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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La flauta mágica

Alguna vez ha oído este crítico en foros especializados que la música contemporánea sigue luchando contra el temor del público. A quien se atreve a semejante afirmación se le suele responder que eso es un tópico inaceptable. Puede ser, pero el martes por la noche en la sala de cámara del auditorio éramos cuatro gatos -eso sí, cabales; o sea, peor- para escuchar a aquel que la afición más impuesta considera el mejor flautista del mundo. ¿Sería por la hora? A las 22.30 el cuerpo humano está para otras cosas bien distintas al esfuerzo asimilador de nuevas músicas, incluso de viejas, hasta del repertorio más agradecido. El programa era bien interesante, pues incluía música de Salvatore Sciarrino (Palermo, 1947), de quien se había dado ya este año en Música de Hoy una obra maestra, de ésas que le consagran como uno de los compositores más interesantes del presente, su maravilloso Cuaderno di strada.

Música de Hoy

Roberto Fabbriciani, flauta. Sonia Turchetta, mezzosoprano. Obras de Sciarrino. Auditorio Nacional. Madrid, 10 de mayo.

El intérprete era el gran Roberto Fabbriciani, que es a la flauta lo que Maxim Vengerov al violín, Mauricio Pollini al piano o Christian Lindberg al trombón: un monstruo. Su instrumento canta, habla, grita, aúlla, sorbe, gotea, sufre algún espasmo y hasta llega a levitar. Por eso la música que para él ha compuesto Sciarrino -dos de las tres obras del programa- tiene un inconveniente no menor: que sólo se puede tocar así y que, por tanto, y mientras no se demuestre lo contrario, sólo la puede tocar il signore Fabbriciani. No entra ahí quien quiere, sino quien puede.

Mecánica interpretativa

De las tres muestras que ofrecía la nocturnal sesión, las dos primeras -All'aure in una lontananza y Come vengono prodotti gli incantessimi?, que parecen títulos sacados de las canciones de Gino Paoli- son más una demostración de esa técnica prodigiosa que requieren que una música capaz de llevarnos a esos terrenos donde Sciarrino nos conmueve de verdad. La escritura se comparte tanto con la mecánica interpretativa, que es ésta la que al final se impone, aunque no falte ese sentido del humor que tiene que ver con toda acción imitativa del ser humano regida por la inteligencia.

En La perfezione di uno spirito sottile -otro buen título, vive Dios- la cosa cambia. Tras una amplia introducción de la flauta entra la cantante como si estuviéramos en el teatro, con algo de trágica -de negro, descalza y con andares lentísimos- para unir su melopea -primera acepción del Diccionario de la RAE- a lo que el instrumento tejió, desteje y volverá a tejer. Ni dialogan ni se cruzan ni se interfieren. La voz pide su parte pero la flauta -que aquí llega al límite no ya de sus posibilidades, sino de lo que puede exigírsele a un intérprete, sobre todo en las dinámicas- acaba ganando. En efecto, el espíritu es sutil aunque, a esas horas, la carne sea demasiado débil.

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