivos de respuesta identificamos que en un 10% o un 15% de los cánceres mutan determinados genes y que el fármaco ayuda, eso reduciría mucho el gasto sanitario.
P. ¿Y en qué casos ayudan esos fármacos genéticos?
R. Sabemos que el gen EFGR muta en un 15% del total de los cánceres de pulmón y casi en el 60% en los adenocarcinomas de no fumadores. En esos pacientes, algunos con pronóstico infausto, se producen respuestas milagrosas, resucitaciones tipo Lázaro. Tomando una pastilla al día durante seis semanas desaparecen todas las metástasis, incluso las cerebrales.
P. Pues sí, parece un milagro.
R. ¡Es el descubrimiento más importante para el cáncer desde que hace 60 años nació la quimioterapia! Pero no se aplica simplemente porque no hay laboratorios adecuados en ningún hospital. Ni siquiera en Estados Unidos, aunque se descubrió en Massachusetts; allí hay dos centros que hacen la prueba genética por 1.000 dólares, pero aún no está implantado. Lo que hacemos nosotros es ofrecer la prueba y hacerla como si fuera comercial, con resultados urgentes en enfermos desesperados. En menos de ocho días damos una respuesta. Desde abril a julio, hemos analizado aquí 230 casos nuevos de cáncer de pulmón. Pero queremos llegar a 1.000, para tener datos más seguros.
P. ¿Sólo tumores de España?
R. Sí, pero ofrecemos también la prueba a Polonia, Brasil, Suiza... Es inaudito: ¡todo el mundo sabe que esas mutaciones existen pero nadie hace nada! Y sólo hace falta montar un buen laboratorio de biología molecu-lar... Nosotros estamos atentos a cualquier novedad técnica, y en tres semanas sabemos si sirve o no. Pero a veces pienso que todo este leer incesante no vale de nada. Si no lo podemos aplicar... Somos una referencia mundial, pero de momento estamos en la impotencia.
P. Y el laboratorio ¿es muy caro?
R. Ni siquiera hace falta que cada hospital tenga uno, es preferible centralizarlo a tener que montar tantas estructuras. Lo que está claro es que los laboratorios genéticos deben acompañar desde ya a la práctica clínica oncológica. La quimioterapia desaparecerá en 20 años. Hay un alud de nuevos fármacos, docenas de ellos, y el futuro estará basado sin duda en estas targeted therapies, terapias personalizadas, según el patrón genético del tumor, y en una quimioterapia combinada y a la carta.
P. Así que pasaremos de matar a cañonazos a los bombardeos selectivos.
R. Pero primero tenemos que superar el obstáculo de las compañías farmacéuticas, que todavía ven el cáncer desde el punto de vista clásico: tratar a todos los pacientes igual. Las autoridades sanitarias de Estados Unidos colaboran poco, porque aprueban nuevos fármacos casi idénticos a los de décadas anteriores si mejoran la supervivencia, aunque sea por un tiempo irrisorio. Algunas compañías ni escuchan a los investigadores clínicos ni están por la labor de incluir marcadores genéticos para saber a qué subgrupo sirve el fármaco y a cuál no.
P. Y entretanto, la oncología parece un campo abonado a los divos mediáticos.
R. Lo importante es que las autoridades se conciencien de que hay que apoyar en serio la aplicación de la investigación básica. Quizá nuestro Gobierno no ha tenido hasta ahora el interlocutor adecuado. Ojalá España gane el Nobel algún día, y ojalá no sea para un oncólogo, sino para un investigador. Pero, si no aplicamos la logística a los descubrimientos, ¿cuándo va a resolver el cáncer un investigador básico? ¡Nunca! El Gobierno español y las autonomías deben incorporar ya a los investigadores: un edificio, 30 personas y a trabajar.
Un sabio desesperado
Su laboratorio de Badalona determina, mediante una prueba de ADN y ARN, que un gen, el EFGR, muta en un 60% de los adenocarcinomas de los no fumadores y entre el 10% y el 15% de todos los tumores de pulmón. En esos casos el tumor se regenera con una pastilla. Pero, lejos de envanecerse, Rafael Rosell está preocupado: el descubrimiento se aplica con cuentagotas, dice, por el inmovilismo de la farmaindustria y los Gobiernos.
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