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Reportaje:ELECCIONES EN EL REINO UNIDO

En busca del voto de los inmigrantes

Los laboristas intentan recuperar el apoyo de los musulmanes tras la guerra en Irak

Berna González Harbour

Para ser un buen candidato en Inglaterra hace falta tener mucha paciencia, un gran don de gentes y una enorme capacidad para tomar un té tras otro con una sonrisa perpetua. Así fue siempre y así sigue siendo en un sistema electoral mayoritario que obliga a los aspirantes a peinar toda su circunscripción, de calle en calle, de casa en casa, para ganar los votos personalizados de su comunidad. Pero si además eres un candidato laborista, hoy hacen falta otras dos cosas: un par de calcetines presentables para entrar respetuosamente en cada mezquita -los zapatos quedan fuera- y una buena batería de argumentos para enfrentarte a la crítica más temida, más presente y más feroz: la guerra de Irak.

"Se supone que iban a liberar un país y siguen allí matando a los iraquíes. No se lo vamos a perdonar", asegura una joven paquistaní tocada con el velo. "Pregúntele a Blair por la guerra de Irak", dice Mohamed Abbas, con una túnica hasta el suelo. El candidato Barry Sheerman, diputado laborista, intenta renovar su escaño en las elecciones del jueves, y para ello debe lograr el apoyo de la importante comunidad extranjera local.

Estamos en Huddersfield, un gran pueblo del norte de Inglaterra que se forjó en batallas contra romanos, sajones, normandos y escoceses, y que hace décadas ha abierto la puerta a miles de indios, paquistaníes, afganos, kurdos, polacos o checos. Al llegar, uno se imaginaría que el mayor problema de este pueblo de Yorkshire es el desmantelamiento de la industria textil en beneficio de la competencia china. Huddersfield siempre manufacturó productos de lana y ha coleccionado todo tipo de proezas socialistas durante la revolución industrial. Pero nada de eso aflora en la campaña al paso del candidato laborista Sheerman.

"Blair no quiso escuchar a la población; hizo la guerra en contra de la opinión de la gente y ahora la gente no le quiere escuchar a él. No nos importan sus planes. Si él no nos ha escuchado, nosotros tampoco a él", afirma un joven paquistaní, de profesión tendero.

A pesar de Blair

Los laboristas reconocen que ésta no es una campaña cualquiera. "Se ha hecho muy difícil esta elección por la guerra de Irak, y muchos nos dicen que ya no les gusta Tony Blair. Intentamos convencerles de que están votando a un partido, no a una persona, y de que es muy posible que Blair se retire en un año para dejar paso a Gordon Brown" (secretario del Tesoro y número dos), cuenta Dave Harvey, líder del Partido Laborista local. ¿Es decir, que están pidiendo el voto laborista a pesar de Blair? "Sí", responde.

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Miremos este pueblo como un microcosmos de lo que es Inglaterra. Huddersfield cuenta con un 10% de musulmanes -cinco millones de extranjeros en un país de 59- y, en general, no hay manera de que voten al Partido Conservador. El gran beneficiario de este descontento será el Partido Liberal-Demócrata, que ha centrado su discurso en los errores del Gobierno en Irak y puede cosechar el 25% del voto musulmán. Los laboristas lo temen y por ello han decidido patear cada mezquita y cada barrio musulmán.

"Gracias al profeta Mahoma que ha salido el sol", comenta el diputado Sheerman ante un grupo de mujeres con velo, para romper el hielo. Es el cumpleaños del padre del islam y por ello los más religiosos desfilan por Victoria Street vestidos de blanco y verde. Y aquí es donde entra en acción la batería de argumentos preparados sobre la guerra de Irak: "¿Ya no recordáis cuando los británicos fuimos a combatir contra [el presidente serbio] Milosevic porque estaba bombardeando a la población musulmana?". O: "Hemos logrado atrapar al hombre que más daño ha hecho a los musulmanes, que es Sadam Husein". Y un tercero: "Cené con varios amigos de Irak que me daban las gracias por librarles de ese monstruo que era Sadam".

Los jóvenes musulmanes le miran como quien mira a un cura que te está echando la bronca, asintiendo con la cabeza y con una risa reprimida en la mirada. Pero sus padres, los que sí llegaron de Pakistán, de Irak o de Afganistán, observan con gran respeto al diputado laborista, y mayoritariamente le van a votar. "Eso son asuntos del Gobierno. El Gobierno debe decidir sus cosas, y nosotros no nos tenemos que meter", asegura un anciano paquistaní. "Nosotros siempre hemos votado laborista, y seguiremos haciéndolo. ¿Qué otra opción íbamos a tener?".

Michael Howard, el líder del Partido Conservador, se lo ha puesto fácil a los laboristas: genera más desconfianza que Blair (sólo el 22% confía en él, frente al 32% que sigue creyendo en el primer ministro británico). Y además ha enarbolado la bandera del miedo a la inmigración como uno de los puntos fuertes de su campaña. A base de extender las críticas por el aumento de los demandantes de asilo y de los inmigrantes económicos y con una propuesta de cuotas cerradas para los nuevos extranjeros, Howard ha intentado sintonizar con esa parte del electorado que asocia el crimen y las enfermedades con los inmigrantes, rompiendo un tabú de la política británica que sólo se atrevía a quebrar la prensa más popular (sensacionalista). Ello le ha hecho ganar simpatías por la derecha, su electorado clásico, pero ningún adepto por el centro, que está totalmente copado por Blair. Por ello, las encuestas indican que Blair seguirá ganando.

Dos mujeres musulmanas caminan por un barrio del sur de Londres.
Dos mujeres musulmanas caminan por un barrio del sur de Londres.ULY MARTÍN

Preocupados por el turbante

"¿Qué quieres que diga aquí?", pregunta el diputado laborista a su agente. "Tenemos que hablar de inmigración, de que va a ser una elección dura y de que los tories hacen hincapié en su discurso antiinmigración", responde. Barry Sheerman llega con su agente al templo sij de Huddersfield, donde cientos de indios del Punjab celebran la boda de Sahota y Samra, dos hijos (ya británicos) de sendos inmigrantes llegados hace más de 30 años.

El día amaneció nublado, pero se va abriendo el sol. Los Rolls-Roice y otros cochazos aparcados hablan por sí solos. La verdad es que aquí no importa mucho la guerra, ni los impuestos locales ni otros asuntos de interés nacional. Es una comunidad rica, comerciante, asentada desde hace décadas e integrada hasta en los equipos de cricket. Pero están preocupados por el turbante, la prenda que cubre su melena de toda una vida. En otras palabras, por sus derechos. "Es la mayor amenaza a nuestra comunidad", cuenta el anciano Balbir Singh, 35 años en el Reino Unido. "Los soldados sijs combatieron contra los alemanes en la II Guerra Mundial sin quitarse los turbantes, haciendo un gran servicio a Su Majestad. Y hoy algunos nos lo quieren quitar".

Los sijs temen que aquí pase como en Francia, donde la ley ha prohibido el uso de signos religiosos como el velo o el turbante en los colegios. Sheerman les tranquiliza: "Miro a Francia y veo la intolerancia que está demostrando con el turbante y quiero aclararos que aquí no tenemos ese problema. Aquí os vemos como nuestro futuro, y vivimos en tolerancia. Los sijs estáis haciendo de este país un lugar más feliz, más rico y más sano". Dicho esto, Sheerman se calza de nuevo los zapatos, rumbo a una mezquita. El lema de hoy: la inmigración.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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