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Columna
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Respeto

Ha sido muy vivo estos días el debate político andaluz, y ha tenido la altura y hondura de las trifulcas familiares sobre dinero y contabilidad. La única conversación que parecen capaces de entablar PP y PSOE (y PA e IU, allí donde pueden) trata necesariamente de facturas fraudulentas, operaciones inmobiliarias fraudulentas y compraventas fraudulentas, fraudes idóneos para la Fiscalía Anticorrupción y estupendo tema de charla. En estos asuntos nuestros partidos encuentran un lenguaje común y un mundo común, dos requisitos indispensables para un diálogo satisfactorio.

El verdadero carisma de una conversación brilla en la espontaneidad de las preguntas y respuestas fulminantes. Estos días han volado facturas de Sevilla contra facturas de Málaga, urbanizaciones en Sanlúcar la Mayor y disquisiciones filológicas sobre si hay duplicidad de factura o sólo del papel donde está escrita la factura, 28 facturas, o 35, entre 18.000 documentos de pago en el Ayuntamiento de Málaga, y miles y miles en el de Sevilla y sólo dos facturas malditas, más veinte más, y 232.243 euros por un proyecto arquitectónico-portuario en Málaga, y 20 libramientos de pago por un total de 8.500 euros sin justificar en Écija, más ocho millones de euros en Cádiz por equipos informáticos inútiles que sólo valían dos millones y fueron vendidos por una empresa de Miami. Esta enumeración caótica es el gran debate político andaluz.

Salen del ensimismamiento PP y PSOE, y entablan conversación. Pero el tacto, la paciencia, la simpatía, la tolerancia y la confianza, que, según los expertos, exige el acto de conversar, han sido sustituidos por la impertinencia, la antipatía, la vehemencia y el recelo absolutos. El dinero ilegal es el punto que nuestros representantes debaten con mayor fervor. Los cargos públicos manejan fondos públicos, firman contratos, recalifican terrenos, tienen ocasión de enriquecerse y enriquecer a sus amigos, están especialmente expuestos al error y al delito, es verdad, pero el control debería darse por añadidura, jornada a jornada. Porque también existe la vida política en general, normal, casi invisible, la administración de la comunidad, los transportes, las escuelas, los hospitales, los jardines y los cementerios, todas esas cosas humilde e infinitamente cotidianas.

Entender que el único espectáculo electoralmente rentable es la cacería de políticos podridos supone una falta de respeto a los ciudadanos: supone ver a los votantes como fanáticos eternos de la televisión cardiaco-intestinal. ¡Todos los días la emoción de oír a populares y socialistas tachándose unos a otros de tramposos traficantes de influencias! La lucha por el poder se reduce así a un jaleo de dineros robados, mal contados, desviados, perdidos, trampas entre vecinos y miembros del mismo club o la misma peña. Una conversación política razonable, sobre la sanidad, digamos, o sobre el suelo público, si queda suelo, no le interesaría a nadie, seguro. Creer otra cosa sería pensar que la audiencia televisiva preferiría un seminario sobre Julio Verne al choque en vivo entre dos novias más o menos simultáneas de un mismo torero.

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