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CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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El tamaño del cielo

Anoche cené con un amigo en un restaurante de comida gallega. En la mesa de al lado había tres señores muy serios que hablaban con muchísima pomposidad acerca de temas elevadísimos. Mi amigo y yo empezamos a reírnos sin control, porque no hay mejor espectáculo cómico que la solemnidad ajena.

Acabamos agotados de tanta risa y, al salir a la calle, nos sentamos en un banco cercano a fumar como tontos. Allí charlamos sobre temas bastante serios. Nuestro cuerpo nos exigía trascendencia para compensar tanta carcajada. Eso es algo que suele ocurrirnos con frecuencia a casi todos. Mi amigo habló de religión, de cierto sentimiento místico que le invade en contadísimas ocasiones y del que se avergüenza un poquito. Eso nos llevó a hablar del cielo, de ese lugar metafísico al que, según dicen, iremos todos a parar cuando muramos. Y yo quise calcular su tamaño. Saqué mi teléfono móvil. Menú. Aplicaciones. Calculadora.

En el cielo se debe de estar bastante bien. Al menos eso es lo que siempre se ha dicho. No vale por tanto estar apretados

Por este planeta han respirado quince mil millones de humanos que ya no están con nosotros. El número de muertos es, aproximadamente, el doble que el de los vivos. Llevamos muchos años de historia, pero la masificación demográfica es algo relativamente reciente. Hubo muchísimos años en los que éramos muy pocos.

El cielo de las religiones, por tanto, debería estar preparado para albergar a quince mil millones de seres humanos. Algunos, claro está, habrán ido a parar al mismísimo infierno, pero seamos generosos por una vez, olvidemos a Satanás en nuestros cálculos y coloquemos a todos los muertos al amparo del Creador Universal.

En el cielo se debe estar bastante bien. Al menos eso es lo que siempre nos han dicho. No vale, por tanto, estar demasiado apretados. Aunque suene paradójico, una vez muertos también necesitaremos nuestro ansiado espacio vital. Pongamos sesenta metros cuadrados por fallecido, el tamaño de un pisito de soltero. Si multiplicamos sesenta por quince mil millones obtenemos novecientos mil millones de metros cuadrados. El cielo, por tanto, tiene aproximadamente el tamaño de España.

Una vez obtenido el resultado, se lo comenté a mi amigo. Me dijo que su padre, un militar retirado, siempre había estado convencido de que España era el mismísimo paraíso, pero que nunca había imaginado que las matemáticas pudieran darle la razón a un facha. Empezamos a reírnos nuevamente. El ciclo comicidad-trascendencia-comicidad había vuelto a cerrarse.

Al cabo de diez minutos, vimos salir del restaurante a los tres señores de la conversación solemne. Habían bebido bastante y ahora el tono de sus voces y el contenido de sus frases era radicalmente distinto. Hablaban en voz muy alta, mientras reían como niños. Nos encantó que ellos también hubieran cerrado su ciclo, y que tras su estúpida trascendencia se hubieran instalado nuevamente en la carcajada.

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