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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

¿La Troya del islam?

Durante los últimos años nos hemos visto enfrentados cada vez más a menudo con la violencia en nombre de una creencia, en nombre del islam. No lo podemos evitar, aunque muchos musulmanes intenten desesperadamente negar que la mayor parte del terrorismo actual se comete en nombre de su religión. Pero, poco a poco, no les quedará más remedio que enfrentarse al hecho de que los atentados de Nueva York, Madrid, Estambul, Beslan, y ahora también en Amsterdam, formarán parte para siempre de la historia del islam. No se puede negar: la casa del islam también está habitada por corrientes violentas que asesinan en nombre del libro sagrado. Esa violencia religiosa motivada indica una crisis mucho más profunda. La depresión económica del mundo musulmán es grande, y muestra su impotencia para defenderse con los retos de la modernidad. Hay razones de más para dar por sentado el desgarro de una sociedad creyente de más de 1.000 millones de musulmanes y tomar en serio sus consecuencias. El gran drama no se desarrolla en nuestros aledaños, sino en otros lugares, como Pakistán, Egipto, Arabia Saudí o Marruecos. Se mire como se mire, la historia del islam, la recesión en los países clave del islam es incuestionable. El resultado arroja una imagen dividida: existe un abismo insoportable entre lo que se considera una civilización superior y un retraso contrastado si se comparan con el mundo occidental, pero cada vez más también, con respecto a muchos países asiáticos. La apreciación autocrítica se evita, pero sigue proliferando bajo la superficie. Eso es lo que yo considero el mal del islam: la duda sobre la cultura y religión propias a la que no se da respuesta, por lo que busca una salida en el rencor y la agresión. O en una resignación que no acepta responsabilidades.

Los disidentes, que cuentan la verdad sobre la intolerancia dentro del islam, son considerados cada vez más personas que minan la convivencia
Mientras los musulmanes no sientan que el Estado de derecho liberal también depende de ellos, la distancia dentro de la sociedad seguirá siendo enorme
En países en los que la libertad religiosa está incluida en la Constitución no puede haber diferencias de opinión de principio sobre la presencia del islam

Esa crisis nos afecta de forma directa, entre otras cosas, por la llegada de tantos emigrantes del mundo musulmán. Se calcula que dentro de 15 años, en la Unión Europea vivirán entre 20 y 30 millones de musulmanes; esos emigrantes traerán consigo ese malestar, lo que nos obligará a plantearnos cómo debe reaccionar una sociedad abierta ante otra sociedad cerrada instalada en su seno. Ése es un enorme problema del que se aprovechan los políticos populistas europeos, diciendo que la emigración es el caballo de Troya del islam, que el islam es el caballo de Troya del islam politizado y que el islam politizado es el caballo de Troya del terrorismo. Por tanto, detrás de cada emigrante se puede esconder un terrorista en potencia. La respuesta ante ese discurso populista ha sido débil, a menudo porque el mundo político e intelectual no ha querido escuchar a los críticos liberales del islam. Esos disidentes -ya se trate de la francesa Chahdortt Djavann o de la canadiense Irshad Manji o de la holandesa Ayaan Hirsi Ali- que cuentan sin piedad la verdad sobre la intolerancia dentro del islam, son considerados cada vez más a menudo personas que están produciendo un allanamiento de morada, que minan la convivencia pacífica. Cómo me recuerda esa actitud al pasado, cuando los disidentes del comunismo eran acusados por esos mismos socialdemócratas de no participar en el juego de la distensión.

Una experiencia única

El islam actual de Europa representa una experiencia histórica única. Nunca antes habían emigrado tantos musulmanes al mundo occidental, donde se deberán encontrar consigo mismos y con su religión en su calidad de minorías en una sociedad laica. Se trata de una adaptación muy difícil para una religión que en los países de donde proviene ha sido siempre mayoritaria. Por eso, muchos musulmanes piensan que aquí se humilla a su religión: simplemente no se pueden imaginar que su libro sagrado se encuentre en el centro de un debate democrático de opiniones. No se trata de una renuncia al islam como tradición espiritual, sino de una respuesta franca a la cuestión de cómo vivir como minoría religiosa en una sociedad democrática. Cuando hablo en las mezquitas, siempre digo que no se pueden reclamar derechos a una sociedad sin tener al mismo tiempo un sentido del deber. Así, el derecho a la libertad religiosa lleva aparejado el deber de defender ese mismo derecho para otros: cristianos, judíos e incluso los no creyentes. Resumiendo, gente con la que se puede diferir totalmente de opinión, y también gente que ha renunciado al islam. No se pueden reclamar derechos de libertad como grupo y denegar esos mismos derechos a personas con diferentes opiniones pertenecientes al mismo grupo. Demasiados musulmanes tienen un gran problema con los apóstatas.

Si se evita esa responsabilidad de defender la libertad, o incluso si se rechaza conscientemente y se insiste en mantener las distancias con respecto a una sociedad considerada decadente, se creará un problema enorme y duradero. Si las mezquitas se convierten en lugares donde se manifiesta el odio contra los judíos, la libertad correrá peligro. Y, por desgracia, eso ya ocurre en numerosos lugares de Europa: Amberes, Lyón y Amsterdam. El alcalde de Amsterdam, Job Cohen, que en su ciudad ha llevado a cabo una clarísima política de reconciliación con la población musulmana, ya no puede salir a la calle sin protección porque es judío.

La lucha contra el terrorismo islámico pone a la comunidad musulmana ante grandes problemas. Y lo que es aún más grave: ¿se debe guardar lealtad hacia la comunidad religiosa propia o hacia las autoridades, de las que la población extrae sus libertades? Mientras los musulmanes no sientan que el Estado de derecho liberal también depende de ellos, la distancia dentro de la sociedad seguirá siendo enorme. En esta afirmación se encierra también una invitación a que se impliquen y se mezclen en la sociedad, para adquirir poder de influencia. En ese sentido, el asesinato de Theo van Gogh significó un golpe para la integración de los musulmanes en Europa y es una advertencia para los musulmanes liberales de que la vida que llevan aquí conduce a la corrupción de sus creencias. Pero eso debería llevar a que esos musulmanes indecisos tomaran una decisión: tienen gran interés en esta sociedad, que hace posible practicar su religión en libertad, como ellos me aseguran a menudo. En muchos otros países de Europa se deberá vencer la ambivalencia hacia el islam como nueva religión. En países en los que la libertad religiosa está incluida en la Constitución, no puede haber diferencias de opinión de principio sobre la presencia del islam. La libertad religiosa obliga tanto a los creyentes como a los no creyentes. Pero la pregunta inevitable es qué tipo de islam se va a desarrollar aquí. ¿Un islam que se integra como minoría en una sociedad plural o un islam que se va a revolver contra los principios de la democracia liberal?

A muchos musulmanes les cuesta mucho aceptar que la mayor parte del terrorismo de hoy en día se comete en nombre de su religión. ¿Qué dirían esos musulmanes si la mayoría de los europeos pensaran que el colonialismo no tuvo ninguna relación con el fervor de llevar la conversión, inspirado en la religión cristiana? ¿Qué pensarían si elimináramos a Hitler y el Holocausto de nuestra historia y dijéramos "eso no tiene nada que ver con nuestra cultura", y pensáramos que el antisemitismo se encuentra fuera de la creencia cristiana, que no en balde está impregnada del amor al prójimo? Esa dolorosa convicción habría que exponérsela a todos esos musulmanes que niegan desesperadamente que el terrorismo actual forma parte de la historia del islam. O, si no, remitámonos al escritor francés Paul Valéry, quien, después de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, escribió la famosa frase: "Nosotros, pueblos cultos, sabemos ahora que somos mortales". En esa concepción se basa la fuerza de la cultura europea: la principal diferencia con una considerable parte del mundo musulmán es la de la autocrítica en el debate público continuo que llevamos a cabo, en la conciencia de que las sociedades abiertas son vulnerables.

Una lenta democratización

Especialmente ahora, que parece que se está llevando a cabo una lenta democratización en el mundo árabe -los recientes acontecimientos en Líbano, Egipto y Marruecos son una razón para la esperanza-, es el momento de que las sociedades musulmanas de Europa reflexionen. Al final, los musulmanes tendrán que examinar su propia comunidad con actitud crítica, ya que está debilitada y dividida hasta la médula. Simplemente, no pueden seguir callados y mirar hacia otro lado cuando se hace patente el radicalismo, que puede llegar a producir violencia. Eso no les convierte en culpables -no existe la culpa colectiva-, pero comporta una determinada responsabilidad para luchar contra la intolerancia dentro de la propia comunidad.

Mujeres musulmanas en un mercado de Amsterdam.
Mujeres musulmanas en un mercado de Amsterdam.AP

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