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UN AÑO DESPUÉS DE LA MATANZA / 5

Minas sin vigilancia

Las dos explotaciones asturianas de caolín de las que presuntamente se sustrajeron la dinamita y los detonadores utilizados en la matanza del 11-M (las minas Conchita y Collada y Anexas) no disponían de servicio de vigilancia. Tampoco de perros que quedasen al cuidado de las instalaciones al final de la jornada. Una barrera y sendos carteles que prohíben el paso y que advierten del peligro por voladuras son las únicas limitaciones de acceso para cualquier persona ajena a la explotación.

En las dos minas se trabajaba entre las ocho de la mañana y las tres de la tarde. Fuera de ese horario, acceder al interior no suponía riesgos de ser descubierto. Ambas se localizan en una zona abrupta, muy montañosa, despoblada y sin viviendas cercanas. Sólo en mina Conchita, por ser visible desde la carretera que comunica Cangas del Narcea con Oviedo, quienes cargaron los explosivos debían extremar la cautela por si pudiesen suscitar la sospecha de un eventual transeúnte.

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La caravana de los explosivos

En mina Conchita, situada en el municipio de Belmonte de Miranda, a 23 kilómetros de Oviedo, trabajó como ayudante minero José Emilio Suárez Trashorras entre septiembre de 1999 y octubre de 2002. Trashorras está acusado de ser el proveedor de la dinamita a los terroristas, junto a su cuñado Antonio Toro Castro. Esta explotación fue clausurada en octubre pasado, tras nueve años de actividad, por decisión de la empresa propietaria, Caolines de Merillés, SL, y todo su personal fue incorporado a Mina Collada. La empresa explicó a los trabajadores que el cierre obedecía a la pérdida de rentabilidad de la mina por agotamiento del yacimiento.

Los diversos minipolvorines con que cuentan estas minas para almacenar la dinamita de uso cotidiano se desperdigan por los alrededores de la boca de la galería y, aunque algunos están semiocultos por la vegetación, y a distinta altura en la ladera de la montaña, no es difícil localizarlos, ni tan siquiera en una primera visita y sin la ayuda de personal avezado. Pintado a mano, con colores muy llamativos y reflectantes, se advierte su contenido en la puerta metálica del cofre: "Goma-2".

En medios de la investigación se sospecha que la sustracción no se produjo directamente de estos minipolvorines, cerrados con llave, sino de posibles almacenamientos clandestinos que se pudieron haber ido haciendo en cualquier oquedad natural de la montaña con los cartuchos excedentes de las sucesivas voladuras, que tampoco se devolvían a los minipolvorines como exige la normativa de seguridad minera. Según esta hipótesis, los nuevos pedidos se guardaban provisionalmente en los polvorines, pero el consumo diario pudo nutrirse con el material previamente sustraído, de forma que los cartuchos que se extraían cada día reglamentariamente del polvorín no entraban en la galería si no que eran desviados a reponer el almacén clandestino.

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