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El nuevo orden de los economistas (y II)

No cabe duda de que hoy vivimos en un mundo extraordinariamente desigual. La economía de Marshall -la economía del equilibrio de la estadística comparativa, de los cambios en las curvas de la oferta y la demanda, y de las respuestas acomodaticias- resulta casi inútil para explicar esto. ¿Por qué se estancaron los niveles de vida en todo el mundo durante tanto tiempo? ¿Por qué ha experimentado el ritmo de crecimiento una aceleración tan extraordinariamente rápida en un periodo de tiempo tan corto? ¿Dónde está la economía de la invención, la innovación, la adaptación y la difusión? No en Marshall. ¿Y por qué es el mundo de hoy tan desigual que resulta difícil encontrar medidas de distribución mundial que no muestren divergencias al menos hasta la década de 1980?

"Las verdaderas fuentes de crecimiento no deben buscarse en las ofertas y en las demandas, sino en el cambio tecnológico y organizativo"

Han transcurrido generaciones desde que los economistas Robert Solow y Moses Abramovitz señalaron que las herramientas de Marshall son de poca ayuda para entender el crecimiento económico moderno. Las verdaderas fuentes de crecimiento no deben buscarse en las ofertas y en las demandas, ni en la asignación de los recursos escasos a usos alternativos, sino en el cambio tecnológico y organizativo, respecto a los cuales poco tienen que decir los economistas.

Historiadores de la economía, como Ken Pomeraz, señalan con razón que antes de la Revolución Industrial las diferencias de los niveles medios de vida en las civilizaciones avanzadas de Eurasia eran relativamente pequeñas. A finales del siglo XVII, un campesino del valle del Yangtze tenía un estilo de vida distinto al de un campesino contemporáneo del valle del Támesis, pero ninguno vivía claramente mejor o peor.

Dos siglos después la situación ya no era la misma: a finales del siglo XIX, los niveles de vida medios en Reino Unido y en otros países a los que se había extendido la Revolución Industrial se encontraban, por primera vez en la historia escrita, años luz por encima de la línea de subsistencia neomaltusiana.

Los primeros logros económicos de la era industrial se produjeron a pesar de la pérdida de una proporción sustancial de renta nacional para mantener una aristocracia corrupta, decadente y libertina. Se produjeron a pesar de que la población se triplicó, algo que ejerció una extraordinaria presión maltusiana sobre la base de los recursos naturales subyacentes, y a pesar de la movilización de una proporción inaudita de la renta nacional durante casi un siglo para sostener la guerra intensiva contra Francia, una potencia con una población tres veces mayor que la británica.

¿Cómo se produjeron exactamente estos logros? ¿Cuáles fueron las pequeñas diferencias que resultaron tan importantes? Los economistas empiezan ahora a darse cuenta de que las cuestiones más interesantes a las que se enfrentan han estado siempre fuera del alcance de las herramientas de Marshall. Claramente, si la economía quiere tener éxito y avanzar, deberá ser dentro de una generación muy distinta a como es hoy.

J. Bradford DeLong es profesor de economía en la Universidad de California en Berkeley, y fue subsecretario del Tesoro durante la presidencia de Clinton.

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