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Necrológica:NECROLÓGICAS
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Eddie Barclay, el 'padre' de toda una generación de músicos

El productor musical Eddie Barclay murió el pasado jueves en París de un paro cardiaco. Tenía 84 años.

Pocos personajes como él marcaron la música popular entre 1950 y 1970. A su manera, Barclay fue el inventor de una generación de músicos: el padre de Sylvie Vartan, Johny Halliday, Françoise Hardy, Dalida y tantos otros ídolos -Nino Ferrer, Henri Salvador, Daniel Balavoine, Claude Nougaro, Charles Aznavour e incluso Jacques Brel le son deudores- que configuraron el firmamento pop durante más de 20 años, un firmamento pop alternativo, europeo, francohablante, más tarde derrotado por goleada por los mitos anglosajones.

Barclay, que había nacido en París en 1921 y se llamaba en realidad Edouard Ruault, era hijo de unos negociantes de café y se hizo adulto en el Saint Germain zazou y la inmediata posguerra. Por aquellos años, para él nada había mejor que Stéphane Grapelli o que el guitarrista Django Reinhardt, que una música de jazz distinta, que retoma a veces temas clásicos para pasarlos a un ritmo y sensibilidad diferentes.

Barclay sabía tocar el piano, era un excelente instrumentista, y puso en pie su propia orquesta aunque descubrió, con la llegada del microsurco, que el negocio no estaba en dar conciertos sino en venderlos. En disco. Enlatados. Para todo el mundo.

En 1949 creó su sello discográfico, que llevaba su apellido y que existió como sociedad independiente hasta 1979. Durante esos 30 años editó todo lo que tenía interés en Francia, intentando construir un imperio local, con la capital de invierno en París y la de verano en la costa, en Saint Tropez.

Eddie Barclay tuvo casi tantas esposas -nueve- como artistas bajo contrato. Esa vertiente people del personaje funcionó a su favor durante un tiempo hasta convertirse luego en un elemento más de la parodia del propio Barclay, incapaz de luchar contra las ofertas millonarias de los estadounidenses. El veterano pianista de ojos azules, casi siempre vestido de blanco, de pelo largo y canoso, estaba condenado a perder credibilidad, como condenado estaba a que cada una de sus esposas, cada vez más jóvenes, se pareciese más y más al espejismo que vive el que persigue inútilmente la juventud perdida.

A partir de un cierto momento, el ritual de las fiestas veraniegas de Barclay, en las que el traje blanco era obligado, ya no era sólo una diversión entre amigos sino un elemento más de un engranaje de promoción que lo atrapaba todo, desde el anfitrión a los invitados.

Aunque vendió su marca en 1979 por una cantidad que equivaldría hoy a un millón de euros, eso no le impidió seguir produciendo, sobre todo insistiendo ahora en la música que le había gustado cuando comenzaba, el jazz.

De temperamento abierto a todo tipo de propuestas, Eddie Barclay debió comprender que su estrella palidecía cuando, tras gritarle a Michel Sardou: "¡No tienes el menor talento!", descubrió que el cantante ocupaba el número uno de las listas de ventas francesas. Lo cierto es que Barclay no se equivocaba, pero los franceses sí, aunque ese sea un magro consuelo cuando los millones que sirven de combustible para el motor del deseo son para los rivales.

Durante 30 años Edouard Ruault les vendió a sus compatriotas "sueños de plástico" y supo adivinar a quién querían abrazarse. La muerte le ha alcanzado al mismo tiempo que un telefilme en dos partes, realizado por Joyce Buñuel y dedicado a la cantante Dalida, pone en su justo lugar la figura de un productor que, aunque eso parezca extraño, era tan conocido y popular como sus vedettes, algunas de ellas dadas a un extraño homenaje póstumo, como es el caso del incombustible rockero Eddy Mitchel: "Cuando no tenías un duro ibas a ver a Barclay para pedirle prestado y él te decía siempre que no tenía un duro y te acababa pidiendo a ti".-

Eddie Barclay.
Eddie Barclay.REUTERS

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