Inmigración
Para desesperación de propios y diversión de extraños, el ex presidente de la Generalitat de Cataluña Jordi Pujol se niega a sobrellevar calladamente su retiro. Ahora ha vuelto con uno de sus temas recurrentes: la inmigración y sus descontentos; disminución de la calidad de la enseñanza, conflictos civiles y religiosos, culturas irreconciliables. No le falta razón: la diferencia complica las cosas.
Con habilidad de hombre ducho en estas lides, el ex presidente ha expuesto sus ponderadas reflexiones en una universidad privada a la que asisten muy pocos moros, con lo que se ha ahorrado el mal trato que a veces dispensa la Universidad a quienes no halagan los oídos del alumnado. Sin embargo, desde un punto de vista teórico, y no sólo estratégico, esta elección de lugar no es correcta. Por definición, las decisiones políticas se basan en generalizaciones. No hay otro criterio para legislar. Por el contrario, la Universidad se mueve en el terreno de lo particular, lo preciso, lo contradictorio, lo exacto y lo complejo. Claro que, en última instancia, el distingo importa poco, porque una cosa es la generalización y otra la simplificación o, como en este caso, la simpleza. Pero qué le vamos a hacer. Liberado de sus penosas obligaciones, sin más autoridad que la que le confiere la imagen que se ha forjado a los ojos de la población, el ex presidente puede decir lo que le guste y, como buen nacionalista, dedicar su tiempo a la queja perenne: esto sería un paraíso si los de fuera no metieran palos en las ruedas de nuestro patinete.
Lo malo es que estas actuaciones indefectiblemente conducen temas acuciantes a un terreno infantil. Como la derecha contumaz quiere meter en vereda a la inmigración, la izquierda bienpensante se abandona a una orgía de amor universal en la que todo vale. Poco importa lo que piensan quienes soportan el peso del problema por razones profesionales o circunstanciales, a saber, los obreros y vecinos que para bien y para mal comparten su vida con los inmigrantes.
Y así, mientras un problema de incalculables consecuencias sociales y, sobre todo, humanas se va haciendo cada día más extenso, más denso y más agudo, el debate no rebasa el nivel de la pedorreta insustancial e idiosincrásica.
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