"Soy como Cyrano y Don Quijote"
Gérard Depardieu recibe el reconocimiento a sus 120 filmes en el Festival de Las Palmas
Sting comenta en sus memorias que eligió Roxanne como título para una de las más populares canciones de The Police, tras ver un cartel de Gérard Depardieu encarnado de Cyrano de Bergerac, colgado en una sucia pared de la putrefacta pensión que entonces se podía costear en los bajos fondos parisienses. Aunque la trama de la vieja prostituta no tiene nada que ver con la obra en verso de Edmond Rostand, sí es un detalle del impacto que produjo la versión cinematográfica de Jean-Paul Rappeneau. Depardieu (Chateauroux, 1948) reconoció ayer en Las Palmas que, efectivamente, Cyrano es el personaje con cuyos valores más se identifica: "En la literatura es un héroe excepcional, siempre estaba en segundo plano, evitaba ser protagonista, tenía una vida libre. Forma parte de aquellos conceptos como la rebelión en la adolescencia".
"El cine francés ha perdido su identidad: está en manos de la televisión y los políticos"
Cyrano y Don Quijote, apunta el actor, son muy similares, "y eso me gusta, porque soy como ellos". Y a buena fe que ha exprimido su vida, como lo acreditan sus tres matrimonios, un largo expediente médico (accidentes de moto, cuatro bypass y un trasplante de hígado), más de 120 películas, una red de viñedos en todo el mundo y varios restaurantes.
Gérard Depardieu se presentó ayer en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas como "un ciudadano del mundo". Deslumbró a la sala repleta de medios de comunicación con su característica voz profunda, degustó un cigarro a lo Bogart y acompañó sus frases con esas manos que mueve con expresividad y que son tan grandes que sólo podrían elevarlas las grúas que desmontan la torre Windsor. Nada más sentarse, sentenció: "No me gusta trabajar ni trabajo para vivir; me doy ese placer, junto con el del vino y la restauración, porque me permiten estar en contacto con todas las culturas del mundo, como cuando admiras un cuadro, ves el mar o una buena película".
Habló mucho de cine. La megaestrella gala lanzó decenas de nombres de actores y directores europeos con enorme rapidez. "Truffaut, Rappeneau, Ridley Scott", y los italianos, "mi segunda patria", como Bertolucci o Fellini, aparecieron en varias ocasiones en su discurso.
Depardieu reconoce la labor de Almodóvar, Trueba y Buñuel, admira al "excepcional" Javier Bardem y se distancia de los europeos que deciden trasladarse a los Estados Unidos, como Swcharzenegger o Banderas (que identificó como "el marido de Melanie Griffith").
"Lo único que me gustaría hacer ahora son historias de amor y comedias; no me importaría que fuera en Estados Unidos, pero mi relación con su industria se deterioró cuando se inventaron que a los nueve años había violado a una niña coincidiendo con la nominación del Oscar", por Cyrano en 1991. "Además", añade con humor, "yo estoy al margen de esa lucha de egos entre las estrellas que hay en América por ver quién tiene el helicóptero más grande".
El recordado Balzac, Colón y Conde de Montecristo, que carga sobre sus anchas espaldas 120 filmes, como Obelix hacía con sus menhires, identifica el problema del cine europeo en los distribuidores antes que en los productores y condena a la televisión: "Siempre presenta el mismo formato, anula el misterio y el interés; la gente cuenta su vida y participa en experiencias estúpidas".
A continuación se muestra escéptico sobre el futuro de la industria en su país: "Francia ha perdido su identidad en el cine, ahora los medios para esta industria están en manos de la televisión y de los políticos; la televisión pide productos estandarizados, donde se pierde la capacidad de crear y la identidad".
Cuando le preguntan sobre la Constitución europea reconoce que "la única Europa que conozco y defiendo es por la que viajo, la de los alimentos, la cultura, los libros y el cine; no me gustan los políticos ni sus luchas por el poder, y tampoco quiero que se ocupen de mí".
El gigantesco actor demostró su independencia y rebeldía incluso en el momento de plasmar sus manotas en el paseo de las estrellas del Auditorio Alfredo Kraus. Sólo apoyó una rodilla, se inclinó como la torre de Pisa y ocupó todo un rectángulo lleno de alginato cromático (una mezcla de escayola y silicona, de la que luego se hace una base en escayola, un molde en cera y, finalmente, una plancha en bronce). "Junto con las de Omar Sharif, son las manos más grandes de la galería", opinó Francisco Javier Torres Darias, que preparó la mezcla.
"Fui extraordinariamente libre en mi juventud", confesaría luego Depardieu en entrevista con este periódico, "y tuve la suerte de no tener nada prohibido. Aunque la vida me ha impuesto posteriormente una serie de limitaciones, no he sido yo el que ha cambiado; soy el mismo desde los ocho años, incluso antes de ser actor. Ahora domino bien la técnica para decir las cosas, entiendo bien los textos y ya no tengo esa emotividad de joven que me impedía formular determinadas cosas".
El valor de las actrices maduras
Depardieu clausuró el Festival de Cine de Las Palmas, donde ha recibido el Premio Lady Harimaguada de honor en reconocimiento a su carrera, con títulos como Noveccento; Cyrano; 1492, la conquista del paraíso; Todas las mañanas del mundo, y, más recientemente Los tiempos están cambiando, con Catherine Deneuve. "Adoro a Catherine y a Victoria Abril, con la que trabajé cuando era joven; me parece excepcional". Y enseguida matizó: "Y sigue siendo joven, sigue siendo joven, ¿eh?". La estrella francesa reconoció que "las mujeres lo tienen muy difícil en esta profesión, mucho más a medida que envejecen". Según añadió, "el público de cine es un gran misógino, y ellas tienen un gran valor por ponerse ante las cámaras". Depardieu llamó la atención ante la escasez de parejas en la industria, más allá de Bogart-Bacall, Astaire-Rogers y Tracy-Hepburn. "Una de las más célebres fue la de Stan Lauren y Oliver Hardy [El Gordo y El Flaco]", dijo entre risas.
Babelia
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