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SAQUE DE ESQUINA | FÚTBOL | 27ª Jornada de Liga
Columna
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Ciao, Ranieri

Se fue Ranieri y el Valencia levantó el vuelo.

Después de su largo secuestro, Pablo Aimar salió de la jaula, sacudió las plumas, compuso el perfil, abrió las alas, tomó altura, respiró el aire perfumado de Sevilla, descendió sobre el estadio Sánchez Pizjuán, pidió la pelota y se puso a jugar como un ángel.

Semanas antes, él, Claudio, había prescindido del muchacho en un partido lamentable que impuso al Valencia uno de los precios más altos que recordamos: a saber, una multa, una Liga de Campeones y todo el bochorno que cabe en el embudo de Mestalla. Luego reunió a los periodistas y dijo la simpleza del año: le había dado la boleta por compasión; a su juicio, la criatura no le caía muy bien al árbitro Anders Frisk. Confirmado por los directivos, más tarde se lo pensó mejor y precisó que el llamado Pablito no jugaba en el equipo titular porque era demasiado ligero para su gusto.

Entonces supimos que este hombre es uno de esos traficantes de carne que compran futbolistas al peso. Aunque no lo reconozcan en voz alta, están convencidos de que el jugador es una acémila de uniforme; el representante de una exclusiva raza de percherón cuyo valor no reside en la agilidad, sino en la fuerza de arrastre.

Esos principios suyos que identifican un equipo con una ganadería nos han permitido calificarle para siempre: su desprecio por el fútbol ha terminado convirtiéndole en un arriero. Si la manada se despeña, él, como un nuevo capitán Araña, reúne a sus pupilos y les enjareta la tradicional retahíla de dicterios ante las cámaras de televisión. No les grita mula! simplemente porque aún no domina la jerga rural.

Nadie conoce aún las causas profundas de su fichaje. Si buscaban un entrenador de formación contrastada, ya tenían a Rafel Benítez con su triple credencial de campeón de Liga, campeón de Copa y campeón de la UEFA. Pero, por razones de buchaca que el corazón no entiende, le negaron el único goleador que pedía, y acto seguido, encantados de la vida, alistaron a los tres o cuatro gañanes que exigió su opulento sucesor.

Con alguna honrosa excepción, ahora pueden amortizarlos en distintos trabajos de la huerta, preferiblemente en la recogida de naranja clementina.

Sin embargo, el espíritu de equipo sobrevive. Por un apurado designio de la providencia sólo posible en tiempos de crisis, la plantilla conserva, menos mal, figuras compatibles con el buen juego: con ese fluido brillante y geométrico en el que se reconcilian los sentidos y el marcador.

Que la cancha se ventile.

Ciao, Ranieri. Vuela de nuevo, Aimar.

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