Derecha
La derecha se ha lanzado a una vorágine acusadora contra todos y contra todo, promovida desde algunos medios de comunicación y servida por los dirigentes nacionales y regionales del PP. Parece que viven permanentemente enfadados. En las páginas de un periódico se fija cada semana la agenda de la derecha andaluza. Allí se señalan los objetivos sin ningún escrúpulo, sean los sobrinos del ex presidente o los hermanos del presidente de una Diputación. Todos los días están enfrascados en esta guerra desaforada contra el Gobierno, contra el presidente de la Junta de Andalucía, contra las tierras vascas, contra quien atente a la sacrosanta unidad de España según su propia versión. El mensaje sigue su camino hacia abajo, y las bases están cada día más enfurecidas, excitadas por Jiménez Losantos y compañía. El problema del PP es que desde el barrio de Salamanca de Madrid y desde Los Remedios de Sevilla se ejecuta la política del partido. Y en estos barrios está lo más rancio de la derecha de toda Europa, aquélla que sigue pensando en Franco y que acepta la democracia a regañadientes. Ejemplo: durante años todos aplicamos a Santiago Cobo un tratamiento ajeno a su vínculo matrimonial con Teófila Martínez. Cobo es una persona inteligente y un gran empresario. Nadie usó esa relación. Ahora en cambio se le imputa al anterior responsable de Quality Food, que fue un destacado militante del PP, su relación con el PSOE a través de su mujer. Dos varas de medir. La táctica agresiva, la patada en la espinilla. Y last but not least esta derecha sevillana de Los Remedios es la dueña de la Feria. Los ricos son los que mandan aunque la organice un Ayuntamiento de izquierdas. La Feria se vive en las casetas privadas, reductos particulares en suelo público, donde sólo se tiene acceso por invitación. Los toros y todo lo que los rodea es otro mundo preconstitucional. Lo demás, es un pordioseo ante los dueños de las casetas para que tengan la caridad de ordenar al guardia de seguridad de la puerta quiénes tienen acceso a su coto privado. En las casetas corporativas (instituciones, partidos) se acomoda el pueblo como premio de consolación. Es necesario ser rico o tener influencias para poder acceder al recinto sagrado donde los prohombres sevillanos deciden qué pobres mortales se pueden divertir.
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