El último filósofo
Ayer, 21, fue el cumple del último filósofo, y su patria -según crónica de este periódico- le denigró. No le ha perdonado el gesto diogénico de rechazar la Legión de Honor; no le han tolerado que declinara el Premio Nobel. Ni que saliera a la calle, a la esquinita del bulevar de St. Germain-des-près con la plaza, a la puerta del Deux Magots, a vender los periódicos revolucionarios en mayo del 68. Pasan 25 años de su muerte y lo más suave que le dicen es que estuvo equivocado. Quizá, pienso, se equivocó el devenir histórico de Francia y, por lo tanto, del mundo, que no le siguió. Una buena burguesía tiene de importante que siempre resiste a sus filósofos, y la que se estableció tras la Revolución Francesa que había seguido a sus enciclopedistas y los arrojó a los grandes volúmenes de La Pléyade, prisión de cuero de Rusia y filetes de oro, pero de la que no escapa nadie. Sartre daba esos rabotazos que se le conocen para escapar de la burguesía natal, de la Escuela Normal Superior y de la esposa que le engañó con él mismo describiendo su agonía de una manera cruel, escapó de la viscosa y falsa biografía judaica que le escribió Bernard-Henri Lévi, y está escapando de las conmemoraciones, las exposiciones, los discursos de honor.
Fue el último filósofo. O sea: un escritor que escribe sobre realidades tenebrosas y misterios burlescos para llenar el vacío, un explorador de lo que a veces se llama "destino", "dios", el "diablo", y luego termina siendo, en París, el alemán de siempre, el comunista de siempre. Lo estaban haciendo los más ilustres escritores de la gran estación de la posguerra en la que todo el mundo quería pensar, y lo hacían hasta los negados. La última Francia cristiana se disolvía en pensadores izquierdistas incompatibles: Mauriac, Bernanos o el extraño monumento Claudel, que no dejó a la historia más que una manera de hacer alejandrinos.
Pero Sartre, con perdón de su patria, todavía sirve. Todavía, incluso en La Pléyade, saltan ideas bravas que colisionan con el légamo diario. El último filósofo del mundo abastece de frases a los que le combaten y le niegan, a los metafísicos, a los convivenciales, a los neomoralistas que sacan la ética antigua para prohibir que esta sociedad avance. Y, sin embargo, se mueve, incluso se presenta en lugares donde nunca había sido invitada. Está.
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