Suicidas
La actitud del terrorista suicida es todavía un misterio que pertenece al corazón del bosque. Del mismo modo que los biólogos , cuando descubren un nuevo gen, estudian su comportamiento, analizan sus reacciones y lo someten a toda clase de experimentos hasta saber su origen y destino, el cerebro de un terrorista suicida hoy constituye un campo inexplorado para la investigación, que tal vez se convertirá muy pronto en la rama más apasionante de la psicología humana. Existen algunos precedentes históricos de estos martirios. Los primeros cristianos se enfrentaban a los leones en el Coliseo cantando himnos de victoria; los kamikazes japoneses pilotaban la propia bomba hasta dar con el blanco del enemigo ; los bonzos se rociaban con gasolina y ardían en las calles de Vietnam convertidos en una tea que iluminada la historia. A lo largo de los siglos los innumerables actos de autoinmolación están codificados. Para reducir a la lógica occidental el enigma de los modernos terroristas suicidas se alude a una mezcla de odio étnico, de fanatismo religioso, de desarraigo social y de irresistible tentación de ser recibido en un inminente paraíso poblado de huríes. También se atribuye su locura a un sentimiento irremediable de venganza o de desesperación. Pero ese nuevo gen que anida actualmente en el cerebro de unos jóvenes islámicos en apariencia normales hasta convertirlos, de repente, en explosivos humanos, es muy resistente a cualquier análisis convencional. En Grecia el dios Pan era el amo de la naturaleza, poseedor del Todo y creador del pánico. No tenía sentimientos. Hacía silbar la brisa en los álamos con extremada armonía y en un momento de convulsión liberaba una catástrofe que llenaba de espanto a sus fieles. Un terrorista suicida entra en un vagón del suburbano fajado con dinamita. No le conmueve la sonrisa de los niños, ni la mirada bondadosa de las personas que le rodean. Puede que él mismo haya cedido el asiento a una anciana. El terrorista suicida está poseído en ese momento por genio del dios Pan. Quienes le han preparado para realizar la tragedia han imbuido en su corazón un sentimiento de omnipotencia. La naturaleza no tiene conciencia del mal cuando inunda una isla, ahoga a todos sus habitantes y permite que los pájaros canten sobre una extensión enorme de cadáveres. De mismo modo el terrorista suicida , tal vez, siente la plenitud de ese dios ebrio, poseedor del Todo, que manda sobre las catástrofes humanas o naturales.
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