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Reportaje:

Olor a gas en la corrala

Los vecinos del menor muerto por una explosión causada por su padre dicen que la tragedia se veía venir

Oriol Güell

"La corrala olía a gas. Se lo dijimos tres veces, pero no hizo caso y se encerró con el niño. Luego se oyó la primera explosión". Así recuerdan los vecinos lo ocurrido en la vivienda de Puente de Vallecas en la que murió el lunes por la noche un niño de cuatro años por una explosión de gas causada por su padre, Antonio B., de 32 años. Éste permanece ingresado en estado muy grave en el hospital de Getafe, con el 85% de su cuerpo quemado.

La madre del menor, Carmen M., preocupada por dejar al pequeño con el padre después de la fuerte pelea que la pareja tuvo la noche anterior, pidió permiso en el restaurante en el que trabaja para volver a casa. Quizá fue una intuición, pero llegó tarde por poco. Anduvo los 400 metros que separan el local de su hogar para encontrárselo en llamas. Pero lo peor estaba por llegar: su hijo, que era trasladado en una ambulancia del Samur, murió poco después.

Vecinos y allegados de la pareja sufrían ayer el dolor por la pérdida y una punzada de culpabilidad. "Se veía venir... ¡Se veía venir!", exclamaban.El pequeño murió en la madrugada de ayer, pero los hechos pero los hechos que precipitaron la tragedia empezaron unas 30 horas antes. "Antonio tuvo una pelea muy fuerte con Carmen. Él amenazó a su mujer con hacerle daño donde más le iba a doler", recuerda el vecino Julio Jesús Domínguez, de 33 años y padre de tres niños. "Él no durmió en casa aquella noche. Y ella se quedó preocupada porque iba a tener que dejar al niño con su padre cuando se fuese a trabajar", explica Dolores Fernández, dueña del bar cercano y "muy amiga" de la madre.

Carmen M., de 26 años, trabaja en el restaurante La Bámbola de una a cinco de la tarde y desde las nueve de la noche a la una de la madrugada. Sus amigas en el barrio confiesan que, en los últimos tiempos, mientras la crisis de la pareja se agudizaba, ella sufría por dejar al niño con su marido.

El lunes fue la abuela la que recogió al pequeño en el colegio Amós Acero. Lo acompañó hasta la corrala, en la que pasaba las tardes jugando con los niños del vecindario. Alba, de tres años e hija de Julio Jesús, era su mejor amiga. "Tienen casi la misma edad", explica el padre de la niña. Aparentemente ajena a lo ocurrido, Alba correteaba ayer por la corrala y miraba de vez en cuando el montón de cascotes y muebles ennegrecidos por el fuego y acumulados bajo la vivienda quemada. "Yo creo que la abuela ya intuía algo, porque cuando él llegó por la tarde, ella quería llevarse al niño. Antonio la mandó a casa", explica Julio Jesús.

El padre del niño "no está bien", explica Dolores, la dueña del bar. "Hace cosas raras, como meterse con el coche por la acera y conducir como un loco", sigue. "Carmen es un sol, no se merece esto. Honrada, trabajadora y buena persona. Él, en cambio, es un poco raro", concluye.

Carmen pidió a Julio Jesús que cuidara de su hijo aquella tarde y que le diera de cenar. "El niño quería cenar con su padre, pero él le mandó venir. 'Ve a cenar, cabezón', le dijo. Y le pegó dos collejas. El pobre niño vino llorando", añade Julio Jesús.

En aquellos momentos, sobre las nueve de la noche, los vecinos ya olieron a gas en la corrala. "Ya olía media hora antes, más o menos. Se lo dije entonces a Antonio, pero él no contestó nada", explica la mujer de Julio Jesús. "Me extrañó que, con el calor que hace, él estuviera en casa con las ventanas cerradas", añade éste.

El pequeño cenó con los tres hijos de su vecino Julio Jesús. Jugó un rato con ellos y subió a casa. Los vecinos olieron de nuevo a gas y alertaron otra vez a Antonio, pero éste no les hizo "ni caso", recuerdan. Poco después, la esposa de Julio Jesús salió a tender una colada. "Olía muchísimo y volví a gritarle que qué estaba haciendo, que no se le ocurriera encender un cigarro", recuerda la mujer. Entró en su vivienda "muy preocupada", pero ya no le dio tiempo a nada más.

"Enorme explosión"

"Mi mujer cerró la puerta y se oyó una enorme explosión. Fue tremendo. Se movió todo", recuerda Julio Jesús. "Salimos todos los vecinos y vimos las llamas que salían de la habitación del chiquillo. Su padre había llevado la bombona de butano allí", añade.

La idea de que Antonio había "querido suicidarse, matar a su hijo o las dos cosas a la vez" corrió como una bala por la mente de los vecinos. Pero en aquellos momentos, todos se volcaron en intentar sacar al niño de la vivienda destrozada.

"El padre salió del piso, en el que se oía llorar al niño. Todos le gritamos '¡Antonio, el niño! ¡Saca al niño de allí!', pero él no nos hizo caso", relata otro vecino. "El tío bajó las escaleras y se fue a la calle", añade Julio Jesús. Otro vecino empujó la puerta del piso para rescatarlo. Lo vio "sentado, llorando y sin moverse en el comedor". Entonces se produjo una segunda explosión, la que probablemente mató al niño.

La confusión, los gritos y el miedo se apoderaron de la corrala. También la rabia contra el padre. Julio Jesús ya no tuvo ninguna duda de lo sucedido cuando le escuchó decir a los policías que le atendían: "Lo he conseguido. He matado a mi hijo. Ahora matadme si queréis".

Más o menos en aquellos momentos, el jefe de Carmen, la madre del niño fallecido, le daba permiso para volver a casa. No había mucho trabajo en el restaurante y Carmen estaba preocupada por haber dejado al niño con su padre.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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