"Ahora todo el mundo habla de sexo y política, pero la muerte sigue siendo un tabú"
Acaban de cumplirse veinte años desde la publicación en inglés de El loro de Flaubert y su autor, Julian Barnes, sigue, a sus 59 años, al frente de la generación de novelistas británicos más relevante de los últimos tiempos. Estos días corrige las galeradas de su próxima novela, Arthur & George, donde entrecruza un caso real de injusticia penal con cierta aventura de amor extramarital por parte de Arthur Conan Doyle, el autor de Sherlock Holmes. Es quizá su proyecto más ambicioso hasta la fecha y la razón de un largo encierro voluntario en su cómoda residencia del norte de Londres. En una de sus primeras salidas del refugio casero, Barnes proyecta viajar el 6 de junio a Barcelona para presentar la colección de cuentos, La mesa limón y dar una conferencia en La Pedrera dentro del ciclo Narradores Contemporáneos y el Quijote. Todos los relatos de su nuevo libro giran en torno a la vejez y la proximidad de la muerte, temas que rondan desde la niñez en la mente del novelista. La entrevista tuvo lugar dos días antes de las elecciones británicas del pasado 5 de mayo y, como muchos compatriotas, Barnes quería castigar a Tony Blair por el giro a la derecha del primer ministro laborista, su estilo presidencial de gobierno y su polémica postura en la guerra de Irak.
"He escrito un libro en contra de la idea de serenidad en la vejez"
"La ficción es una forma de contar la verdad. La novela descubre más verdades que los ensayos, documentales de televisión y todo tipo de trabajos basados en hechos"
PREGUNTA. ¿Está decidido a retirar su apoyo al laborismo?
RESPUESTA. Soy un viejo laborista pero el viejo laborismo ya no existe. Tony Blair es una versión del Partido Conservador, el hijo natural de Margaret Thatcher, y pienso votar liberaldemócrata. Hasta los 18 años la política no me interesó en absoluto. Crecí en los sesenta pero no soy realmente un hijo de los sesenta. Ni iba a manifestaciones ni era un izquierdista radical y, en general, despreciaba la política. Mi posición en el espectro político prácticamente no ha variado, pero la política sí se ha movido hacia la derecha.
P. ¿Qué reflexiones extrae a los veinte años de publicar El loro de Flaubert?
R. Es extraño porque no siento que haya pasado tanto tiempo. También es agradable comprobar que la obra sigue vigente, vendiendo ejemplares regularmente a toda una nueva generación de lectores. Es muy alentador. Estoy orgulloso de todas mis obras, pero guardo especial cariño por El loro de Flaubert. Mis dos primeras novelas -Metrolandia y Antes de conocernos- eran bastante convencionales y con la tercera quise alterar la forma. Sorprendentemente, la gente lo apreció. Me dio mucha confianza para hacer las cosas de una forma diferente. Todo lo relacionado con El loro de Flaubert ha sido puro placer.
P. ¿La cercanía de su 60 cumpleaños le llevó a meditar sobre la vejez?
R. Llevo pensando en la muerte desde los 12 años. Entonces había tres temas sobre los que no se hablaba en la sociedad de mi entorno, esto es, la clase media inglesa: sexo, muerte y política. Ahora todo el mundo habla de sexo y política, pero la muerte sigue siendo tabú. Nunca hablo con mis amigos de la muerte, salvo en aisladas referencias de carácter religioso. Me sorprende. Mis amigos son ateos o agnósticos, pero no discutimos de la dificultad que conlleva el morir, de la pena o el dolor que supone desaparecer de la existencia.
P. ¿Mantiene un diálogo sobre la muerte consigo mismo?
R. Sí, y no he alcanzado ninguna conclusión ni descubierto nada interesante. Pero el control de este diálogo no está en mi poder. Forma parte de mi temperamento y mi naturaleza. Quizá debería ir al psiquiatra.
P. ¿Qué le preocupa más, envejecer o morir?
R. La mayoría transfiere el miedo a la muerte al temor a envejecer. A mí no me importa hacerme viejo siempre que no muera al final del proceso. La vejez es otro de los miedos de la sociedad moderna. Se ha alargado la esperanza de vida, pero las enfermedades geriátricas son aterradoras: la noción de perder la capacidad mental, de tener un final tremendamente indigno, de que te mantengan vivo cuando deseas morir.
P. Los personajes de La mesa limón
se resienten de muchos aspectos de sus vidas. ¿La vejez conlleva insatisfacción?
R. A medida que envejecemos el contraste entre lo que creímos que sucedería en nuestras vidas y lo que realmente pasó se agudiza y tenemos, por tanto, una mayor capacidad para el arrepentimiento, el remordimiento y la culpabilidad. Nos damos cuenta de que es imposible retornar al punto en donde el camino se bifurcó y avanzar en la dirección opuesta a la que antes tomamos. La sociedad nos presenta, además, una ilusión de la vida humana como algo que cada uno puede crear personalmente, que está bajo nuestro propio control, y que seremos recompensados si nos comportamos de cierta forma. Esto es una mentirijilla. Pero nos apercibimos de ello demasiado tarde. Ésta es mi perspectiva pesimista de la vida.
P. No es la única idea que cuestiona sobre la vejez.
R. Es un libro en contra de la idea de serenidad en la vejez. De jóvenes nos dicen que todo se ralentiza en la vejez. Que el declive del cuerpo, corazón y espíritu marcha al mismo ritmo acompasado. La sociedad se avergüenza y no acepta la idea de que el corazón de los mayores puede no discurrir en paralelo al estado físico de sus cuerpos. Yo no creo que nos volvamos más serenos en la vejez, ni tampoco he visto pruebas al respecto. Por eso abordo el tema sin sentimentalismos en esta colección de cuentos.
P. ¿Cómo se imagina con 80 años?
R. No espero tener el ánimo sereno ni ser más alegre. Probablemente seré más gruñón, pero ejerzo demasiado autocontrol sobre mi carácter como para comportarme como alguno de los personajes del libro. Confío internamente en seguir teniendo emociones fuertes y no sentirme avergonzado de ellas.
P. ¿Basa los relatos en personas tan reales como los artistas que en ellos menciona?
R. No tiendo a descubrir historias en cosas personalmente cercanas. La proximidad no me ayuda en el trabajo. Prefiero arrancar con algo que alguien me ha comentado acerca de una tercera persona. A partir de un pequeño detalle decido qué personajes necesito y hacia dónde se va a dirigir la historia. Con Arthur & George, en la que me adentro en la vida privada de Conan Doyle, he comprobado que es más fácil controlar un personaje ficticio que uno real. Al inventar un personaje, lo construyes de acuerdo con el propósito que tiene en el libro. No puedes moldear a una persona real, ni conducirla de aquí para allá, porque tiene su propia vida. En estos casos, por ejemplo en El reestreno, donde evoco el último amor de Turguénev, me meto en un área de la vida del autor de la que nunca se ha hablado. Eso es lo que quieres hacer, adentrarte en zonas que no están cubiertas por el conocimiento previo.
P. ¿Es como caminar en el borde entre la ficción y la realidad?
R. Sí, pero en mi mente ambas están muy próximas. La ficción es una forma de contar la verdad. Por eso soy un escritor de ficción. Porque estoy convencido de que la novela descubre más verdades que los ensayos, documentales de televisión y todo tipo de trabajos basados en hechos.
P. ¿Alcanzar la verdad es su objetivo como autor?
R. Por supuesto. Todos lo intentamos pero no siempre lo conseguimos. A veces descubrimos una verdad que creemos original y novedosa, pero luego comprobamos que alguien ha llegado a una conclusión similar 500 años atrás. Al leer el Quijote te das cuenta, por ejemplo, de que el modernismo en la novela, el realismo mágico, está plenamente ahí, en Cervantes. La novela no avanza en un línea recta, progresando y mejorando. Es más bien como un enorme círculo en el que nos miramos los unos a los otros.
P. Flaubert, Turguénev, Conan Doyle... ¿Le atrae el diálogo ficticio con otros autores?
R. Sí, y, además, en contra de mi voluntad. Me sorprende a mí mismo. Flaubert es un gran héroe y obviamente iba algún día a escribir sobre él. Pero nunca pensé que Arthur Conan Doyle terminaría siendo coprotagonista en una obra mía. Me dio vergüenza al principio y, de haberse tratado de Kipling o Thomas Hardy, me hubiera parecido inicialmente más interesante. Les admiro más. Pero Conan Doyle está implicado en la historia que yo quería contar. Escribió un panfleto sobre el caso y lo menciona en su autobiografía. Realmente lo que me interesó fue la historia, que ha quedado completamente olvidada y sobre la que hay muy poca documentación. Los libros nunca dejan de sorprenderte. Surgen de los sitios menos esperados.
P. ¿Por eso firma con el seudónimo Pat Kavanagh sus novelas policiacas?
R. Hace cerca de 20 años que escribí la última. Fue al principio de mi carrera y estaba probando diferentes estilos y géneros. Me llevó siete años escribir mi primera novela como Julian Barnes, Metrolandia; terminé la primera de detectives, Duffy, en diez días. La gente diferencia la narrativa popular de la literaria y supongo que yo también lo hice inicialmente. Pero mi ficción literaria vendía mejor que mi ficción detectivesca. Así que dejé de escribirlas.
P. ¿Cuál es la trama de Arthur & George?
R. La novela traza un paralelismo entre un caso público, que sucedió en Inglaterra entre 1905 y 1907, sobre una persona erróneamente condenada a tres años de cárcel, con una fase de dificultades domésticas de Conan Doyle. Su esposa había contraído tuberculosis, y él le era leal, pero en cierto momento se enamoró catastróficamente de otra mujer. Mi interés como novelista es llevar la cuestión de inocencia y culpabilidad desde la escena pública a la vida privada.
P. ¿Una novela histórica?
R. No realmente. Nunca he escrito una novela histórica en su sentido formal. Los detalles históricos son muy ligeros y, en cambio, contiene elementos muy relevantes para la sociedad contemporánea. Trazo muchos paralelismos con lo que sucede hoy en nuestro entorno.
P. Arte y vida, trabajo y familia. ¿Están en conflicto para usted?
R. Hay una frase famosa del poeta irlandés W. B. Yeats sobre la "lucha entre la perfección de la vida y del arte". Una falsedad en mi opinión. Uno intenta hacerlo lo mejor posible en ambos aspectos y, a medida que madura, acusa diferentes presiones como autor y como ser humano. En mi caso las presiones son externas, relacionadas en general con la promoción de libros. Son tareas que no ayudan a mejorar como autor. Mi mujer es agente literaria y, por tanto, entiende a los escritores. No tengo hijos, lo cual es una gran diferencia. Para las mujeres en particular, los niños son un enemigo, un peligro para el arte.
P. ¿Tiene ganas de retomar proyectos adicionales, como sus libros de cocina?
R. Posiblemente. De recetas ya he dicho todo lo que quería decir. Tal vez escriba ahora sobre comida en la literatura, de cómo tratan los autores los alimentos. Serán piezas concretas y quizá base una de ellas en don Quijote. Cervantes habla mucho de comida en el Quijote y escribe una de las primeras historias de degustación de vino. La cuenta en voz de Sancho Panza principalmente y es una historia maravillosa.
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