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Columna
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Juguetes y nombres

Hay en Ronda una juguetería que tiene un nombre sorprendente y hermoso: el Pensamiento. Nombre que suena a Ilustración dieciochesca, a afán racionalista. Tal vez a cosa de francmasones, quién sabe. El Pensamiento, en fin.

"Voy a comprar un juguete al Pensamiento", dice la gente, y ese propósito consumista adquiere de pronto una dimensión filosófica y también desde luego un poco surrealista... O quizá no tanto, ya que, a fin de cuentas, nuestro pensamiento necesita muchos juguetes para distraerse: el concepto desesperado de la divinidad, por ejemplo, y el concepto optimista de la inmortalidad del alma, el contradictorio del amor y el inexorable de la muerte, y así hasta casi el infinito, pues cualquier pensamiento es un bazar muy surtido de abstracciones.

Entras en el Pensamiento, la juguetería rondeña, y hay flores que cantan, soldados que desfilan, muñecas de parpadeo melancólico, balones y aeroplanos. La cueva de Alí Babá para los niños, el pensamiento anhelante y codicioso de la infancia.

Estaría bien, digo yo, que los negocios tuviesen nombres menos rutinarios y previsibles que los que suelen tener. Que no se llamasen Mercería Mari o Carpintería San José, pongamos por caso, porque eso es casi lo mismo que levitar errabundo por el limbo nominal de las marcas comerciales. Estaría bien que una tienda de ultramarinos se llamase, qué sé yo, La Nostalgia de las Indias, por ejemplo, o que una funeraria se llamase La Duda Razonable. Estaría bien, en fin, que los comerciantes forzaran un poco la imaginación.

Imagínense los rótulos: Seguros El Azar Malhumorado, Panadería La Ceniza de los Ángeles, Carpintería El Clavo Ardiendo, Ferretería La Conciencia Constructiva, Hostal de las Pesadillas Llevaderas, Herrería Nietos y Sobrinos de Vulcano, Parador Nacional de los Espectros Sangrantes, Mármoles El Emperador Megalómano, Librería Las Hadas Metafóricas, Imprenta Los Duendes Tipográficos, Garajes El Neumático Invisible, y así.

Esto lo han llevado mejor, de siempre, los británicos, que tienen la costumbre de bautizar sus tabernas y hospederías con nombres un poco misteriosos y otro poco absurdos: cosas por el estilo de El Cisne Estrangulado o El Cuervo del Príncipe Tuerto. ¿A quién no le apetece tomarse un par de pintas en un bar llamado La Cabeza del Rey, como aquel que visitaba el disoluto y diligente caballero Samuel Pepys? ¿Quién no pernoctaría en el Jabalí Azul como homenaje a Dickens?

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Los niños entran en la juguetería el Pensamiento con ojos asombrados, con el ánimo confuso por la variedad de la oferta. El sueño principal de cualquier niño consiste en vivir dentro de una tienda de juguetes: que sus padres lo olviden allí, que lo dejen disfrutar sin horario de esos ingenios prodigiosos que se mueven, que botan, que parlotean. Hasta que llegue el Tiempo y le pase una mano fría por la frente para darle a entender que el tiempo de la magia ya pasó, que ya toca otra cosa, que los juegos son otros. Que su juguete es ahora el pensamiento.

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