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ANÁLISIS | NACIONAL
Columna
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La Nueva Covadonga

LA DISOLUCIÓN DEL PARLAMENTO de Santiago y la convocatoria de los séptimos comicios gallegos para el 19 de junio (19-J) acortan en pocos meses la duración cuatrienal de la legislatura autonómica elegida el 21 de octubre de 2001; con independencia de sus motivaciones políticas, la decisión del presidente de la Xunta es técnicamente acertada: el nuevo Gobierno tendrá así la oportunidad de preparar durante el verano los presupuestos. Cumplidos ya los 82 años, Fraga afronta el compromiso de revalidar por cuarta vez su mandato con mayoría absoluta. Los resultados del 19-J afectarán no sólo a la presidencia de la comunidad autónoma y a las sordas luchas por el poder dentro del PP de Galicia, sino también a la situación española en su conjunto y al futuro político de Rajoy; la convocatoria gallega cerrará -en principio- el calendario electoral hasta las municipales y autonómicas de 2007.

Manuel Fraga se presenta a la presidencia de la Xunta con el propósito de revalidar por cuarta vez su mayoría absoluta y de buscar una solución a los conflictos sucesorios del PP gallego

La dimisión de Xose Manuel Beiras como presidente del Bloque Nacionalista Galego (BNG) -había renunciado anteriormente a ser su candidato electoral- ha hecho aflorar los conflictos internos que la coalición viene arrastrando desde las autonómicas de 2001 y las municipales de 2003. Esa crisis interna tendrá consecuencias negativas para los nacionalistas; dada la creciente personalización de las campañas electorales en los sistemas democráticos, la sustitución de Beiras como candidato a presidente de la Xunta y sus reticencias sobre el papel de Unión do Povo Galego (UPG) en la coalición perjudicarán los resultados del BNG. Y si el crecimiento del PSOE se hiciese a costa del BNG en un juego de suma cero, los socialistas no conseguirían arrebatar al PP la mayoría absoluta: para lograrlo necesitarían contar con los escaños nacionalistas. En cualquier caso, Fraga no parece dispuesto a facilitar el camino a sus contricantes; por lo pronto, ya se ha negado a participar en cualquier debate televisivo junto a los aspirantes del PSOE y del BNG con el argumento de que ambos deberían aprender primero "urbanidad": una asignatura sobre la que el ex ministro de Información con Franco y de Gobernación con Arias no podría sentar cátedra si se tomase como único punto de referencia sus descorteses relaciones con los periodistas.

Además de satisfacer su insaciable apetito de poder, el quinto mandato permitiría a Fraga buscar una salida a la crisis interna del PP gallego y resolver así el problema sucesorio de su herencia en vida. Las tentativas de conciliar a las facciones de la boina (el aparato caciquil dominante en los medios rurales, interesado exclusivamente por los asuntos regionales y representado por dirigentes como Cuiña, Baltar y Cacharro) y del birrete (funcionarios de los altos cuerpos del Estado con aspiraciones a controlar la Xunta y a jugar también sus cartas en la política estatal, al estilo de Núñez Feijoo) resultaron hasta ahora infructuosas. Y el 19-J también puede tener sonadas repercusiones sobre la organización estatal del PP en función de sus resultados.

Con su conocida afición a las hipérboles históricas desmesuradas y a la hinchazón retórica patriótica, el todavía presidente de la Xunta de Galicia ha subrayado el significado simbólico de los comicios gallegos para la vida política nacional: "Somos, de alguna manera, una Covadonga del PP". Aunque el compromiso de Fraga con la democracia representativa sea ya irreversible, la imagen es peligrosamente desafortunada por sus ominosos antecedentes; por ejemplo, la excelente investigación de Javier Ugarte (Biblioteca Nueva, 1998) sobre los orígenes sociales y culturales de la sublevación militar de 1936 en Navarra y Álava reconstruye la mentalidad de la Nueva Covadonga -"de donde ha de partir la Cruzada que arroje a los nuevos sarracenos", El Pensamiento Navarro, 9-12-1906- creadora del caldo de cultivo de los insurrectos. Pero si el ensueño de Fraga de iniciar una segunda Reconquista se desvaneciera y el PP perdiese finalmente el gobierno de Galicia, la presidencia de Rajoy se vería seriamente amenazada por las corrientes del Partido Popular que añoran la mano firme de Aznar y desean su regreso en carne mortal o a través de su profeta Ángel Acebes.

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