Mayte Martínez se supera a sí misma
La española, quinta, logra su mejor clasificación en el 800 en una final ganada por la cubana Calatayud
¡Que vienen las rusas!, ¡que vienen las rusas!, tronaban a toda velocidad los tam-tames del atletismo. ¡Que vienen las rusas!, repetían. Que en los laboratorios de la república se mantienen aún cuartos secretos desde los tiempos soviéticos, alertaban; que en los controles no se les encuentra nada, pero algo huele mal; que hay mucho entrenamiento secreto, mucha EPO Omega indetectable; que el medio fondo y el fondo femenino van a volver a los años tristes... Exageraban los profetas. ¿Exageraban?
Vista la final del 800, la carrera en la que las tres rusas clónicas, Andrianova, Cherkasova y Chzhao, partían con las mejores marcas, obtenidas sospechosamente en los campeonatos rusos, en la remota Tula, sí que parecían exagerar. Así lo comprobó, feliz, Mayte Martínez, que tanto las temía, que ni dormía pensando en lo difícil que se le ponía la especialidad también en el continente. Lo comprobó también Zulia Calatayud, la cubana frágil a la que nadie esperaba, más feliz si cabe; la cubana que sabe que nunca podrá ser la heredera total de Ana Fidelia Quirot, doble campeona del mundo en los años 90, pero cuya victoria anoche, bajo la lluvia, que inundó el tartán, le permite olvidarse de la amargura de la final olímpica de Atenas, en la que terminó la última.
"Esto no es un mítin. Tres carreras en cinco días desgastan. Y yo no me recupero bien"
De la final de Atenas, la que pasó a la historia porque las cinco primeras bajaron de 1m 57s, faltaba ayer la heroína británica, Kelly Holmes, que aún goza de la resaca postolímpica. Y faltaban también otra medallista, la eslovena platino Ceplak, lesionada, y una norteamericana y una rumana. Las sustituían Mayte Martínez, otra norteamericana y dos rusas. Qué miedo. Las demás eran viejas conocidas. Las de toda la vida de la jerarquía del 800. Mutola, que acumula cuartos puestos desde entonces, pero que se niega a rendirse a la llamada de sus 33 años, 14 años en lo más alto; la marroquí Benhassi, plata en Atenas; una de las rusas, Andrianova, la mejor, y Calatayud, que apareció por el firmamento a comienzos de siglo y desapareció, lesionada en las tibias, en 2003. "Era una final de un nivel altísimo, sin relleno", sentenció Mayte Martínez, que se codeó con todas como pez en el agua.
Y todas, o casi todas, se presentaron en la última recta abiertas en abanico. La carrera había marchado lenta. Poco más del minuto en el 400. Todas tenían posibilidades. También, Calatayud, que había marcado el paso desde el principio, que se sentía imperial toda la semana, que se había mostrado muy fácil en las series. Calatayud aguantó en su calle mientras por detrás oía el diluvio. Entre las que tenían posibilidades también estaba Mayte Martínez, lanzada, entregada. Hasta que encontró su límite. El límite que fija la presencia imponente de Mutola, la corredora a la que nunca supera. Hasta el quinto puesto. Dos mejor que en su otra final mundial, la de Edmonton 2001.
"Esto no es un mitin", dijo Martínez; "una carrera de un día, sino tres carreras en cinco días, tres carreras que desgastan física y psicológicamente. Y yo, además, no tengo una gran capacidad de recuperación. Es mi hándicap y tengo que convivir con ello".
Y con las rusas. ¿O no? Calatayud, educada en la marxista Cuba, seguramente podría aplicar a la situación de anoche, a la falsa amenaza rusa, la máxima maoísta de que el imperialismo es un tigre de papel. Mayte Martínez, recia castellana, fue más directa. "Me alegro de que ganara Zulia", concluyó, "porque así no ganaron las rusas... Lo digo porque son rivales en los Europeos, ¿eh?".
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