La carrera de dentro a fuera
Casi un millón de personas vieron en directo la etapa que acabó en Montpellier
El camino escogido por la organización para llegar a Montpellier, la capital del Languedoc, pasó por el norte de Nîmes y está plagado de fértiles campos en los que abundan cultivos de vid, olivos, girasoles. Ayer, de paquete en la moto 21 de la organización del Tour, la que conduce Denis desde hace 14 años, ex ciclista amateur que el resto del año trabaja para la empresa de carburos Total, miramos la carrera de dentro afuera, más o menos lo que suele hacer Sheryl Crown, la novia de Lance, que viaja dentro de uno de los coches oficiales del Discovery, con chofer y guardaespaldas. Resumiendo, Leblanc tiene razón: El Tour es del pueblo.
Sólo bajo esa perspectiva se entiende que ayer, en etapa menor, más de medio millón de personas siguiera el paso de los corredores, a más de 35 grados de temperatura de media. ¡Y que otras tantas recibieran en Montpellier a los ciclistas! Dada la particularidad de la zona de meta -junto al Stade Mosson, zona habitada por inmigrantes del norte de África- la Policía duplicó su habitual despliegue. No hubo incidentes en meta y tampoco en carrera, que desde el kilómetro 17 tuvo una escapada de cinco efectivos seguidos por dos gendarmes en moto, el coche del director de carrera, otro por cada uno de los equipos representados en la escapada y entre cinco y doce motos, con fotógrafos o cámara como pasajeros, excepto una: la que les da de beber, una Yamaha 650 con portabotellas de agua a cada lado del asiento del piloto.
Abuelos con nietos, jubilados, veraneantes en bañador y agricultores dominan los arcenes
Eso delante, peor es el trasiego a cola del pelotón: Ahora se retira Valverde y venga colapso de fotógrafos; ahora que suba el coche de Euskaltel, piden por radio Tour, y para el pelotón, pasa Gorospe. Sólo falta que el coche azul del Liberty decida que también se va para adelante y toca milagro: sobre el kilómetro 80 de carrera, entre Arpaillargues, precioso pueblo donde deben vivir millones de personas a tenor de la gente que salió a recibir al Tour, y Garrigues, tres cuartos de lo mismo pero con pasado romano, se suman, en un trozo de carretera 40 metros de largo por 10 de ancho, unas treinta motos, no menos de dos coches por equipo, dos de la organización, el del médico y en medio de todo, pedaleaba un ciclista no identificado del Française de Jeux, que recogía bolsas de comida de su coche.
No pasó nada grave, el ciclista llegó vivo con los suyos. Parece que eso es tan normal como ver banderas belgas, francesas, de EE UU, muchas alemanas, alguna australiana, bastantes vascas, una senyera catalana con la estrella en blanco sobre azul y bastantes españolas de forma continua durante 171 kilómetros. Tampoco extraña demasiado al veterano conductor ver balcones que invitan a pensar en desgracias, por antiguos y concurridos, gentes hacinadas a las puertas de sus casas, otros subidos a fuentes públicas y muchísimos convirtiendo los interiores de las rotondas en privilegiadas tribunas.
Esto es el Tour y el Tour es del pueblo. Por eso, los más pequeños de la escuela de verano de Remoulins salieron a la calle vestidos de amarillo, con la cara pintada del mismo color, y a las afueras de Moussac, una pancarta confeccionada por los inquilinos de un asilo saludaba al Tour. Tampoco distrae al veterano motero ver tantos abuelos con nietos, jubilados y veraneantes en bañador, así como decenas de agricultores usando el tractor como atalaya, durante kilómetros y kilómetros de arcén.
Casi un millón de personas vio ayer el paso de los corredores camino del Mediterráneo. No estaban, sin embargo, Alain y Michel. Una pancarta a la entrada de Corconne lo explicaba: estaban en la iglesia, casándose. Pero también ellos saludaron al Tour. Que sean felices.

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