Los herederos rusos de Indurain
Menchov y Karpets viven en Pamplona, se han forjado en el espíritu Banesto y, según los expertos, algún día pueden ganar el Tour
Detrás del frontón Atarrabia, en el primer piso del antiguo matadero municipal de Villava, Pepe Barruso reina en una habitación decorada con fotografías de grupos de ciclistas. Un denominador común: en todas ellas aparece Miguel Indurain en diferentes fases de su vida ciclista. Como alumno de escuela, chaval espigado de 11 años, como alevín, como cadete, como juvenil, como campeón, gigante de amarillo rodeado de decenas de chavalillos. Son las fotos oficiales del Club Ciclista Villavés, la escuela que se fundó en 1975. Aquel año contaba con una docena de alumnos: la mitad de ellos se apellidaba Indurain. Eran Miguel, su hermano Pruden, y tres primos. Veinte años más tarde, en 1995, la foto de fin de curso es espectacular. Más de 100 chavales clavados contra la pared del frontón. Entre ellos, reciente ganador de su quinto Tour, Miguel Indurain. A su lado, Xabier Zandio y Koldo Gil, dos juveniles patilargos y sonrientes que años después se harían profesionales. Fue el año del apogeo, aunque el mayor número de alumnos se alcanzó el año siguiente, el triste 1996. "Desde entonces el número de corredores ha ido bajando", dice Barruso, uno de los fundadores del club y su actual presidente. "Pero no sólo por el efecto Indurain. Sí que se puede decir que las gestas de Miguel fueron un reclamo único, pero después de su retirada la cosa empezó a bajar por otros problemas, por el miedo de los padres al tráfico, por ejemplo, y por todo lo que ha hecho que también descienda la afición". Este curso el número de federados del Villavés no llega a 70.
Echávarri: "Menchov ganará el Tour, si no es éste será otro año; es una pena que vaya a explotar con otro equipo"
Karpets, que ya lleva el 'maillot' blanco, sorprendió en su día a Unzue: "Da relevos 'made in Villava"
Zandio, que ayer lució su palmito en la etapa del Tour, y Koldo Gil, que ganó una etapa en el último Giro son los dos últimos profesionales del Villavés. Salieron justo después de que Indurain lanzara su profecía: "El futuro del ciclismo está en el Este". Lo dijo al poco de retirarse, en 1997, lo dijo antes del advenimiento de Armstrong, lo dijo sin sospechar que pocos años después su equipo de toda vida, el Banesto, captaría a dos jóvenes rusos que se asentarían en Mutilva, en las afueras de Pamplona, que quedarían para salir con el resto de navarros del equipo -Arrieta, Zandio, Txente- en una rotonda junto a una frutería a 500 metros del Villavés y a otros 500 de su casa familiar, y que llegado el tiempo se convertirían en los dos ciclistas criados en Navarra con más posibilidades de ganar un día el Tour.
Denis Menchov nació en 1978 y llegó a Pamplona desde Orel, tierra de grandes llanuras y terratenientes literarios. Iván Menchov, el hijo mayor de Denis, es más español que ruso, más navarro que nada. Allí, en España, mientras él marcha por las carreteras francesas, se ha quedado con su madre, Nadia, y su hermano Alexandre. Es un síntoma de la voluntad de arraigarse en Pamplona de Denis, de seguir paso a paso el camino de Indurain, un corredor que allí en Rusia, en su equipo infantil y juvenil le sonaba a mito inalcanzable y desconocido. "Su nombre nos sonaba allí en Rusia", dice Menchov, "pero apenas teníamos consciencia de nada, del ciclismo que había fuera de Rusia. De todas maneras, conocía el Tour. Siempre quise ser un corredor-Tour". A los 19 años, Menchov llegó a Pamplona, un chaval tímido y silencioso que no sabía hablar más que ruso. Había destacado con la selección rusa en una carrera disputada en los Pirineos franceses y Francis Lafargue, el hombre del Banesto en Francia lo contrató para el equipo amateur después de duras negociaciones. En Pamplona se acopló con Zandio y Koldo Gil y con tremenda seguridad y paciencia empezó a subir los escalones que le conducirían a la consideración de hombre Tour, los escalones que le iba trazando poco a poco José Miguel Echávarri, los mismos que una década antes había ascendido Indurain.
A los 23 años, en 2001 debutó en el Tour grande y ganó el Tour del Porvenir (como Indurain a los 22), a los 25, en su tercer Tour, terminó 11º y con el maillot blanco de mejor joven. A los 27, este año, llega ya al Tour con hambre de podio, por lo menos. Pero no llega dentro del equipo en el que se ha formado, sino como líder del equipo Rabobank, por el que fichó el año pasado. Su crecimiento no había pasado inadvertido a ninguno de los grandes equipos del pelotón mundial. "Yo también lo quise", dice Walter Godefroot, el director del T-Mobile. "Y yo", añade Johan Bruyneel, del Discovery de Armstrong. "El principal motivo del cambio de equipo ha sido el económico", dice Menchov. "Pero no me he ido a cualquier equipo. En el Rabobank también piensan en mí como en un hombre Tour y no he sufrido ninguna presión durante toda la temporada. A ellos sólo les intereso en el Tour".
"Menchov ganará el Tour, si no es éste será otro año y es una pena, una pena, que llegado a la edad en que le toca empezar a explotar decida hacerlo en otro equipo", dice Echávarri, a quien la marcha de Menchov le trastocó la escala regular de evolución dentro de su equipo, un equipo que planea todo guiado por el Tour. "Pero eso no obsta para que si Denis gana el Tour o tiene una gran actuación no sienta una gran satisfacción íntima, porque sé que en su rendimiento tendrá un gran peso todo lo que ha aprendido con nosotros, nuestra filosofía".
Sobre la puerta de los trenes franceses un letrero advierte a los pasajeros a la hora de bajarse: "Cuidado, un tren puede esconder otro tren". En el Illes Balears-Caisse d'Épargne -el nombre esta temporada del Banesto de toda la vida- un ruso escondía otro ruso, otro mundo. Si Menchov llegaba del campo, Vladimir Karpets, de 24 años, llega de la ciudad, de San Petersburgo, y ha llegado a Pamplona por un camino más enrevesado. A Karpets el quinto Tour de Indurain le pilló ya en España, un niño de 14 años en el grupo que Kuznetsov y Ekimov, el corredor del Discovery, han organizado en Tortosa (Tarragona), un mundo cerrado, complicado y pequeño. "A Kuznetsov no le interesa sacar corredores para otros equipos, sólo quiere tenernos a todos controlados allí y una vez que sales ya corta todas las relaciones contigo". Karpets -gigante de 1,93 metros, extremidades exageradas que le molestan cuando se tumba sobre la bicicleta en las contrarreloj- rompió con Kuznetsov en 2003 y a los 22 años debutó ya en el Tour. Y de entrada se ganó grandes elogios en la contrarreloj por equipos. "Ha dado relevos made in Villava, dijo su director, Eusebio Unzue. Al año siguiente, como Menchov 12 meses antes, terminó con el maillot blanco de mejor joven y 13º en la general. Y de blanco está en este Tour desde el sábado, un asunto que parece molestarle. "Jo, todavía estamos muy lejos de París y ya tengo que estar pensando en este maillot", dice. "Mucho mejor como el año pasado, que lo gané la víspera de llegar a París".
Karpets es tímido y duda antes de soltarse a hablar en español, pero de su lado, siempre que está en Pamplona, no se separa Tania, su mujer, nacida también en San Petersburgo, a quien conoció hace tres años en una bolera. Tania habla español, inglés, francés... es el lado extravertido del gigante tímido. Habla mientras acuna en sus brazos a Eric, el hijo que nació hace apenas cinco semanas. "Nació el lunes que volví yo del Giro de Italia", cuenta Karpets. "Fui directo desde el aeropuerto hasta la clínica". Como Karpets decidió a última hora correr el Giro para preparar el Tour, y lo hizo también que terminó séptimo, Tania movilizó a sus vecinos de Mutilva para cuando llegara el momento de ir a la clínica. También Tania organizó la compra de su coche, un BMW que condujo Karpets desde Alemania hasta Pamplona en una noche, y la compra por Internet todo lo que necesita un recién nacido.
Aparte de terminar séptimo en el Giro, Karpets quedó segundo en la contrarreloj que ganó Basso, un hecho que a más de uno le dio pie para pensar que su aventura en el Tour podría acelerarse. "Pero no, pero no", advierte Karpets. "Todavía me queda mucho por aprender, todavía tengo que mejorar en muchas cosas".
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