El portero sufridor
El delantero más peligroso para Luis García es la propia afición del Zaragoza
El pasado fin de semana, como siempre, salió el penúltimo del túnel de vestuarios para saludar a su afición desde el círculo central. Tocó, como le es habitual, el larguero de la portería que custodiaría justamente antes de que comenzara el partido. Pero no era un encuentro más para Luis García (Toledo, 1979), el guardameta del Zaragoza. Además de medirse a su ex equipo, el Numancia, esperaba con inquietud la reacción de la grada. Machacado públicamente por sus fallos, había despotricado contra cierto sector de la afición y la mayoría de los medios de comunicación locales. "A veces prefiero jugar fuera de La Romareda porque no tengo tanta presión. Desde que llegué, se me ha metido el dedo en la llaga, retorcido el cuello, pisado y enterrado. Así es complicado jugar", se lamenta.
"Desde que llegué se me ha metido el dedo en la llaga, retorcido el cuello, pisado y enterrado"
La tarde comenzó mal. Un disparo de Toché abrió el fuego. La pelota salió por la línea de fondo. Y el estadio se pronunció contra García: silbidos estruendosos e incesantes. Pero, cuando blocó el primer balón, varió diametralmente la respuesta: sonoros aplausos a modo de disculpa. "Intenté estar aislado, pero me hizo mucha ilusión oír las palmas", reconoce. Hoy, ante el Espanyol, espera cuajar otra buena actuación para seguir contando con la confianza de su técnico, Víctor Muñoz, y, a poder ser, con la de los zaragocistas.
Lo suyo ha sudado para llegar arriba. Aún recuerda su primera portería, la que se inventaron su hermano mayor, Nano, y él. La delimitaba la estatua y el banco del parque más cercano a su casa. Pero no sólo le chutaba Nano en el césped. También lo hacía en la habitación que compartían. "Usábamos pelotas más pequeñas y de goma para que nuestra madre no nos echara la bronca", alega en su defensa.
Entre parada y parada casera, se inscribió en el Abetof, un equipo toledano, y en otro de fútbol sala. Apuntaba tales maneras que, nada más cumplir los 12 años, el Atlético le hizo una oferta. Le hacía tanta ilusión que su padre, trabajador en una empresa electrónica, no pudo negarse a realizar cada día en su Opel Corsa los 140 kilómetros del trayecto hasta Madrid. Y pasó por todas las categorías rojiblancas. En 2000, contra el Athletic, Claudio Ranieri le convocó. "Toni Jiménez se lesionó un par de veces y me tocó ser el segundo portero. Pero tenía muy claro que no le quitaría el sitio a Molina, mi ídolo", confiesa.
El Atlético, una vez en la Segunda División, le cedió al Xerez, en el que sufrió la lesión más importante de su carrera: rotura de los ligamentos cruzados. "Ese día fue la primera vez que me puse medias blancas y... la última", maldice.
Acabada la temporada, el Atlético le liberó y el Numancia le fichó para dos cursos. Al terminarlos, el Zaragoza se fijó en él. La lesión de Laínez, el teórico primer portero y un ídolo consolidado para la afición maña, le abrió las puertas para jugar en Primera. "Si el entrenador me ha dado continuidad será porque confía en mí", resume García cuando le cuestionan la titularidad una vez recuperado Laínez.
Hoy se enfrentará a Tamudo, al que califica como el Ronaldo del Espanyol y que ya le marcó un gol en la primera vuelta. "Los silbidos me hacen daño, como a cualquiera. Ahora, de todas formas, sólo me planteo no recibir un gol en Montjuïc", desea García, que nunca ha perdido la sonrisa. Y añade: "Menos ahora, que mi esposa dará a luz dentro de cuatro semanas".
El niño que vendrá se llamará Álvaro. Pase lo que pase después, podrá decir que su padre, cuestionado o no por la grada, fue portero de Primera con el Zaragoza.
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