El regreso de la rubia glacial
Maria Sharapova regresó a Wimbledon un año después de conquistar el título que le ha convertido en una estrella del deporte. Entró en la pista central para jugar frente a la española Nuria Llagostera, 36ª jugadora mundial, pero con un paso fugaz por el torneo. Sólo había ganado un partido en sus últimas cuatro participaciones y no era el día para ganar el segundo. Sharapova dominó el encuentro con facilidad (6-2 y 6-2). Llagostera, con un estilo muy parecido al de Arantxa Sánchez Vicario, no tuvo ninguna oportunidad. Sólo encontró alguna rendija cuando logró alargar los puntos, lo que producía cierto descontrol en la rusa. Pero el partido se jugó al ritmo que marcó Sharapova: un tenis expeditivo, sin concesiones.
Apareció Sharapova en la pista como una diva. Impecable con su nuevo modelo, la piel satinada, las piernas interminables, las zapatillas con la franja de oro de 21 quilates, el gesto frío... El público la recibió con todo el entusiasmo que se puede permitir Wimbledon: la educada ovación de unos aficionados bastante circunspectos o bastante aplastados por el calor. A Sharapova no le afectó jugar bajo la solanera del mediodía. Pertenece a ese tipo de chicas que siempre tienen el bronceado perfecto y el tono adecuado de rubio. Por eso es adorada por las revistas de moda y las grandes compañías de prendas deportivas. Comparada con Kurnikova, parece una de aquellas rubias glaciales que tanto motivaban a Alfred Hitchcock.
Sharapova no ha vuelto a ganar un gran torneo desde su victoria en la última edición de Wimbledon. Ha dicho que su éxito le obliga a ser empresaria y tenista. O sea, que se ha distraído. Pero en la hierba es temible.
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