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Reportaje:

El Congreso estudia medidas de presión

El sector reclama nuevas cuotas, pero las cadenas de distribución denuncian el proteccionismo

Hubo un tiempo en el que Fort Payne, en Alabama, era conocida como la capital mundial del calcetín. Allá por 1907, uno de cada ocho pares que se calzaban en el planeta llegaban de esta ciudad de los Apalaches. Un siglo después, sigue siendo un modelo por la forma de trabajar e innovación tecnológica de su industria textil, con finas máquinas italianas capaces de hilar un calcetín en 75 segundos. El precio de la mano de obra es de 10 dólares la hora.

Al otro lado del Pacífico, en la ciudad china de Datang, los calcetines se hacen con máquinas de segunda mano, mucho más baratas y pagando a los empleados 60 centavos de dólar a la hora. Es precisamente este desfase entre los dos centros textiles lo que asusta a los legisladores en el Capitolio. Por eso exigen a la Casa Blanca que adopte medidas urgentes para proteger al sector textil estadounidense ante el tornado chino, a pesar de que EE UU sea el mercado más pequeño para las exportaciones del gigante asiático.

Las grandes firmas de moda han iniciado una batalla legal para echar por tierra los intentos de acabar con los precios bajos

El nerviosismo de los legisladores y del sector textil se explica con cifras. En términos globales, las ventas chinas en EE UU crecieron un 63% tras caer el régimen de cuotas de importación al textil. Pero si se analizan los intercambios por artículos, el incremento es espectacular en los pantalones (1.521%), las camisetas de algodón (1.258%) y en la ropa interior para hombre (300%). "No es posible competir", señalan desde la firma textil Guilford Mills, que acaba de anunciar el despido de 230 empleados en dos de sus plantas de producción de indumentaria deportiva.

"El mercado está cambiando de forma dramática y nos obliga a tomar decisiones para ajustar nuestra plantilla a la producción", explica David Taylor, director financiero de la compañía, mientras asegura: "Hacemos lo que podemos para sobrevivir". No es la única empresa con problemas y se calcula que desde que China entró en el libre mercado textil hace cuatro meses, 17 plantas en cinco Estados han cerrado sus puertas, con la consiguiente destrucción de 17.000 empleos.

El banco de inversiones Goldman Sachs calcula que los manufactureros chinos incrementarán su cuota de mercado en EE UU, del 20% actual al 40% dos años después de la expiración del régimen de cuotas, y hasta el 60% después. "El tiempo es crucial", reiteran desde el consejo nacional de organizaciones textiles en EE UU. Auggie Tandillo, directora ejecutiva de la American Manufacturing Trade Action Coalition, advierte de que esto es sólo "la punta del iceberg". "Si la historia es un referente, los chinos seguirán aumentando las importaciones hasta monopolizar el mercado", añade.

El lobby de la industria textil acusa a Pekín de estar favoreciendo a su sector con una moneda devaluada y con ayudas públicas, lo que les permite mantener artificialmente bajos los precios. El Congreso se ha hecho eco del temor del sector textil doméstico y pide a la Administración que preside George Bush que adopte medidas comerciales en el marco de la OMC para evitar males mayores. La Casa Blanca, de momento, está investigando las importaciones textiles para poder determinar hasta qué punto pueden crear una disrupción real del mercado y si ésta se debe a China.

La respuesta de EE UU podría ser, posteriormente, establecer nuevas cuotas, en determinados artículos, para limitar el incremento de las importaciones chinas a un 7,5% anual y pueden ser utilizadas hasta 2008, hasta que se complete el acceso de China a la OMC. Y no se descarta tampoco la posibilidad de que EE UU pueda emprender acciones antidumping si las cuotas no se muestran efectivas, pero ésta es un es arma costosa y que requiere que represente al 25% de la industria para que sea efectiva.

Este tipo de acciones defensivas se topan con la oposición de las grandes cadenas comerciales, como JC Penney, K-Mart o Liz Claiborne, que se benefician de los artículos a bajo precio producidos en China, hasta el punto de que han iniciado una batalla legal para echar por tierra las intenciones proteccionistas de la Casa Blanca. El instituto de estudios Cato, con sede en Washington, se opone también a la imposición de barreras comerciales contra el poderío comercial chino, porque como señala Dan Ikeson, uno de sus analistas en el sector del comercio, "al final se penaliza al consumidor. La industria textil estadounidense se ha convertido en una adicta a la asistencia del Gobierno", remacha.

Pero como señala el ex secretario de comercio Mickey Kantor, con o sin cuotas, "China dominará el mercado mundial del textil en pocos años". Pekín, entre tanto, acusa a Washington de poner trabas al libre comercio, en lo que se vaticina como una nueva fuente de disputa en la OMC entre dos gigantes. Pekín se defiende argumentando que este fuerte incremento se explica por las exportaciones tan bajas que realizaban con el régimen de cuotas anterior, y aseguran que se están conteniendo para evitar que sus socios adopten medidas de emergencia.

Ernest Bower, ex presidente del USA-ASEAN Business Council, hace la siguiente reflexión a partir de esta situación: "El textil se puede convertir en una cuestión peligrosa. Por eso, las dos partes deben dejar atrás la confrontación y solucionar el problema para evitar una batalla comercial que puede durar mucho. Esta situación no beneficia a nadie". La Casa Blanca, por su parte, asegura: "Esta Administración está comprometida en respetar sus acuerdos comerciales y proveer a la vez asistencia a la industria local, de forma consistente con los derechos y las obligaciones internacionales".

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