Un hombre en la ciudad
Hace ocho años que no pisaba la ciudad. La última vez que estuvo en Madrid -en el Círculo de Bellas Artes- todavía bebía whisky. Ahora, sólo agua, por recomendación médica. Desde el susto que le dio la salud, Carlos do Carmo no se permite más de dos conciertos al mes.
Este personaje de la historia contemporánea del fado, con 42 años en la brecha, ha grabado siempre para la misma discográfica, Philips, que más tarde fue Polygram y en la actualidad Universal. Contó que su promotora había llamado a la compañía en España para avisar de su llegada y que alegaron no saber quién era. "Cuando vuelva la próxima vez", bromeó, "quizá me llame Charles of the Charm y entonces sí que me reconozcan".
Carlos do Carmo
Carlos do Carmo (voz), Ricardo Rocha (guitarra portuguesa), Carlos Manuel Proença y José María Nóbrega (guitarra clásica) y Marino Freitas (guitarra bajo). 'Veranos de la Villa'. Jardines de Sabatini. Madrid, 13 de julio.
Presentó a sus guitarristas como los mejores músicos jóvenes. Buenos lo son un rato, aunque Nóbrega no sea ya tan joven. Los cuatro crearon una magnífica tela de fondo con sus precisas puntadas.
Hijo de Lucília do Carmo -de la que recordó el sabio consejo: "Canta hasta que aprendas"-, Carlos recurrió a la gran poesía portuguesa de Pessoa y Bocage, a poetas vivos como Graça Moura o Saramago, y al Manuel Alegre de Tres sílabas de sal que ha musicado el brasileño Ivan Lins.
Voz curtida
El poder de condensar que atribuyó a los poetas de su país se aviva en los tres minutos de un fado: en Gaivota, poema de Alexandre O'Neill al que puso música Alain Oulman para la gran Amália. Ella se erigió en el rostro y la voz del fado, y cantar fado hoy, siendo hombre, no es tarea fácil. La imagen de la mujer vestida de negro con un chal sobre los hombros y cantando su tristeza por la pérdida o la lejanía del ser amado se ha convertido en un icono de Portugal en el mundo. Y la de Carlos do Carmo es una voz varonil y curtida en un mar de jóvenes cantantes femeninas.
Del amigo ya fallecido, José Carlos Ary dos Santos, se trajo Um homem na cidade, innovador en su tiempo. Recordó la enseñanza de Quintín Cabrera de que la ciudad es un libro que se lee con los pies. La visión que tiene Carlos do Carmo del fado es abierta. En realidad, de no haber nacido en su amada Lisboa, quizá hubiera sido un crooner o un chansonnier. En su cabeza están Brel, Sinatra y Chico Buarque.
A su mujer, con la que lleva casado 40 años, y que cumplía años esa noche, le dedicó Estranha forma de vida. Y logró que el público se animara a cantar con él Lisboa menina e moça. Es posible que la próxima vez que lo veamos sea en las pantallas de cine. Carlos Saura vuelve a plantearse seriamente rodar su película sobre el fado, y Carlos do Carmo es uno de sus cicerones.
Babelia
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