Dominio, sentimiento y vulgaridad
Vaya por delante que a los toros de la modernidad les han quitado fiereza para inocularles sociabilidad.
Puede que a los amigos de las figuras no les seduzca el toreo de Eduardo Dávila Miura. Ellos se lo pierden. En estos tiempos del minipase y del pasito atrás después de cada muletazo fue un placer contemplar las series de derechazos vibrantes, ligados, citando con la muleta planchada, llevando al toro por donde quería el torero. En resumen: lo ejecutado con la mano derecha tenía empaque. Lo había trazado un torero de poder. Lo mismo aconteció con su segundo. Puso sobre el albero pamplonés la marca de su toreo; ese toreo tan lejos de los estándares que procesan las figuras. Este torero no se parece a nadie. Se parece a sí mismo. La mayoría de los toreros del escalafón se parecen tanto entre ellos que no se sabe quién es quién. En el cuarto de la tarde dejó aromas de espaciosidad de dominio, de ese toreo campero que siempre tendrá cabida en el arte de cúchares.
Fuente / Dávila, Juli, Perera
Toros de Fuente Ymbro, desiguales de presentación, algunos blandos, con dulcedumbre todos. Eduardo Dávila Miura: gran estocada (petición de oreja y vuelta); pinchazo y gran estocada -aviso- cae el toro (gran ovación). El Juli: estocada (oreja); estocada y descabello (silencio). Miguel Ángel Perera: estocada caída y descabello (ovación); estocada y descabello (oreja y petición de la segunda). Plaza de Pamplona, 9ª de abono. Lleno.
Otro torero que dejó un gran sabor fue Miguel Ángel Perera. En su primero apuntó templanza y buen gusto, con acentos hondos. Todo ello, en muy pequeñas dosis. Se tiró a matar con demasiada trampa en sus manos. Sin embargo, reservaba para el último de la tarde una pequeña antología del sentimiento. El diestro extremeño se sintió torero en el sexto. Aunque no lo querría decir en voz alta -no vayan a enfadarse los palmeros de las figuras-, explicó con su voz personal que el toreo es sentimiento. Lo demás es llenar renglones a la rutina; esa gran costumbre que tanto daño hace a la verdad de la fiesta brava con la sedeña voz del torero estaba sacando a la luz aquellas profundas palabras atribuidas a Rafael, El Gallo: "Torear es tener un misterio que decir, y decirlo".
Contrariamente, El Juli realizó en su primero una faena con series, derechazos ligados, más exento de hondura. Su última serie final estuvo ejecutada con demasiado encimismo. Por lo que ahogaba al animal. No obstante, esos muletazos fueron los más festejados por la bondad infinita que atesora el respetable público de Pamplona. En su segundo toro puede calificarse como la vulgaridad en traje de luces. Ésa es la definición aplicable a El Juli en ese toro. Vale decir que en este momento está más para contar los bienes de su cuenta bancaria que para torear como Dios manda. Y si no fuera demasiado atrevido diría que El Juli a veces parece, a pesar de lo joven que es, un anciano de seda y oro que fuera a pasarse el resto de su vida contando el dinero que amasó cuando era joven.
Frente a la vulgaridad repleta de dinero, ayer se impuso el toreo campero, dominador, del de siempre, con el añadido de lo que mostró Miguel Ángel Perera: la búsqueda del sentimiento interior, ese sentimiento que nace con cada joven que quiere ser torero. Antes que la gloria y el cortijo está la pasión por ir al centro de uno mismo, es decir, al centro de lo más sentido que tienen aquello que aspiraron desde su niñez a realizar las faenas más bellas y completas que puedan existir en el mundo de los toros.
Y, si se me permite, yo diría en voz baja a los jóvenes toreros que se buscan un hueco dentro del escalafón, que hubo un filósofo llamado Ciroán que advirtió lo siguiente: "Quien quiere ser más de lo que es, no dejará de ser más de lo que es". Ayer hubo dos toreros, Dávila Miura y Perera, que quieren ser ellos mismos.
Babelia
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