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Reportaje:LONDRES GANA LA GRAN BATALLA OLÍMPICA DE 2012

El héroe de acero

Sebastian Coe, impulsor de Londres 2012, asombró al mundo con sus marcas en medio fondo

Santiago Segurola

Sebastian Coe, presidente de Londres 2012, mueve al equívoco desde que comenzó a asombrar al mundo con sus excepcionales marcas en el medio fondo. Se le veía flaco, un poco intimidado, sin el nervio suficiente para enfrentarse a Steve Ovett, su coetáneo inglés en la época en que ambos cambiaron el destino del atletismo mundial. Ovett, hijo de un tendero de Brighton, daba el aspecto de atleta rudo, insolente y competitivo. Coe, hijo de un ingeniero y de una actriz, nacido en Londres en 1956, parecía el perfecto chico de la clase media alta que no tenía las agallas para superar a su duro adversario. Pero no era así. Debajo del estilo elegante de Sebastian Coe, de su actitud displicente, de un físico que no parecía gran cosa, latía uno de los atletas más competitivos que jamás se han visto en una pista. Batió 11 récords del mundo durante una carrera que terminó como ahora en Singapur: con una sorpresa monumental. Después de conquistar dos medallas de oro en la prueba de 1.500 (Moscú-80 y Los Ángeles-84) y de ganar dos de plata en su prueba favorita, los 800 metros, también en Moscú y Los Ángeles, se retiró en 1989 después de conseguir la mejor marca de su vida en 1.500. Bajó de 3m30s, se retiró y se dedicó a la política, donde volvió a ser caricaturizado como un hombre inconsistente, incapaz de afrontar con garantías los grandes retos que le esperaban en el Parlamento y en el Partido Conservador, del que es militante desde niño.

Sus memorables batallas con Steve Ovett cambiaron de forma definitiva el atletismo

Lo que caracteriza a Sebastian Coe es una impresionante capacidad para superar todos los desafíos, y se ha enfrentado a algunos descomunales. Ayer, en Singapur, logró un éxito inimaginable hace un año, cuando la candidatura de Londres parecía destruida. Coe, que ejercía de vicepresidente, sustituyó a la empresaria estadounidense Barbara Cassani, primero entre el escepticismo de la prensa y luego en medio del entusiasmo general. Su impacto sobre la candidatura de Londres ha sido de tal calibre que la victoria hubiera sido imposible sin Coe en la presidencia del proyecto. ¿Por qué? Porque ha sacado las mismas cualidades que le hicieron el más admirado de los mediofondistas de su tiempo: un increíble sentido para levantarse de la lona, superar la adversidad y aparecer como un trueno para ganar en la línea de meta. No era el blando de la película en sus memorables batallas con Ovett, la página más inolvidable en la historia del mediofondo y posiblemente la rivalidad que cambió definitivamente el atletismo y quizá los Juegos Olímpicos.

Durante su juventud, Sebastian Coe fue modelado por su estricto padre, Peter, un ingeniero que descubrió alguna cualidad del chico para el atletismo. Le interesó tanto el asunto que, sin ningún conocimiento previo de las técnicas de entrenamiento, comenzó a devorar libros para extraer enseñanzas para el joven aspirante a atleta. Se cuenta que Peter Coe adiestraba al joven Coe con un chándal, bajo el cual vestía un traje impecable. La exigencia del padre con el hijo nunca dejó de ser máxima. Sebastian Coe no tenía las condiciones naturales para ser un gran atleta. De eso se encargó su padre, que perfiló uno de los mediofondistas más elegantes que se han visto en los estadios. Y uno con un instinto devastador en la competición.

Aunque nacido en las comodidades del barrio londinense de Fulham, de donde ha sacado su afición por el Chelsea, el equipo de Fulham Road, Sebastian Coe se trasladó pronto con su familia a Sheffield, en el corazón del laborismo. Como siempre, a contracorriente. Estudio en la Universidad de Loughborough y para los 23 años era el atleta más famoso del mundo. En 1979, batió tres récords mundiales -800, 1.500 y la milla- en el plazo de 41 días. Sin embargo, quienes dudaban de su fibra de ganador creyeron acertar una tarde de verano de 1980. Coe, desafiando las instrucciones de Margaret Thatcher, acudió a Moscú, donde el boicot de Estados Unidos y numerosos países estuvo a punto de destrozar los Juegos. En realidad, aquellos Juegos los salvaron dos atletas: Coe y Ovett, actores de dos carreras inolvidables.

Ovett venció a Coe en los 800 metros, la distancia favorita del chico de Londres. No sólo tenía el récord mundial, sino que era una marca inaccesible para cualquier otro atleta. Pero Ovett lo manejó como un trapo. Coe terminó destruido y atacado por su padre, que se sintió humillado por la actuación de su hijo. Una vez, la realidad fue diferente a las previsiones. Se recuperó, ganó a Ovett en la final de 1.500 y lo expresó con un júbilo incontenible en una de las fotografías que han definido el deporte moderno. Ganó Coe. Se salvaron los Juegos Olímpicos. Cuatro años después, fue derrotado por el brasileño Joaquim Cruz en los 800 metros, pero después de seis carreras en siete días ganó la final de 1.500. Un tipo duro debajo de un aire colegial.

Un breve paso por el Parlamento, una fallida colaboración con el ex dirigente conservador William Hague, la pérdida del escaño por la pequeña localidad costera de Falmouth: daba la sensación de perderse la estela de Coe, convertido en Barón Coe de Ranmore en virtud de su presencia en la Cámara de los Lores. Pues, no. Este hombre es el más afilado de los competidores. En un año ha convertido una candidatura moribunda en la ganadora de los Juegos Olímpicos de 2012. Sebastian Coe salvó los Juegos una vez. Ahora los Juegos le conceden la mayor recompensa posible. Habrá que esperar al futuro. Coe quiere más.

Sebastian Coe bate a su compatriota Steve Ovett (a la izquierda en la foto) en la inolvidable final de los 1.500 metros de los Juegos de Moscú de 1980.
Sebastian Coe bate a su compatriota Steve Ovett (a la izquierda en la foto) en la inolvidable final de los 1.500 metros de los Juegos de Moscú de 1980.AP
Coe y otros miembros de la candidatura, tras conocer el triunfo.
Coe y otros miembros de la candidatura, tras conocer el triunfo.EFE

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