Recuerdos únicos
Y fue ayer mismo cuando me pareció confirmar que tenía una memoria que empezaba a parecerse a la del memorioso Funes, aquel personaje de Borges que recordaba con la máxima precisión toda la historia del mundo, aquel que decía que por sí solo tenía más recuerdos "que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo".
Tengo cada día más memoria, aunque paradójicamente cada vez recuerdo menos mi nombre, tal vez porque tengo demasiada memoria y todo me lleva a pensar que no tardaré mucho en llamarme Funes. La verdad es que mi cada día más desmesurada memoria lleva tiempo ya perjudicándome. Por ejemplo, estoy ante un amigo o simplemente alguien conocido. No puedo evitar que al mismo tiempo que recuerdo los grandes momentos, también me acuerdo de los peores. Eso me hace tratarle mal si los peores recuerdos se imponen sobre los mejores.
Cada día recuerdo más. Me irrito con suma facilidad cuando observo lo mal que recuerdan los otros. Ayer, sin ir más lejos, habiéndome sumergido en la noticia del pianista amnésico y lerdo que han encontrado -empapado y de rigurosa etiqueta- en una playa del condado de Kent, me molestó que la nota de prensa se limitara a decir que el pianista no hablaba, no pronunciaba palabra y que su caso recordaba al de David Helfgott, el pianista de la película Shine.
Al tener tan parca memoria los redactores de la noticia, han logrado confundir a los lectores, que acaban pensando que toda la historia puede ser un montaje del propio pianista que debe haber visto esa película. Si esos redactores hubieran tenido mi memoria, habrían citado mil casos más que evoca la historia de la playa de Kent. Y entre ellos, por supuesto, el de Kaspar Hauser, ese jovencito que en mayo de 1828 fue detenido en las calles de Nüremberg. Era un joven muy distinto a cualquier otro joven. Al interrogarle, el joven tartamudeaba pero no era capaz de decir palabra. Tras examinarse su extraño caso, se observó que nadie le había enseñado a hablar. Cuando posteriormente aprendió a articular palabras y pudo contar sus recuerdos, dio a entender que había pasado toda su vida encerrado en un sótano. Se llegó a rumorear que podía tratarse de un hijo no deseado de Napoleón Bonaparte. Y todavía hoy el misterio permanece.
De haber tenido más memoria los redactores de la noticia del pianista amnésico, y haber citado al menos a Kaspar Hauser, ahora podríamos estar especulando con mayor imaginación acerca de ese caso y pensar, por ejemplo, que podría tratarse de un hijo ilegítimo de Blair, un joven al que habrían escondido y al que no habrían enseñado a hablar, que a fin de cuentas es lo que trata siempre de hacer este alto dignatario con sus súbditos. Los prefiere mudos, sumisos ante el escándalo de la guerra de Irak y de su propio escándalo.
En medio de este problema de tener tanta memoria me ha consolado la lectura de Las malas pasadas del pasado, el magnífico libro que Manuel Cruz acaba de publicar. Allí me ha parecido encontrar la reconfortante idea de que en realidad todos tenemos una memoria única, lo que pone en cuestión tonterías como eso de la memoria colectiva. ¿Cómo voy a tener yo memoria colectiva si ni tan siquiera sé cómo me llamo, si no tengo identidad? Yo tengo recuerdos únicos. Por ejemplo, ¿hay alguien más que recuerde que Paul Valéry dijo que la memoria es el porvenir del pasado? Saber que mis recuerdos me hacen único me consuela y me hace pensar que debo alejarme de mi problema de memoria y seguir siendo feliz, sin más. ¿O acaso no es bueno ni patriótico que mi memoria tenga autonomía?
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