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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Retorno al planeta Asdrúbila

Marcos Ordóñez

Podríamos dividir la vasta y turulata obra de Carles Santos en cuatro negociados formales o categorías alquímicas. a) Paellas con anís (estrellado): La esplèndida vergonya del fet mal fet (mayormente). b) Liebres a la Royale. Aquí encontramos homenajes áulicos o, lo que es lo mismo, estatuas rociadas de ácido úrico. Destacaremos La pantera imperial y El compositor, la cantant, el cuiner i la pecadora, que tiene tres premios Max, casi uno por personaje. c) Circos bajo la arena. Tramuntana tremens y, desde luego, Sama Samaruck Suck Suck. d) Opelatas. Que, como su nombre indica, están hechas de ópalo y de lata. Las atraviesa un río de mercurio muy caliente que, tarde o temprano, acaba chocando contra un peñazo. Asdrúbila. Figasantos Fagotrop. L'adeu de Lucrècia Borgia. Y su nuevo espectáculo, La meua filla sóc jo, en el Lliure. (De esta categoría escapa Ricardo i Elena, su cumbre de los últimos años, que está a caballo entre el circo -íntimo- bajo la arena y el devocionario nacarado).

Concepto: Si Santos fuera Greenaway, La meua filla sería un poco sus maletas de Tulse Luper. La piel es tensa, brillante, flexible, pero el control del aeropuerto detecta exceso de equipaje. Demasiados huevos para una sola cesta.

Geografía: Estamos, de nuevo, en el planeta Asdrúbila, que como todo el mundo sabe se encuentra entre Vinaròs y Dune. Atmósfera cero, cielos rojos, oscuridad gregoriana, frufrú de faldas Ludwig, cuero sadomaso. En este planeta no hay viento, hay vientos: el eco de la Brass Fantasy, con el fantasma de Lester Bowie como gato de Cheshire, invisible y cabroncete.

Genealogía: En el planeta Asdrúbila, el emperador Brossa tuvo cuatro hijas, cuatro reinas a la greña. Se llaman Xoxania (Montserrat Melero), Xoxonia (Leticia Rodríguez), Xixinia (Clàudia Schneider) y Xixonia, qué buen turrón (Alina Zaplàtina). Aparecen preñadas de luz y cantan en el Club Silencio. Sus voces suenan como un pisotón en una colonia de hormigas, es decir, como el pisotón y las hormigas pisoteadas al mismo tiempo. Dominan la digitalización clitoridiana y sus energías vaginales pueden desplazar un cochecito, o varios.

Herederos: Las cuatro madres tienen un sueño. El feto es un robotito pollil que se autolame, como D'Annunzio. Los vientos profetizan que el niño, el heredero que acabará con la casa de los Harkonen, será Hamlet (dudas masturbatorias) y se creerá Ofelia saltando a la comba, cosa que encabrona mucho al niño, el tenor Antoni Comas. Se comprende. El segundo niño es un barítono, Xavier Galan. Un aprendiz de mad doctor. El clásico doctor pilotando un cuatrimotor. Entre coros órficos (o sáficos, no sé), pide a los reyes magos de Asdrúbila su juguete favorito: un Cheminova con Titadyne, Goma Dos y Amonal. Es un peligro este niño. El tercer niño, Iván García, es un bajo. El bastardo, el rechazado que llora su pena negra. No hay dios que entienda lo que canta. En su exilio ha leído demasiados libros estructuralistas. Suerte que en el siguiente episodio llegamos a la Adolescencia del Héroe, que ahora es un contratenor (Oriol Rosès), es decir, un especialista en pelar plátanos. (Véase profecía del feto). Ha dormido una semana con los zapatos puestos, porque no se atrevía a confesarle a sus padres que era incapaz de desatárselos. ¿A quién no le ha pasado? Es, sin duda, la parte más dolorosa y confesional del espectáculo. Un violón platanero es su emblema.

Intermedio: Égloga. Nos remontamos a la arcadia del planeta Asdrúbila para escuchar la hermosa historia del pastorcillo Sorelló (Comas again) y la gentil Potranca (Alina Zaplàtina). Sorelló le lee a Potranca La mandrágora y se cuelgan de dos arbolicos mediterráneos, naranjo y olivo, para alcanzar un orgasmo simultáneo. Es la clásica gran escena que todos esperamos, la putadita que Santos le reserva siempre a Antoni Comas para que se luzca cantando cabeza abajo y haciendo volantines.

El reloj del planeta Tierra marca las diez de la noche. O sea, que llevamos una hora justa. Estamos a punto de levantarnos, felices como lampreas.

Continúa la acción, pero menos. Hay un accidente de coche, que no es como el de Ricardo i Elena. Falla la toma de tierra. Un coche ha derrapado y también el espectáculo. Demasiadas genealogías, demasiadas metamorfosis. Uno se despista. Ahora la hija se llama Baburnia, luego Fotrilla, Bandolaria Negra... Ahora mi hija soy yo, ahora el yo se multiplica y se anula. Los yos fragmentados acaban siendo siempre un poco fatigosos. Por eso era más interesante Sisters que Raising Cain: pura economía narrativa. Hay, por cierto, 4 minutos y 33 segundos de silencio, gentileza de John Cage. La gente aprovecha para toser.

Cazalla. Casi se me olvida otro homenaje: el momento más lírico, el sentido dúo entre Iván García (Bandolaria) y la Schneider en el rol de Virulat de Catralla, que es como llaman en Asdrúbila a la cazalla con pasas, muy utilizada para sustituir al anís de la paella, que allí no se encuentra. Santos rinde aquí tributo al legendario Kiosko de la Cazalla, el abrevadero del Arco del Teatro, que tantas madrugadas calentó y que vuelve a abrir. La reapertura del Kiosko y el estreno de La meua filla sóc jo en el Lliure han sido, probablemente, los dos acontecimientos más destacados de la semana en esta Barcelona acaramelada y descarmelada, a la espera de que brote de las aguas del puerto un pianista amnésico y tembloroso, tema, quizá, de la inminente ópera íntima del SuperPumby de Vinaròs.

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