La comunidad
Me voy a la inauguración de una biblioteca, que todavía no tiene nombre porque está situada en el antiguo trastero de una comunidad de vecinos, en la calle de Palencia, 43-45. No es broma. Estos vecinos han montado una biblioteca en el cuartucho en el que normalmente se guardan las bicicletas o la escalera de la señora de la limpieza. Los libros -aproximadamente unos 1.000- son aportaciones de todos los residentes.
"¿Es este el bloque donde se inaugura la biblioteca?", le pregunto a un señor en bermudas. "Éste es", contesta él mientras me abre. Y añade: "Si usted tiene tiempo y ganas, cuando termine con este evento, le contaré una cosa que tal vez sea de interés general, no sólo particular." Le escucho. "Desde mi ático, al que con mucho gusto le dejo acceder, se ve lo que es la estación de la Sagrera. Allí hay jaimas bereberes, danzas rusas y todo lo que se pueda usted imaginar... Le puede interesar a nivel periodístico porque a simple vista no se ve. Si usted considera que le interesa como cosa noticiable, con mucho gusto la informo". Le doy las gracias y echo un vistazo a mi alrededor. La biblioteca es sencilla y agradable. El suelo es nuevo, recién puesto. En las paredes han colocado fotografías de fiordos, glaciares y paisajes canadienses. También hay una mesa de oficina, supongo que para el bibliotecario en funciones, que ahora está llena de platitos de patatas fritas y cacahuetes. Las estanterías son oscuras y se ven repletas de libros y flores secas.
Insólita iniciativa: una comunidad de vecinos de Barcelona ha creado una biblioteca en los bajos del edificio
Mientras el presidente de la comunidad ultima todos los detalles y saluda a Sergio Vila-Sanjuan, que ha venido en tanto que Comisario del Año del Libro, me entretengo mirando los títulos. No están ordenados alfabéticamente, sino al azar. "Pero la hija del concejal de Cultura, que es bibliotecaria, nos ha prometido que nos va a orientar", me aclara un vecino al ver mi preocupación. El caso es que, de momento, en los estantes encuentro uniones curiosas. Precisamente hay un libro de Vila-Sanjuan que está colocado al lado de los monólogos de Buenafuente. Han puesto una novela de Félix de Azúa al lado del catálogo del Año del Libro. Mosén Ballarín se encuentra emparedado entre André Malraux y Marcel Proust. Y éste, a su vez, es vecino del volumen Modela con pasta de papel.
Miro si los libros, al ser donativos de los vecinos, están firmados o tienen alguna marca. Y sí. El centpeus coixet, por ejemplo, pertenece al niño Xavier, de la escalera A. Grandes personalidades de la literatura catalana era propiedad del señor Pallarès, y fue comprado, leo, en 1985. En la misma estantería me encuentro una joya: El libro de la vida sexual, dirigido por Juan José López Ibor, que si bien no tiene firma, sí tiene un papelito marrón en la página 30. En él han mecanografíado el nombre de la señora Concepción Solá, viuda de Albín.
"Tristán, ¿voy cortando el jamón, ya?", pregunta un vecino guasón. Y don Tristán, que es el presidente de la comunidad (y también autor de libros de crecimiento personal, disponibles en la biblioteca) sonríe. "Es broma", me aclara, "no hay jamón, pero ya ves que esto propicia la unión entre nosotros. La concordia. Porque yo advertía que se había perdido ilusión en esta comunidad y ahora se ha recuperado. ¿Tú te crees que el otro día me viene un vecino y me pide perdón por no haber venido a la reunión? Esto no había pasado nunca, nunca. Pero es que nunca, nunca. Todo es gracias a los libros".
Y empieza la inauguración. Ha venido el concejal de Cultura del distrito, Joan Pallarès, (donante de algunos volúmenes) y también los de la tele. Después de los discursos, que no son nada formales y hacen reír a los congregados, viene el momento del piscolabis. "Y si usáis este cuarto de biblioteca, ¿dónde guardáis las bicicletas?", le pregunto a la vecina del quinto primera (de la escalera A). "Las bicicletas, en casa", contesta ella, la mar de simpática. Y me pasa un platito de avellanas, para picar. "Queremos que esto sea una cosa cultural", añade. "Queremos que la gente la respete. Nos preguntábamos qué podíamos hacer para que los vecinos se miraran otra vez, se unieran, y se nos ocurrió lo de la biblioteca. Piensa que en las reuniones siempre éramos los mismos". Le pregunto, entonces, si había algún problema entre ellos. "No, no, pero, claro... Cuando vinimos aquí hace 20 años nos conocíamos todos los matrimonios. Ahora, claro, ha ido viniendo gente nueva (sobre todo en la escalera A) y cuesta tanto comunicarte...".
Todo el mundo es muy amable. Una señora y su hija me acercan un plato de galletas, así que, aprovechando la proximidad, les pregunto si siguen teniendo libros en casa o si los han donado todos a la colectividad.
"Tenemos los más queridos, claro. En casa hay que tener libros. Pero se bajan los que ya has leído". A nuestro lado, un periodista le explica al presidente que la noticia de la inauguración saldrá en las noticias de las nueve. "Tanto crimen, tanto crimen... Pues hoy sale lo nuestro", grita un vecino. Y al ver que apunto, me acerca un vaso: "Bebe un poquito de Trina, mujer, que hace calor", exclama. Y yo accedo, optimista.
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