Música en su esencia y exigencia
Si tuviéramos que elegir entre las manifestaciones musicales promovidas por Caja Madrid, probablemente nos quedaríamos con la serie Liceo de Cámara por cuanto ha contribuido a reinstalar en el gusto de nuestra filarmonía la pasión por la música de cámara. Y lo viene haciendo, desde hace 13 años, con rigor en la programación y exigencia en la selección de los intérpretes. Los 24 conciertos de la XIII temporada, todavía en curso, reúnen cuartetos de tan alto prestigio como son el Borodin, el Alban Berg, Artemis, Tokio y Emerson, y solistas de tan reconocido mérito como el violonchelista Heinrich Schiff, la soprano Juliane Banse, o el clarinetista Joan Enric Lluna, capaces de brindar versiones magistrales de obras de 12 compositores históricos y actuales.
Ciclo de Caja Madrid
Cuarteto Alban Berg con H. Schiff, violonchelista. Obras de Schubert y Kantcheli. Auditorio Nacional. Madrid, 17 de mayo.
El nombre señero de Alban Berg (1885-1935) nos dice mucho del espíritu vienés de una formación nacida en 1970 en la que permanecen en su plenitud de magisterio el primer violín, Günter Pichler, y el violonchelista Valentin Erben; mientras Gerhard Schulz sustituyó en 1978 a Klaus Mätzl como segundo violín y Thomas Kakuska figura como viola heredero de Hatto Beyerle a partir del año 1981. La política programática del cuarteto se mantiene a partir de un saber combinar el repertorio básico de los siglos XVIII y XIX para introducirnos, a partir de Berg, en la contemporaneidad que, esta vez, se detiene en Haubenstock Ramati, Shostakovich, Elliot Carter, Giya Kancheli, Aribert Reimann y Jörg Widmann.
Escuchar a estos intérpretes el Allegro Assai del Cuarteto en do menor, D. 703 o el Quinteto en do mayor, D. 956, del más grande Schubert, me parece una bendición y constituye una experiencia difícil de olvidar. Todo lo contrario: queda entrañado en nuestra memoria cual experiencia estética de elevado vuelo e instala en nuestro saber, con inamovible fijeza, no sólo la riqueza conmovedora de quien dio al mundo, como Schubert, el regalo de sus lieder, sino también el concepto de una potencia evolutiva de las formas y expresiones, desde las que resulta fácil y natural entender el gigantismo de Bruckner y Mahler.
Heinrich Schiff
Para el Quinteto de cuerda contamos con la colaboración del excelente violonchelista y director Heinrich Schiff (Gmunden, Austria, 1952), todo un lujo necesario y la ausencia en la tourné, por enfermedad, del viola Kakuska quedó cubierta brillantemente por Isabel Charisius.
En contraste, y casi a modo de reposo entre las tensiones de Schubert, conocimos una bien trazada página del georgiano Giya Kantcheli (Tbilisi, 1935), quien a su manera continúa la tradición de sus antecesores en sus Oraciones nocturnas para cuarteto y cinta magnética pregrabada.
No se trata de especular con los más elementales procedimientos electroacústicos, sino de incorporar la voz humana a la continuidad cuartetística. No le falta razón a Jacques Di Vanni en sus Trente ans de musique sovietique (1987) cuando señala una virtud peligrosa de Kantcheli: cierta facilidad de escritura que, sin embargo, pudo facilitar la acogida positiva de creaciones de mayor enjundia, tal las lamentaciones para conmemorar el quinto centenario de Miguel Ángel o la música de escena para El círculo de tiza caucasiano, tan aplaudida en la URSS como en cualquier lugar de Europa.
Intentar trasladar al lector la validez, belleza sonora, cohesión, densidad camerística, seguridad y preciosismo de lo escuchado sería empeño vano mejor reflejado en las entusiastas y prolongadas ovaciones de los asiduos al Liceo de Cámara, en la sala del Auditorio Nacional, movidos y conmovidos por un arte auténtico. En el programa general se incluyen notas cuidadas con esmero por Martínez Miura. Resumen: música-música en su más hermoso rostro y su trascendente ultimidad.
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