Un bravo sobrero
Faltaban minutos para las ocho y media de la tarde -casi dos horas de sufrido aburrimiento-, cuando salió al ruedo un sobrero de Parladé, en sustitución de uno de los mansos y descastados que envió Montalvo. Y cuando el público estaba a punto del desmayo, surgió la emoción del toro bravo y noble junto a un torero -Dávila Miura- que labró una faena de alta calidad.
Comenzó el sevillano citando desde el centro del anillo, y el animal, que reposaba pegado a tablas, acudió veloz en cuanto vio el trapo rojo. Corta fue la primera tanda con la derecha, pero intensa y ligada, y mejoró en la segunda, con el toro ya encelado en la muleta.
Fue ganando el torero en seguridad y confianza, mientras el toro acrecentaba su codicia y su acometividad en repetidas embestidas largas y emocionantísimas.
Montalvo / Dávila, El Fandi, Jiménez
Toros de Montalvo, bien presentados, mansos y descastados. El cuarto fue sustituido por un sobrero de Parladé, bravo y noble. Dávila Miura: tres pinchazos -aviso- y un descabello (silencio); casi entera baja y atravesada (oreja). El Fandi: estocada (vuelta); estocada y un descabello (ovación). César Jiménez: estocada (silencio); tres pinchazos, estocada y dos descabellos (silencio). Plaza de la Maestranza. 10 de abrill. Décima corrida de feria. Casi lleno.
Las dos tandas con la zurda estuvieron cimentadas en el toreo clásico, macizo, templado y auténtico. Aún se gustó Dávila por redondos finales sin que el animal diera muestras de cansancio. Se perfiló para matar, la plaza en completo silencio, pero llegó la decepción porque la estocada cayó baja y atravesada, que redujo el premio a una sola oreja, mientras el sobrero era despedido con honores de figura.
El mismo torero que había brillado a tan gran altura estuvo a punto de hacer el ridículo en su primero, un animal muy deslucido y dificultoso ante el que se mostró torpe, inseguro, sin recursos y a merced de su incompetencia como matador de toros. El animal era un marrajo, es verdad, pero Dávila no estuvo a la altura de las circunstancias. El resto de la corrida fue una tomadura de pelo en toda regla a causa de unos toros que fueron el máximo exponente de la decadencia de la fiesta. ¡Hay que ver lo que soporta esta Sevilla tan silenciosa...!
A pesar de todo, volvió a brillar, una vez más, El Fandi en banderillas, aunque con menos espectacularidad que en ocasiones precedentes. Estuvo variado con el capote, y tocó todos los palos: lances a la verónica, galleo con chicuelinas y gaoneras, un quite por navarras y, especialmente, otro por chicuelinas con las manos bajas, que remató con una media belmontina con las rodillas en tierra.
Se esforzó, ciertamente, en la muleta, y toda su labor en ambos toros fue de entrega y decisión para torear de acuerdo con las normas clásicas. Así, surgieron algunos momentos de aceptable ejecución, pero de nula emoción por la sosería de sus oponentes.
Eran ya las nueve y cuarto de la noche, ya cerrada, cuando César Jiménez acabó con el sexto. Tuvo muy mala suerte el torero madrileño; tanta, que pasó inédito en su primera comparecencia en esta feria. El peor lote, lo que ya es decir, le tocó a él. Dos mulos, con los que sólo pudo mostrar voluntad y ponerse bonito, que parece que le gusta mucho. Pero, nada más. La corrida, a excepción del sobrero, fue una nueva decepción de un hierro también apetecido por las figuras.
Babelia
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