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Columna
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Tramontana

No cabe duda de que en Valencia pintan bastos. La posición avanzada de AVE, que lleva meses marcando el paso de los intereses de los emprendedores, coincide con el desembarco de Antoni Brufau al frente de las huestes del Círculo de Economía de Barcelona. En estos temas sabemos que no caben las casualidades y que nada se mueve si no lo mueve algo. No es nuevo que Cataluña y la Comunidad Valenciana necesitan entenderse. Son los grandes patronos los que han decidido dar el paso de aproximación. No es la primera vez, pero olvidan o, si se quiere, no acaban de enterarse, de que es necesario un buen caldo de cultivo para que las semillas fructifiquen, a pesar de que la tierra esté en su mejor momento de sazón. Casi coincidiendo con este encuentro de valencianos y catalanes al más alto nivel, acompañados de otros acólitos para despistar, el atraque del portacontenedores Rachelle en el puerto de Valencia ha puesto en evidencia dos aspectos actuales del comportamiento económico valenciano. Por una parte la crisis industrial comienza a doler en lo más profundo del textil, azulejo, juguete, zapato, mueble, metal, cerámica y naranja. Por otra, los valencianos nos estamos olvidando de dónde venimos y quiénes somos. El profesor José Antonio Martínez Serrano lo ha explicado. El problema no está en los chinos, ni en los coreanos, ni en las naranjas de Egipto. La fase aguda de la dolencia la tenemos dentro de nosotros mismos.

A inicios del siglo XXI, cuando la internacionalización de la economía es incuestionable y asumida por la sociedad, no podemos perseguir a gorrazos a los chinos ni negarles el saludo porque el barco de contenedores más grande del mundo atraque en nuestros puertos. Hemos de aceptar que es inevitable y que tendremos que ponerle solución a los desequilibrios en nuestras fábricas y centros de decisión. De momento vamos con retraso y nos enfrentamos a nuestras carencias con el paso cambiado. Somos un país de pequeñas industrias que nunca fueron proteccionistas sino todo lo contrario. Y en esa fortaleza basaron su éxito cuando nuestros costes de producción eran más bajos de los que regían en los países adonde nos dirigíamos. Sabíamos vender productos concebidos y fabricados al gusto de nuestros clientes. Éramos agresivos y abríamos nuevos mercados sin descanso. Tuvimos buenos resultados, que probablemente no hemos sabido reinvertir con acierto. Los tiempos son difíciles y nuestros principales mercados europeos también están sintiendo el hierro. Pero están mejor preparados que nosotros, porque hace tiempo que le perdieron miedo al mundo que se propusieron conquistar. Nosotros tenemos mucho que arreglar dentro de casa y mirando hacia fuera, con la vista en el horizonte y en lo alto, donde la aspiración a ser los mejores no tiene límite. ¿Qué tendremos los valencianos que comenzamos a interesar en serio a estos señores del Círculo de Economía de Barcelona y del Instituto de la Empresa Familiar? En AVE es seguro que saben algo, desde la atalaya de Juan Roig, además de apuntarse un tanto, como quizás nadie más hubiera sido capaz.

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