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Tribuna:LA ECONOMÍA VALENCIANA
Tribuna
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De crisis y burbujas. Apuntes de la historia

Es discutible que Marx estuviera en lo cierto cuando en El Dieciocho Brumario afirmó categórico que la historia siempre se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. Cuestión distinta es que el pasado, como marco sin incertidumbre, sea una excelente referencia para reflexionar sobre el presente. La consideración viene sugerida por la forma en cómo se están abordando dos de los principales riesgos de la economía valenciana actual: la grave situación de los sectores tradicionales de la industria (casi toda) ante el aumento de la competencia resultante de la globalización y la espectacular expansión de la construcción residencial acompañada de un alza, no menos espectacular, de los precios asimilada, por instituciones de prestigio, a una burbuja especulativa, aunque sea con el especial lenguaje utilizado en sus informes.

Pocos saben hoy que la industria sedera fue el principal sector de la manufactura valenciana
Como Business Week acaba de reiterar, en España las industrias intensivas en trabajo no tienen futuro

Uno y otro no son rasgos diferenciales de nuestra economía. La deslocalización amenaza a todas las avanzadas y el alza espectacular del precio de la vivienda afecta por igual al Reino Unido o Estados Unidos, donde acaba de alcanzar un nuevo récord, como a la Comunidad Valenciana. Nuestra desventaja reside en que ante problemas comunes con el resto de las economías desarrolladas, las respuestas o no existen o pretenden obviar principios elementales de la economía, una ciencia con pocas leyes pero que quien las olvida corre el riesgo de ser apuñalado por la espalda.

Esta diferencia podría tener tantas constataciones que es imposible siquiera mencionarlas aquí, pero tres relacionadas con la industria pueden servir para ilustrarla. Por un lado, el Informe Roustan sobre deslocalización presentado a la Asamblea Nacional francesa en donde se pueden leer constataciones tan elementales, pero desconocidas entre nosotros, como que los cambios producidos por la globalización en la estructura industrial de Francia son permanentes y cada día más rápidos lo cual exige un nuevo papel del sector público. Por otro lado, el sugestivo estudio avalado por la Oficina Federal del plan belga con un título, imposible aquí en un organismo oficial, de ¿Tiene la industria futuro en Bélgica?. Y en tercer lugar, el informe del Comité de la Competitividad estadounidense (agrupación de muy relevantes empresas, universidades y sindicatos) Innovar América en donde se subraya la indispensable necesidad de la primera economía del mundo de realizar un esfuerzo más intenso en la coordinación del talento, las infraestructuras y la inversión en I+D para mantener su posición en el siglo XXI.

Ante esta diferencia, la historia de la economía valenciana ofrece elementos de reflexión aun a riesgo de que de que sean descalificados por alarmistas o agoreros. Sin embargo, es posible que tenga utilidad, al menos para algunos, para interrogarse acerca de dónde podemos encontrarnos en el próximo futuro si no se modifican los diagnósticos y se actúa en consecuencia.

- La desaparición de un sector industrial. Pocos ciudadanos saben hoy que la industria sedera fue el principal sector de la manufactura valenciana durante más de un siglo, como lo han sido durante el XX el mueble, el calzado o el juguete. No es extraño teniendo en cuenta su nula importancia hoy. Pero ya a finales del XVIII, el Barón de Bourgoing escribió: "lo que distingue sobre todo a la ciudad y reyno de Valencia es el trabajo de sus fábricas. Las de paños contribuyen mucho a la prosperidad de este reino (...) pero son mucho más importantes las manufacturas de seda". Y hasta la crisis que condujo a su desaparición a partir de mediados del siglo XIX, Valencia Gandia, Alzira, Xàtiva, Patraix, Vinalesa, Montcada,... configuraban el mayor centro sedero de España concentrando más de la mitad de todos los telares mecánicos existentes.

Al igual que en la Europa más avanzada, los empresarios desarrollaron importantes procesos de concentración o de innovación y actuaron decididamente para mejorar la productividad y, más adelante, para hacer frente las dificultades. En la fábrica de sedas La Batiflora de Patraix, se instalaría en 1835, sólo dos años después de la introducción en España de esta innovación fundamental, la primera máquina de vapor de la economía valenciana. Y en Vinalesa, el británico Thomas Trenor adquirió en los años cuarenta la fábrica de Lapayesse transformándola en una de las más importantes del sector. No son ejemplos aislados. La persistencia de las iniciativas empresariales durante los años 60 del siglo XIX indica la relevancia del esfuerzo, en este caso para hacer frente a la competencia de otros centros productores. Todo fue inútil.

La mayor competitividad de Lyon por un mayor tamaño del sector, una disponibilidad de capital muy superior y sus ventajas de localización, en una época en donde los costes de información y transporte eran elevados, acabó por hacer desaparecer la actividad en pocos años pese a unos salarios muy inferiores. Los valencianos que producían hilado perdieron el mercado, cuando en Lyon o en el norte de Italia pudieron abastecerse a menor precio de la seda asiática, gracias a la apertura del Canal de Suez en 1869. Los fabricantes de tejido perdieron la batalla ante su menor tamaño y su falta de competitividad. Así, en 1866, La Agricultura Valenciana señalaba su renuncia "a hablar de las sedas, porque esta producción, que siempre había sido importante en Valencia, casi ha desaparecido". Y es que, como señaló Vicente Martínez Santos, las debilidades del sector "se inscribían en un proceso histórico más general, que estaba transformando en todas partes el sistema productivo en un sentido diametralmente opuesto a aquél que hasta entonces había servido como marco de referencia".

- Burbujas especulativas. Por otra parte, el modesto impacto del estallido de la burbuja tecnológica en nuestra estructura empresarial está repercutiendo en los análisis (no interesados) sobre la evolución y perspectivas del sector inmobiliario. Quizá esto explique la difusión de una especie de "nueva economía inmobiliaria" asentada en dos pilares, ambos erróneos. Por un lado, la existencia de una demanda ilimitada sobre la vivienda (urbana o de costa) de la Comunidad Valenciana, como si fuera la única existente. Y, por otro lado, en la obviedad de que un bien vale lo que el mercado está dispuesto a pagar por él. La cual sólo tiene interés como generalización si, a diferencia de lo que ocurre, se considera tanto el alza de precios como la posibilidad de su descenso.

Las repercusiones en la actual Comunidad Valenciana de la construcción de la red ferroviaria en España a partir de 1855 son un excelente ejemplo de las desastrosas consecuencias de considerar permanentes alzas rápidas de los precios de los activos. Como en el resto de la Europa continental, el ferrocarril fue considerado aquí una excepcional oportunidad de inversión. Durante toda una década, la fiebre ferroviaria convirtió la construcción de la red en su principal destino movilizando un volumen de ahorro incomparablemente superior a ninguna otra actividad en la centuria (exceptuando quizá la desamortización).

En ese fenómeno participaron muchos valencianos y las entidades financieras más innovadoras, entre ellas la Sociedad Valenciana de Fomento y el Crédito Mercantil Valenciano. Ambas desarrollaron una febril actividad convencidas, como la mayor parte de los inversores, de que el precio de las concesiones ferroviarias, y por tanto de las empresas a ellas vinculadas, no tenía límite. Y durante años así lo pareció. Al calor de la expansión se hicieron negocios fabulosos que hoy recibirían, sin matices, la denominación coloquial de "pelotazos". La crisis de 1864-66, una vez más, demostró que las burbujas estallan. En tan sólo dos años se evaporaron la gran mayoría de los capitales invertidos y las sociedades financieras ligadas al ferrocarril desaparecieron. Entre ellas todas las valencianas. Hubo de transcurrir casi un siglo para contar con una banca autóctona vinculada a la financiación de las empresas.

- Y algunos apuntes. Lo anterior podría sugerir algunas consideraciones sobre la actualidad. Sobre la desaparición de un sector industrial, la más elemental es que las decisiones individuales de invertir o innovar, no garantizan la supervivencia de una actividad con peso relevante en una estructura productiva. En el siglo XIX, el fracaso de la sedería se fraguó décadas antes de su desaparición, cuando, por razones diversas, el conjunto de los empresarios no consiguieron crear las condiciones (tamaño, externalidades, economías de escala en producción y comercialización) para poder competir con otras zonas que sí las alcanzaron. Los esfuerzos a partir de mediados de siglo no evitaron la desaparición porque otras eran las actividades con futuro al ser otras las condiciones de la economía valenciana y europea. Tal vez teniéndolo en cuenta, hoy podría esperarse que de una vez se abandonaran algunas simplezas tan reiteradas. Como que los problemas en los sectores en crisis son sólo de algunas empresas. Porque si son de un número elevado de ellas, son de todo el sector. O que estos sectores vayan a liderar la recuperación industrial de nuestra economía, cuando, como Business Week acaba de reiterar, en España las industrias intensivas en trabajo no tienen futuro porque otras son las condiciones actuales de la economía. Ya dentro del terreno de la ingenuidad cabe la posibilidad de que, sin alarmismos y con rigor, se pudiera realizar un estudio independiente sobre qué futuro tienen los sectores tradicionales para aumentar la eficiencia de los recursos públicos.

Respecto a la burbuja inmobiliaria, seguramente hay que ser todavía más escéptico sobre las enseñanzas que pueda suministrar la historia. Desde 1637, cuando estalló la primera relacionada con los bulbos de tulipán, cada cierto tiempo una parte de los inversores creen haber encontrado la fórmula mágica del enriquecimiento rápido. Pero, aún así, sí cabría esperar de los gestores públicos que potenciaran menos el auge inmobiliario e hicieran más pedagogía política explicando que las condiciones en la Comunidad no son únicas en el Mediterráneo o el Adriático o que la demanda no es ilimitada. Los excepcionales beneficios de los agentes urbanizadores gracias a la generalizada laxitud municipal o de los constructores por el rápido aumento del precio, les permitirá, a diferencia de las familias, soportar sin dificultades alzas moderadas en los tipos de interés. Pero sólo en la medida en que consigan vender parte del suelo, o de las viviendas, con el que pagar el principal de sus créditos, antes de un posible brusco descenso de la demanda. El cual podría producirse por innumerables causas. Desde el contagio por lo que suceda en otra economía hasta por un hipotético endurecimiento de la inspección fiscal sobre las desgravaciones a la "residencia habitual" o sobre algún tipo pintoresco de sociedades. Por ello, en ambos casos reflexionar más sobre la historia podría permitir que todos los valencianos, y no sólo unos pocos, acabáramos ganando.

El autor defiende que hay que reflexionar más sobre el

pasado para aprender a hacer frente a problemas como

la crisis de los sectores industriales y el 'boom' urbanístico

Jordi Palafox es catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universitat de València

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