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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La furia de la ficción

Casi todo en el Orlando furioso es el resultado de la insensatez de su autor. Ludovico Ariosto se impuso la tarea de continuar las aventuras de Roldán, el viejo héroe de las gestas carolingias, que vivió unas segundas mocedades en la Italia y en especial en la Ferrara del Renacimiento, al calor de la moda cortesana del romanzo, es decir, la novela en verso de aventuras caballerescas. El género se caracterizaba por la desmesura y contaba ya con una larga trayectoria en francés, en franco-véneto y en no pocas variantes dialectales de la lengua que con el tiempo se llamaría italiana. La narración de Ariosto es en general una prolongación de ese ciclo y en particular del Innamoramento d'Orlando (tradicionalmente conocido como Orlando innamorato) de Boiardo.

ORLANDO FURIOSO

Ludovico Ariosto

Traducción, prólogo y notas

de José María Micó

Edición de Cesare Segre

Espasa Calpe. Madrid, 2005

2.076 páginas. 90 euros

Pero el Furioso fue para el romanzo lo que el Quijote para los libros de caballerías: una suerte de homenaje paródico, de solemne y emocionado entierro de viejos ideales, de summa y superación con la impagable ayuda del humor y la inteligencia. De hecho, Cervantes respira Ariosto por todos los poros: Urganda la Desconocida abre el Quijote recordándolo; Cide Hamete Benengeli es incomprensible sin las apelaciones del Orlando a Turpín; el vuelo de Clavileño recuerda, a ras de tierra, el viaje de Astolfo a la luna; las animosas mujeres de Cervantes tienen bastante que ver con las heroínas de Ariosto, y hasta para pintar a Maritornes se echa mano de las octavas del Orlando.

Para el gusto de hoy, el Or

lando es más sabroso si se lee a la manera de una antología, abriéndolo y picando a capricho, con independencia de un hilo narrativo que se pierde fácilmente, entre otras razones porque el primero en cortarlo y en sembrar pistas falsas es el propio narrador, que teje una historia fascinante y disparatada (sin principio ni fin, decía Italo Calvino), donde todo cabe y donde se concilian dos mundos distintos: el clasicismo humanista y el ideal caballeresco medieval.

Como cualquier otro gran libro, sobre todo si originariamente se escribió en verso, el Orlando es un campo de minas para el traductor, empezando por el título. ¿Por qué no Roldán, como lo conocía desde siempre la literatura en castellano? ¿Por qué no una coma entre el nombre y el adjetivo, para destacar la elipsis y hacer explícito el diálogo con las anteriores entregas del ciclo? ¿Cómo decir en una sola palabra castellana que la furia es una mezcla de furor y locura con un claro origen amoroso?

Si se esconde todo eso tras las dos simples palabras del título, se entiende que hasta ahora la obra sólo hubiera tenido en España traducciones tan insatisfactorias como la de Jerónimo de Urrea (1549), criticada ya por Cervantes, o la facunda e incompleta del incansable Conde de Cheste (1883). La empresa de traducir los casi cuarenta mil versos del más imponente de los clásicos italianos, que duplica con creces la extensión de la Divina comedia, se diría guardada para José María Micó, quien en anteriores versiones de las Sátiras de Ariosto (Península) y de las Páginas del Cancionero de Ausiàs March (Pre-Textos) había anticipado óptimas pruebas de saber combinar la competencia filológica y la inspiración poética.

Micó ha convertido las octa

vas originales "en estrofas de ocho endecasílabos, sueltos los seis primeros, y en rima asonante o consonante los dos últimos". La conservación del metro y la presencia del pareado final, aciertos indudables, dan al texto una notoria legibilidad y conservan a menudo la elaborada musicalidad del toscano. La riqueza léxica del Orlando logra ahora adecuado parangón en español, y el lector agradece que el verso blanco le ahorre los meandros que la rima impone al bueno de Ariosto. El traductor, consciente de escribir con una larga tradición a las espaldas, consigue que el romanzo ariostesco sea por fin lo que merecía ser en nuestra lengua: buena literatura.

Como creador, José María Micó es poeta de la vida puesta en limpio, de las cosas claras. Lejanísimo de Ariosto, salvo en la insensatez de embarcarse en el Orlando

... Claro está que una labor de tal calibre es inabordable sin un punto de locura (si acaso "con lúcidos intervalos", como en don Quijote), y esa insensata dedicación, en tiempos en los que sólo se presta atención a la última novelita del día, tiene también mucho de altruismo. Aunque más que a mostrarlo, más que a alcanzar como sin duda alcanza una de las cumbres de la traducción literaria en España, quizá lo único que buscaba Micó con esta descomunal hazaña era un libro que Cervantes hubiera apreciado.

Ludovico Ariosto (1474-1533) visto por Tullio Pericoli.
Ludovico Ariosto (1474-1533) visto por Tullio Pericoli.

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