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Salvemos la religión (de sus guardianes)

Personalmente soy de los que piensan que Dios es una metáfora fascinante, pero deja de gustarme en cuanto alguien la usa para estampársela en la cara al prójimo. Seamos realistas: hay obispos que se sienten felicísimos coincidiendo con Torquemada o palmeros de misa dominical y Jiménez Losantos los días laborables que consideran a Ratzinger un gran Papa porque se ha pasado los últimos veinte años dándoles con el martillo en la cabeza a los curas del tercer mundo que se niegan a cambiarse de acera si ven pasar a un pobre. Estos tipos, cuando hablan de Dios hinchan el pecho y enarcan las cejas, y si no levitan es sólo porque la hidráulica es una disciplina aconfesional. El Altísimo deja de ser un buen invento cuando sólo sirve para que clérigos con permanente y mucho rímel despotriquen contra el preservativo, como si el Espíritu Santo fuera alérgico al látex o en cada humilde espermatozoide (como en cada uña cortada o en cada pelo adicto al suicidio) latiera una vida completa, con derechos constitucionales y tarjeta de El Corte Inglés.

Ahora quieren hacer santo a Juan Pablo II y yo no sé si es porque contribuyó a la caída del comunismo o porque renunció a la morfina en el tramo final de su agonía. La política puede conducir perfectamente a la santidad, pero los estupefacientes siempre me parecieron como más neutros, un invento humilde para reconciliar a la carne con su propio desastre. Todos santos, todos beatos, altares y flores para todo el mundo, viva la gente, pero si son tan buenas personas, ¿por qué se enfadan tanto con los que no piensan como ellos? Digo yo que esta irritación con que la Iglesia ha penetrado en el siglo XXI tiene que ver quizá con que los ciudadanos de a pie no son demasiado partidarios de aplicar una moral sexual basada en teorías que se relacionan muy tangencialmente con el Evangelio. Ya estamos otra vez como Lutero: si hay otras interpretaciones del Evangelio distintas a las de San Wojtyla y el Beato Ratzinger, ¿por qué las suyas tienen que ser mejores? Un Papa es infalible, claro, pero mientras sea un hombre no será mejor que yo, y disculpen la inmodestia, pero me tomo sólo como ejemplo. Y si no es un hombre...

Yo soy un tipo, lo confesaré, de los que se leen cada día cuatro o cinco periódicos distintos. Mi obsesión con el papel prensa llega a tal punto que debo ser uno de los pocos lectores de Alba (del tercer milenio), el semanario católico trentista, que no milite en la extrema derecha. Esas páginas rezuman tanto odio que, cuando terminas y pliegas el periódico, en lugar de dedos manchados de tinta tienes el alma negra de Dorian Gray. Pero me gusta escuchar esas opiniones. Según ellos, hay una conspiración universal para obligar a abortar a las mujeres, desperdiciar el semen sagrado en actos inútiles, divorciarse y asesinar a ancianos que han decidido salir de su vida con la dignidad de los ojos abiertos, todo ello no necesariamente en este orden. Esto sería incluso respetable si no fuera porque no es obligatorio interrumpir el embarazo, romper el matrimonio o usar condón en las relaciones sexuales. Atacando mi libertad y la de mis conciudadanos los vaticanistas yerran el tiro, porque lo único razonable en este campo sería defender su derecho a que nadie les obligue a realizar cualquiera de estos actos. Pero ellos, lejos de buscar no sentirse obligados, lo que quieren es que los demás no podamos llevarlos a cabo. Y ese es el error histórico, la antesala del cataclismo.

Al final, van a conseguir lo que nunca ha estado en el programa electoral del PSOE: eliminar la asignatura de religión al menos de la escuela pública. Si siguen tan pesados con el ejercicio de nuestra libertad, puede que la única solución sea desterrar todos sus mitos violentos de los escenarios que han de ser neutrales, porque -y ésa es otra- el día que me cruce en un instituto con una monja, un imán y un rabino en lugar de dar clases de literatura me dedicaré directamente a la farándula, puesto que la literatura ya la aportarán ellos.

Sin religión en las escuelas, sin tantos santos y beatos amenazantes sobre nuestras cabezas, entonces habremos perdido un fondo cultural de primer orden, y nuestros hijos crecerán sin esos referentes. Porque aunque Torquemada sea rechazable, no lo es Miguel Ángel, y la cultura religiosa es un formante de Europa demasiado importante para dejarla en manos de teólogos casposos y extremistas de visita anual al Valle de los Caídos.

Los pastores actuales de la Iglesia están llevando a Dios al borde de un abismo y el siguiente paso, después de prohibirlo todo, es saltar y comprobar si el jefe existe. Quizá ellos no se sientan felices hasta que no hayan realizado ese pequeño experimento, pero, ¿de qué le sirve a nadie cerciorarse personalmente de la inexistencia de Dios? Eso debe suceder cuando ya no tiene remedio, y de lo que se trataría es de usar las religiones en este mundo para contribuir a mejorarlo. Y disculpen ustedes si peco de ingenuo, pero es que yo mismo ya me siento un poco santo, y me rezo un padrenuestro cada sobremesa después del café, por si las moscas. Laus deo.

Joan Garí es escritor. www.joangari.com

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