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Reportaje:05 | Hispanos en Estados Unidos | LECTURA

San Antonio, el futuro sin complejos

El episodio que más orgullo despierta en la historia de Tejas, el que se conmemora con más solemnidad, es una derrota militar en la que fueron masacrados 182 hombres. Los héroes -de los que, en realidad, sólo 11 eran nativos de Tejas- murieron a manos de soldados mexicanos, después de no haber podido defender un fuerte construido por los españoles. Lo que queda hoy del Álamo es una pequeña iglesia colonial del siglo XVIII, un destino turístico en el que ya no se celebran servicios religiosos, pero al que acude a rendir homenaje gente de todo Estados Unidos, con una afluencia de 1.000 visitantes diarios. A la entrada de la iglesia, situada en el corazón de lo que hoy es la vibrante ciudad de San Antonio, hay un cartel que dice: "Éste es un santuario; por favor, permanezcan en silencio". Dentro del edificio, dotado de aire acondicionado, otro letrero: "Caballeros, por favor, quítense el sombrero". Los guías turísticos destacan la influencia morisca en los arcos y los pilares, pero, a falta de ninguna otra cosa de interés en la arquitectura (aunque, desde el punto de vista de los estadounidenses, el Álamo es una reliquia tan antigua como la Esfinge para los egipcios), su charla suele centrarse más en el famoso asedio que se produjo en 1836. En vez de crucifijos y estatuas, la iconografía de la iglesia consiste en placas que recuerdan los nombres de Davy Crockett, James Bowie, Ben Travis y otros mártires cuya leyenda han sostenido e inflado media docena de películas de Hollywood.

Un responsable de la ciudad decía hace 40 años que los hispanos sólo valían para jardineros
Los hijos de Romo tuvieron que ir a la Universidad para descubrir el atractivo de ser bilingüe
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La leyenda del Álamo preocupa a los hispanos tan poco como a los residentes de origen alemán

Los guías y el resto del personal del santuario tienen rostros mexicanos. Los visitantes pertenecen a la categoría que en San Antonio denominan "anglos", un término espectacularmente inexacto para calificar a personas cuyos antepasados llegaron de lugares como Escocia, Irlanda, Rusia, Italia, Alemania y Dinamarca, además de Inglaterra. Pero no parece que en la ciudad le preocupe eso a nadie. Como no parece -y eso, a primera vista, es más sorprendente- que a los empleados del Álamo les preocupe mucho trabajar donde trabajan. Llevan a cabo su tarea con mucho celo, a juzgar por la ferocidad con la que se abalanzan sobre los anglos que no hacen caso a la indicación de que se quiten el sombrero. Y, sin embargo, según los criterios habituales de corrección política en Estados Unidos, el Álamo podría ser un monumento casi tan insultante para los mexicanos como un museo que celebrara la esclavitud lo sería para los negros.

En primer lugar, por los estereotipos raciales que han acompañado siempre al mito del Álamo. La más conocida de todas las películas realizadas sobre la batalla, la versión de 1960 protagonizada por John Wayne, presenta al general mexicano Santa Anna como un tirano despiadado y a sus soldaditos morenos como unos payasos asesinos; en otras palabras, exactamente como los habían pintado los historiadores tejanos a lo largo de los 124 años anteriores. Los defensores del Álamo, por el contrario, eran nobles y valientes, y no les movía el ansia de sangre, como a los mexicanos, sino el sacrificio patriótico.

La segunda razón por la que los residentes de San Antonio de origen mexicano podrían ofenderse es que la versión ortodoxa de la historia del Álamo es tan caricaturesca como la representación de los personajes involucrados: no tiene en cuenta, en absoluto, la poderosa justificación que tenía Santa Anna para atacar el Álamo ni la actitud no tan moral de personajes como el encarnado por John Wayne, Davy Crockett. El motivo por el que se produjo la batalla del Álamo fue que el Gobierno mexicano había abolido la esclavitud, una medida que indignó de tal forma a los héroes del Álamo que empuñaron las armas para arrancar Tejas de México. Santa Anna se vio tan obligado a dar el siguiente paso como se vería hoy George W. Bush si unos rebeldes armados propusieran la secesión de San Antonio y su entrega a México.

A pesar de que el Álamo es un símbolo tan sólido de su ciudad como la torre Eiffel lo es de París, Ricardo Romo, rector de la Universidad de Tejas en San Antonio, contempla todo el asunto con una distancia irónica. "Mire, cuando pienso en el Álamo, lo que digo es", sonríe Romo, que tiene aspecto de mexicano del norte pero piensa como un estadounidense, "que ¡gracias a Dios por los Spurs! ¡De eso sí que vale la pena hablar!". Romo se refiere a los San Antonio Spurs, flamantes campeones de la Liga de baloncesto más importante del mundo, la NBA.

En esta despreocupación reside el secreto del éxito de San Antonio. Porque se trata de una despreocupación nacida de la fuerza, la confianza, una firme sensación de pertenencia en el 58% de la población que es de ascendencia mexicana. La leyenda del Álamo les preocupa tan poco como a los residentes de origen alemán o italiano que les llamen anglos. En vez de convertir el Álamo en una herida enconada en la política local, han preferido aceptarlo como un ingrediente colorido en la variada herencia de una ciudad que ha conseguido tener una mezcla de culturas anglo e hispana de las más logradas de Estados Unidos.

"Esta ciudad es una visión del futuro, un ejemplo de integración armoniosa para el resto de Estados Unidos", dice Romo, que es de San Antonio pero ha vivido en Los Ángeles, San Diego, San Francisco y Austin, todas ellas ciudades con un elevado componente hispano. ¿Y qué dice del revuelo causado hace poco por la elección de un alcalde hispano en Los Ángeles, por primera vez en 133 años? ¿No es ésa la visión del futuro? "Los Ángeles está 25 años por detrás de nosotros", replica Romo, que ha escrito un libro sobre los barrios hispanos del este de Los Ángeles. "California siempre está en primera línea de todo, pero, políticamente, estamos muy por delante de ellos".

Y muy por delante también de pensadores de derechas como Samuel Huntington, autor del polémico libro sobre el Islam y Occidente El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, que opina que la invasión mexicana acabará minando la cultura y los valores estadounidenses. Romo desprecia lo que considera "la paranoia ignorante" de Huntington, en la que huele los rastros del desaparecido paternalismo racista con el que creció en los años cincuenta y sesenta. "Recuerdo a uno de los líderes de la ciudad que decía, hace sólo 40 años, que los hispanos sólo valían para jardineros, que era imposible que pudieran llegar a participar jamás en los negocios o la política. ¡Con esas palabras! Pero, en aquellos días, a mucha gente le parecía evidente que era así. La teoría imperante era que existía un techo genético para lo que podían hacer los hispanos".

A Romo no le extrañó descubrir, cuando fue a estudiar a la Universidad de Tejas en los años sesenta, que no había más que 20 hispanos en una población universitaria total de 2.500. Romo, nacido en un barrio humilde, no sólo ha alcanzado el extraordinario honor de ser hoy el primer rector hispano de la Universidad de Tejas en San Antonio, sino que gobierna un campus en el que, de 26.000 alumnos, 12.000 son hispanos; es decir, de menos del 1% al 45% en apenas una generación.

"Lo que ha sucedido en este tiempo es una especie de revolución pacífica", dice Romo, que identifica a Henry Cisneros, ministro en el Gobierno de Bill Clinton, como catalizador de dicha revolución. Si San Antonio está 25 años por delante de Los Ángeles, es porque Cisneros fue elegido alcalde de San Antonio hace 25 años. "Venció cuatro veces seguidas en una ciudad que entonces era de mayoría anglo, y la última vez ganó con el 92% de los votos, que es una hazaña imposible salvo en lugares como el Irak de Sadam Husein. Aquí fue posible porque demostró a todo el mundo que, cuando se les da la oportunidad, los hispanos pueden gobernar y administrar tan bien como cualquiera. Fue una época de gran prosperidad y progreso en San Antonio. Demostró a la gente que los hispanos pueden ser líderes de primera categoría".

Lo que se ha demostrado desde entonces, a diferencia de lo que podrían pensar los miedosos de la derecha como Huntington, es que los hispanos no siempre votan por los hispanos. "No somos borregos", dice Romo, que da el ejemplo de lo que pasó en una elección que se llevó a cabo en junio en su propia ciudad. Los anglos constituyen apenas el 30% de la población de San Antonio, pero un joven candidato hispano a la alcaldía llamado Julián Castro fue derrotado por un hombre de 70 años con el nombre poco español de Phil Hardberger. "La tercera parte de los hispanos votaron por él", explica Romo, encantado por lo que expresa ese dato sobre la madurez y el grado de integración que ha logrado su ciudad.

Atravesado en el centro por un río tranquilo, San Antonio es un lugar sosegado cuya comida y cuya arquitectura reflejan la feliz mezcla de la que habla Romo. Un menú de fusión hispana típicamente ecléctico, en parte redactado en español y en parte en inglés -y en parte en italiano-, sin que se juzgue necesario traducir ninguna de las dos, es el que propone el restaurante Paloma Riverwalk Parrilla Grill. El menú ofrece, entre otras cosas, Quesadillas Evangelina, Grilled Vegetable Platter y Fresquessa Di Lassio, como primeros; Pollo Poblano, Orecchiette A La Italiana, Chicken Fajitas, Pescado a la Veracruzana y New York Strip, como segundos. En cuanto a la arquitectura, en el centro de la ciudad se ven, codo con codo, el legado colonial español, en edificios restaurados como la catedral de San Fernando, construida por colonos de las islas Canarias en la primera mitad del siglo XVII; altos edificios art déco de los años veinte como los que se encuentran en Nueva York y Chicago; y modernos rascacielos de cristal.

"Si existe alguna tensión en esta ciudad, no es entre hispanos y anglos, sino entre los promotores irresponsables y los conservacionistas", dice Félix Almaraz, un veterano historiador de la ciudad. "Lo que aquí se ve es todo el mundo contra todo el mundo, jóvenes hispanos, magnates ambiciosos e impacientes, que se alían con dinero viejo de los anglos contra jóvenes anglos y viejos hispanos como yo, que pretendemos salvar los árboles".

En cuanto a los conflictos sociales, "en una ciudad en la que todos los anglos hablan algo de español y aspiran a hablar más", en palabras de Almaraz, el único atisbo parece ser el que existe entre los propios hispanos, precisamente a propósito del término "hispano" y si es la etiqueta apropiada para aquellos que trazan sus orígenes al sur de la frontera. Hace dos años, un largo artículo en The Washington Post contaba que algunos se oponían apasionadamente a la palabra "hispano" y decían que había que utilizar "latino" en su lugar. El artículo contenía esta afirmación extraordinariamente categórica: "Los hispanos proceden de la península Ibérica, mayoritariamente blanca, que comprende España y Portugal; mientras que los latinos descienden de los indios indígenas de piel morena residente en las Américas que quedan al sur de Estados Unidos y el Caribe, conquistadas por España hace siglos".

Al parecer, esta tesis estaba inspirada en la protagonista del artículo, una novelista y poetisa de gran éxito que vive en San Antonio y se llama Sandra Cisneros. Cisneros, cuyos libros han sido traducidos al español, afirmó lo siguiente en el artículo sobre la (para ella) detestable palabra "hispano": "La gente que usa esa palabra no sabe por qué la usa... Para mí, es como un nombre de esclavo. Yo soy latina".

Lamentablemente, Cisneros dijo a través de su agente que no podía hablar con EL PAÍS para explicar por qué el término hispana le parece tan ofensivo y por qué se encuentra más a gusto con una palabra cuyas raíces se remontan a la Roma imperial. "El tema tiene demasiada complejidad histórica", fue la explicación de su agente. Almaraz, que no considera el tema complejo, ni mucho menos, cree que es cuestión de capricho intelectual. "Antes teníamos problemas de peso, como el racismo real que sufríamos hasta hace 30 o 40 años, pero esto de lo que algunos hablan ahora no es más que un tema cosmético que no me interesa".

La actitud de Ricardo Romo respecto a este asunto, el Álamo y otros temas de posible debate y polémica también es, como la de Almaraz y la de la mayoría de los demás San Antoninos (por emplear una etiqueta que parece no molestar a nadie), decididamente lánguida. "Mire, cuando me veo obligado, a falta de otra palabra mejor, utilizo el término "hispano". Me parece una palabra que describe con bastante precisión lo que une y diferencia a personas como nosotros, que es la lengua española. Toda esa propaganda que impone 'latino' viene de la gente que está obsesionada con la conquista española, que considera que fue una terrible calamidad, y esas cosas. Como si los aztecas hubieran sido un modelo de dulzura y luminosidad...".

Es posible que Romo parezca como un traidor para algunos de sus colegas intelectuales, pero está orgulloso de sus raíces hispanas e intrigado por ellas. Casado y con dos hijos adultos, casi todas sus vacaciones familiares han transcurrido en México, en otros lugares de Latinoamérica y "siete veces en España". Romo ha constatado que sus ancestros llegaron a lo que hoy es Estados Unidos en 1750, y que habían ido a México desde España antes de 1620.

Pero de lo que se olvidó, y de lo que se arrepiente, fue de haber descuidado el idioma. "No hicimos un buen trabajo a la hora de enseñar español a mis hijos", confiesa. "En ese sentido, por desgracia, son como la mayoría de los chicos de segunda generación o posteriores. Cuando yo era joven, en casa prácticamente no hablábamos más que español, y mis cuatro abuelos crecieron en Tejas sin hablar nada de inglés. Ahora ocurre todo lo contrario; el colegio, la televisión, sus amigos, todo les presiona para que hablen inglés, y a muchos de los padres, que somos de origen mexicano, nos duele la pérdida del español".

Los hijos de Romo tuvieron que esperar a ir a la Universidad, como muchos anglos, para descubrir que ser bilingües en español e inglés era cool. Ambos se han puesto a estudiar español, uno en México y otro en Sevilla. Pero siguen siendo fundamentalmente estadounidenses y auténticos triunfadores -la hija posee un doctorado por Harvard; el hijo está estudiando Derecho en Stanford-, lo que indica una vez más lo infundadas que parecen ser las paranoias de Huntington.

"Aquí, en San Antonio, no se trata de que una cultura esté expulsando a la otra", dice Romo. "Lo maravilloso es que hemos encontrado una mezcla feliz y eficaz de las dos. La ciudad tiene todas las virtudes tradicionalmente anglo de eficacia, pero también es famosa en todo Tejas y Estados Unidos por sus fiestas, que claramente están impulsadas por el lado mexicano. Ante todo, hay que destacar el espíritu de respeto por todas las culturas que, con el tiempo, se ha desarrollado en esta ciudad".

¿Cómo se demuestra la forma tan tranquila de abordar lo que habría podido convertirse en una disputa enconada a propósito del "santuario" del Álamo y sus mártires? Romo contesta que el gran ejemplo de la peculiar tolerancia de la ciudad es el que ofrecen los dudosos héroes tejanos no del siglo XIX, sino los de hoy -los San Antonio Spurs-. "Ningún otro equipo de Estados Unidos tiene tal variedad de nacionalidades tan felizmente integradas y tan respetadas. En el equipo tenemos a jugadores de cinco continentes, ¡incluido un francés! En otras ciudades estarían traumatizados por eso, pero aquí sucede todo lo contrario. Nos gusta nuestra diversidad. Vivimos relajados".

En San Antonio se mezclan codo con codo muestras

de la arquitectura colonial en edificios restaurados, torres de los años veinte y modernos rascacielos de cristal.

Una ciudad en la que hay más tensión entre los promotores irresponsables y los conservacionistas que entre hispanos y anglos.
En San Antonio se mezclan codo con codo muestras de la arquitectura colonial en edificios restaurados, torres de los años veinte y modernos rascacielos de cristal. Una ciudad en la que hay más tensión entre los promotores irresponsables y los conservacionistas que entre hispanos y anglos.AP
La pequeña iglesia del siglo XVIII del Álamo, en el corazón de la ciudad de San Antonio, recuerda el episodio más heroico de la historia de Tejas, la muerte de 182 hombres a manos de soldados mexicanos en la defensa de un fuerte construido por los españoles.

A este destino turístico acuden más de mil visitantes diarios de todo Estados Unidos.
La pequeña iglesia del siglo XVIII del Álamo, en el corazón de la ciudad de San Antonio, recuerda el episodio más heroico de la historia de Tejas, la muerte de 182 hombres a manos de soldados mexicanos en la defensa de un fuerte construido por los españoles. A este destino turístico acuden más de mil visitantes diarios de todo Estados Unidos.AP

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