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Las arrugas de la realidad

Pablo Salvador Coderch

Agradézcanselo a la despenalización del aborto, escribe Steven D. Levitt: el descenso continuado de las tasas de criminalidad que viene produciéndose en Estados Unidos desde 1990 se explica porque, desde entonces, empezaron a dejar de ingresar en una adolescencia criminal cohortes enteras de niños infelices, pero abortados antes de nacer. Diecisiete años antes, en 1973, el Tribunal Supremo había constitucionalizado el derecho al aborto, y al cabo de poco, en 1974, ya interrumpían su embarazo tres cuartos de millones de mujeres norteamericanas, la mayor parte de ellas pobres, con escasa educación y menos recursos: una generación más tarde, hubo menos delitos porque había menos candidatos a cometerlos. Así, la tasa de aborto aplasta el huevo antes de su eclosión.

Con frecuencia no tenemos más remedio que remontarnos a lo que éramos hace una generación para saber por qué las cosas de hoy son como son

La tesis da arcadas, pero a Levitt, un granuja prodigioso de 37 años de edad y probablemente el científico social más brillante de la generación del iPod, puede valerle el Nobel. La realidad sólo se deja ver entre sus arrugas y, con demasiada frecuencia, no tenemos más remedio que remontarnos a lo que hacíamos o éramos hace una generación para saber por qué las cosas de hoy son como son.

Levitt ha impresionado a otro tipo listo, Stephen J. Dubner, un periodista del New York Times, para que le coescriba un libro de divulgación que ya es un éxito de ventas y cuya lectura es la mejor recomendación que se me ocurre para bachilleres interesados en cursar estudios universitarios de derecho, economía y otras ciencias sociales (Freakonomics. A Rogue Economist Explores The Hidden Side of Everything, HarperCollins, 2005).

Un atractivo adicional del libro es que Levitt, especialista en torneos, desnuda otras verdades lúgubres, pero menos letales. Así, por ejemplo, muestra lo sencillo que resulta amañar una liga deportiva y convertir la competición en una farsa: en Japón, la élite del sumo, un deporte de lucha, está compuesta por unas docenas de luchadores que compiten en seis rondas de torneos anuales con 15 peleas cada una. Para permanecer en la cima del ranking, un luchador debe ganar ocho veces en cada ronda, pero no le hace maldita falta ninguna victoria más. Es intuitivo comprobar cómo los deportistas y sus asociaciones tienen un incentivo poderosísimo para hacer trampas a partir de la octava victoria. ¿Qué pasa en nuestro país cuando un equipo vence en su liga semanas antes de que ésta finalice?

Levitt, Némesis de la corrección política, es tan brillante que jamás ha gastado un minuto en definir un programa de investigación. Pregunta sin pudor, pero con ingenio infinito, y se pone a investigar río arriba, caiga quien caiga, con resultados espectaculares.

¿Cómo podríamos averiguar si nuestro agente de la propiedad inmobiliaria dedica el tiempo apropiado a la compra del piso soñado? Levitt, que formuló esta pregunta con relación a los agentes de su país, hurgó en los archivos y encontró el dato relevante: los agentes también venden sus propias casas y, como es humano, despliegan mayor esfuerzo en sus propios asuntos que en los de sus clientes.

Durante 30 años me he preguntado a mí mismo qué nos hace buenos padres, cuáles son las reglas de oro de la educación de los hijos. Al cabo, mi mujer y yo sólo hemos aprendido qué hace de uno un desastre de padre, pero no disponemos de respuestas positivas -si las tuviéramos, seríamos más famosos que Levitt-. Éste, sin embargo, consigue uno de los capítulos más logrados del libro cuando responde a esta pregunta: importa -escribe- el nivel de educación de los padres, pero no si están divorciados; influye que la madre tenga más de 30 años en el día del parto, pero no que deje su trabajo hasta el comienzo de la preescolar; ayuda que haya libros en casa, pero no que se los lean al pobre niño; tampoco importa que los niños vean mucha o poca televisión -en Finlandia, los niños empiezan la escuela como lo hacíamos nosotros, a los siete años de edad, y se empapuzan hasta entonces de películas norteamericanas subtituladas en finlandés-. El resultado fascinante es que, el día de su ingreso en las magníficas escuelas finladesas ya saben inglés y han aprendido a leer su lengua nacional. Importa también si los niños fueron adoptados, pero no si recibieron algún bofetón: como promedio, los niños adoptados rinden en las escuelas menos que los biológicos, pues su coeficiente intelectual depende más de sus padres naturales que de los adoptivos y el de aquéllos suele caer por debajo del de éstos. Pero, con los años, el esfuerzo de los adoptantes rinde y los jóvenes adoptados salen adelante con cierta ventaja.

Todos ansiamos ocultar nuestras arrugas, pero la realidad es muy tozuda: la mejor lección del libro es que cosechamos hoy lo que fue sembrado hace muchísimo. Los humanos hemos evolucionado para hacer frente a retos tangibles e inmediatos y nos resulta muy costoso remontarnos a las causas profundas de la realidad. Levitt nos enseña que lo importante es lo que eres, pues la mayor parte de las cosas que realmente importan fueron decididas mucho tiempo atrás. Dura lección, pero ¿podremos seguir ignorándola?

Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho civil de la Universidad Pompeu Fabra.

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