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Crítica:SEMANA DE MÚSICA RELIGIOSA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La correspondencia de las artes

La sala de los Millares del museo de la Fundación Antonio Pérez de Cuenca se ha convertido en uno de los escenarios fetiche de la Semana de Música Religiosa. Gustav Leonhardt, Pieter Wispel-wey y Jordi Savall pueden hablar de lo que se siente tocando allí, pues lo hicieron en años anteriores con resultados conmovedores. Esta vez las arpilleras del gran pintor canario servían de marco a la música de Johann Sebastian Bach. Se reunían así el dramatismo del artista y la limpidez del músico y más de doscientos años de distancia se hacían un instante, nada, en un ejercicio de sinestesia que era, a la vez, la muestra palpable de la correspondencia de las artes, de ese diálogo permanente del que, cuando somos oyentes, nos olvidamos de que habrá de sobrevivirnos.

Pierre Hantaï

Obras de Byrd y Johann Sebastian Bach. Fundación Antonio Pérez. Cuenca, 23 de marzo.

Artífice del encuentro -junto a lo que dejó de sí el propio Millares en este espacio perfecto- fue el clavecinista francés Pierre Hantaï, que no quiso entrar a pelo en las Variaciones Goldberg anunciadas como única obra y prefirió calentar dedos con un par de piezas en forma de variaciones de William Byrd y con unos fragmentos de la Suite inglesa en la menor del propio Bach. Como preparación no pudo estar mejor, pues se trató de versiones impecables, y eso a pesar de las miradas nada furtivas de Hantaï a su alrededor, como a la caza de algo impropio, y que parecieron desconcentrar más al público que a él mismo. Luego vendría un largo paréntesis para afinar el clave por su propia mano. Todo ello -calentamiento y afinación- lo podía haber hecho antes del concierto pero hasta los virtuosos del teclado barroco acaban por ponerse estupendos y olvidarse del público.

Pero la espera valió la pena y todo lo dimos por bueno al comprobar hasta qué punto el clave de Hantaï es, a la vez, ligero y poderoso. Tiene la galanura del repertorio francés, la gracia del italiano y la solidez del alemán. Como técnicamente es impecable y no abruma jamás, su discurso fluyó con una limpieza no ya admirable sino, en buena medida, casi única. No son muchos los que tocan así y, además, dejan la tarjeta de visita de una personalidad propia. Con Hantaï, el ejercicio formal propuesto por Bach en las Goldberg, el devenir de las variaciones, los paréntesis de los cánones, la delectación del Adagio, cobran una unidad tan expresiva como arquitectónica, de manera que el torso de mármol purísimo que acaba siendo la obra cobra un brillo muy especial. Eso se llama, claro está, estilo: hecho de sonido y de inteligencia y de una competencia técnica a toda prueba.

Al finalizar el concierto, la viuda de Manuel Millares, Elvireta Escobio, entregó a Pierre Hantaï una serigrafía de su marido que, a partir de ahora, será recuerdo para quienes toquen en la sala de su nombre. Fue una sucesión de momentos ideales, de eso que la música da cuando se la llama con respeto pero también con libertad. Por eso, porque se deja llamar y porque acude, dura.

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