"El movimiento ecologista ha influido mucho en la poesía reciente"
Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, Córdoba, 1957) es un poeta que gusta de los valles, de los pájaros y las estaciones. Su último libro, El vuelo de la bruma, fue premio Ciudad de Salamanca y acaba de ver la luz en la editorial sevillana Algaida. Ahora prepara un nuevo libro en prosa, al estilo memorístico de su excelente El viento derruido.
Pregunta. Su nuevo libro continúa la línea de los anteriores, con la naturaleza y la memoria como protagonistas. ¿Son ambos elementos su fuente de inspiración?
Respuesta. Pienso que sí. Tanto la naturaleza como la memoria engloban mi obra y son fundamentales, incluso en mis incursiones en la narrativa. Nací en un pueblo, y desde niño me ha gustado muchísimo el campo. La ornitología es una de mis grandes pasiones, por eso aparecen tantos nombres de aves en todo lo que escribo. Pero creo que hay una diferencia entre este libro y los anteriores: lo encuentro más amoroso y reflexivo.
P. "Dónde está el mundo / pequeño de las voces / que se fueron", dice usted en un poema. ¿A qué o quién invoca en esos versos?
R. Es la presencia de los muertos, de los seres queridos que ya no están. En mi niñez, en los años sesenta, todos los vecinos éramos como una familia. Estos versos invocan ese mundo donde el paisanaje nos unía mucho más que ahora. Actualmente creo que no sólo en las grandes ciudades, sino también en cualquier pueblo, no se da esa conexión íntima y familiar. Vivimos una época de individualidades.
P. ¿Le desagrada la gasolina y los neones que tanto abundan en la poesía actual?
R. La verdad es que cada vez me gusta más la ciudad, la vida urbana. Creo que me estoy convirtiendo en un animal cada vez más urbano (risas). En cualquier caso, si la poesía es buena me da igual donde esté ambientada, o si es metafísica, neorromántica o simbolista. Sólo pido que sea digna y bien elaborada, una unión de ética y estética: decir algo, y decirlo de una manera bella y emocionada, eso es lo más importante.
P. Ahora parece que muchos jóvenes poetas están volviendo a la naturaleza como tema recurrente. ¿A qué cree que se debe?
R. Es curioso, los dos o tres últimos premios Adonais beben mucho de esa fuente, y yo lógicamente me siento muy cerca de ellos. Cuando se busca el yo, el sentido del hombre, se vuelve necesariamente a la naturaleza. Quizá hay también un cansancio de las fórmulas que ha venido usando la poesía urbana. Se están abriendo nuevas vías, y eso siempre es positivo. Por otra parte, creo que el movimiento ecologista ha colaborado mucho en ese giro; puede que de un modo inconsciente, pero su influencia en la poesía reciente es innegable. En cualquier caso, el poeta ve todo lo que está ocurriendo, la progresiva destrucción del mundo, y como es un ser reflexivo y de emociones toma partido. Ahí está la poesía de Antonio Cabrera, que es uno de los grandes autores españoles de este momento.
P. Lo cierto es que, sea en el campo o en la ciudad, la poesía española está superpoblada. ¿A quiénes salvaría de una limpieza demográfica?
R. Curiosamente, siento inclinación por los más jóvenes: por José Luis Rey, por Martínez Ros, por Javier Vela, por Pérez Azaústre... Luego salvaría a poetas que considero fundamentales y grandes amigos, como Antonio Colinas o José Manuel Caballero Bonald, que para mí es el escritor más completo que tenemos... A éstos y a Claudio Rodríguez, que ha sido siempre muy importante para mí.
P. Ya está trabajando sobre un nuevo libro en torno a la memoria histórica, ¿cómo será?
R. Mi nuevo libro saldrá en Anaya, en octubre, y llevará por título Sosteniendo la niebla (los últimos pastores). Creo que es mi trabajo más literario, es un libro de viajes, con partes de ensayo, de narrativa, de poesía, de periodismo, de memorias, casi un diario... Mi escritura va cada día más hacia la fusión de géneros, como se está haciendo en la literatura centroeuropea, con gente como Claudio Magris o Peter Handke. Cuando se habla de muerte de la novela, yo insisto en que el camino es fusionar. Respecto al contenido de Sosteniendo la niebla, era una idea que me rondaba desde que hace muchos años leí Los santos inocentes y vi la película. Me dije que algún día escribiría sobre los pastores de chozos, una raza épica, mágica, y casi extinguida, pues hoy las alambradas casi cuidan más del ganado que los propios pastores. Quería contar la libertad de estos hombres y también el sometimiento en que vivían, su extrema pobreza.
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