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Reportaje:

Siria intenta capear el temporal

El Gobierno libanés, fiel a Damasco, pone condiciones a la investigación exterior del atentado contra Hariri

Aunque no hay imputaciones directas y las investigaciones apenas han comenzado, ya se conoce quién asumirá las consecuencias del asesinato, el 14 de febrero, de Rafik Hariri, el primer ministro de Líbano hasta su renuncia en octubre. La secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, y buena parte de la clase política de Líbano, casi todos opositores, no tienen dudas: el régimen sirio se esconde detrás del magnicidio que ha convulsionado el pequeño país mediterráneo. "Siria tiene al menos la responsabilidad indirecta por su continua interferencia en los asuntos de Líbano", declaró el miércoles la jefa de la diplomacia de Estados Unidos. "Tienen que entender", advirtió, "que vamos en serio". Damasco sólo niega su implicación y aguarda a que amaine el temporal.

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La enorme presión estadounidense y de Francia, y también de la oposición libanesa, forzó ayer al Gobierno prosirio de Omar Karami, sucesor de Hariri, a anunciar que cooperará con un equipo investigador de la ONU para hallar a los responsables del atentado con explosivos en el que murieron 15 personas. Pero rechazó que un grupo de investigadores de diversos países lleven a cabo las investigaciones y se reafirmó en que sólo las autoridades del país se encargarán de las pesquisas. Una medida que difícilmente satisfará a los 40 diputados, de los 128 que componen el Parlamento, que el viernes demandaron la dimisión del Gobierno y un alzamiento popular pacífico.

Sólo dos días después del asesinato, Washington decidió la retirada de su embajadora en Damasco. Una medida que es sólo un eslabón más en una cadena que comenzó a forjarse tiempo atrás. Hace más de 10 meses, el Gobierno de George W. Bush impuso sanciones comerciales y económicas a Siria. Acusaba al régimen de Bachar el Asad, aunque no se han presentado pruebas, de no ayudar lo suficiente para reprimir a la insurgencia de Irak, que pudiera utilizar territorio sirio para preparar sus ataques. Y en septiembre, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó -con el padrinazgo de Francia y Estados Unidos- la resolución 1.599, que incluye, entre otras exigencias, la retirada de los 14.000 soldados sirios de Líbano. Para muchos analistas, esta resolución es el punto de partida de la inestabilidad del país. "Todos sabemos que desde el final del verano hemos entrado en un túnel", comenta Mahmud Choucair, ex presidente del Colegio de Médicos y persona próxima a Hariri.

"La geopolítica y el conflicto con Israel siempre están en el centro. La resolución 1.599 es muy perjudicial porque ha desestabilizado Líbano. El asesinato es resultado de esta resolución, que permite que todos los factores que influyen en Oriente Próximo entren de nuevo en juego. No es la primera vez que esto ocurre en Líbano", opina Georges Corm, ex ministro de Hacienda durante el periodo 1998-2000, el único paréntesis desde 1992 en el que Hariri no estuvo al frente del Gobierno.

Casi nadie duda de que los intentos de Hariri por unificar a la oposición se habían convertido en un enorme peligro para el Ejecutivo de Damasco, superior al de la presión estadounidense y francesa. "Si la oposición vence claramente, no sólo supondría un riesgo para la presencia siria en Líbano, sino también para el propio régimen de Bachar el Asad", declaró el embajador británico en Damasco.

No en vano, presencia militar y de los servicios de inteligencia a un lado, son numerosos los prebostes del régimen de Damasco que tienen importantes intereses económicos en Líbano, país en el que residen cientos de miles de sirios. "Hariri era una amenaza para el régimen de Asad", añade Corm, "porque dijo que estaba abierto a negociar con Israel. Incluso durante los acuerdos de Oslo de 1993 [entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina] habló de establecer relaciones económicas y comerciales con Israel".

Siria, que no reconoce la soberanía de su país vecino, juega un papel fundamental desde que en 1976, nada más desatarse la sangrienta guerra civil que devastó Líbano durante 15 años, desplegó sus tropas en el país bajo el paraguas de los países árabes, especialmente Egipto y Arabia Saudí, fieles aliados de EE UU. Y nunca hubo una oposición por parte de Washington a esa presencia militar, que alcanzó los 35.000 soldados en los meses álgidos del conflicto. Menos aún, cuando el presidente Hafez el Asad, padre del actual mandatario, decidió participar en la coalición internacional que expulsó al Ejército de Irak del territorio kuwaití en la Guerra del Golfo, en 1991. Desde entonces, tuvo manos libres. Hoy el panorama ha girado radicalmente. Y la respuesta de Siria y del Gobierno tutelado de Beirut a las advertencias estadounidenses se hace esperar.

Aparte de negar cualquier implicación en el magnicidio, el presidente Bachar el Asad decidió el sábado relevar al jefe del espionaje militar y reemplazarle por su cuñado Asef Shawkat. Al margen de una retirada parcial de 3.000 soldados en septiembre, Damasco insiste una y otra vez en que el repliegue completo sólo se ejecutará cuando se resuelva el conflicto israelo-palestino, ya que no desea perder baza alguna ante una eventual negociación con Israel.

Y ante el cariz que adquirían los acontecimientos tras la muerte de Hariri, Siria anunció la formación de un "frente común" con Irán, su gran aliado y también bajo constante presión de Washington. Son precisamente estos dos países los que respaldan sin fisuras a Hezbolá, el partido-milicia chií que hostiga a Israel desde el sur de Líbano, y cuyo desarme exige también la resolución 1.599. Una pretensión, por cierto, que no compartían el gobernante asesinado ni el hoy principal estandarte de la oposición libanesa: el líder druso Walid Jumblat. "Jumblat y Hariri, que representaba un enorme desafío para el statu quo, no respaldaban lo referido al desarme de Hezbolá porque se pierden bazas ante la negociación con Israel", afirma Mahmud Choucair.

Damasco confía en que con el tiempo pueda desviar la atención, un deseo que se antoja complicado de cumplir. "Siria es un régimen dictatorial y cree que cualquier concesión equivale a una derrota", asegura Chibli Mallat, profesor de Derecho en la Universidad Saint Joseph, en Beirut. Durante dos décadas Damasco ha afrontado coyunturas críticas en Líbano, pero esta vez todo parece diferente. Muy extendida es la opinión de que Bachar el Asad no calibra la seriedad de la amenaza que afronta su país.

Lugar del atentado donde fue asesinado el ex primer ministro de Líbano Rafik Hariri.
Lugar del atentado donde fue asesinado el ex primer ministro de Líbano Rafik Hariri.REUTERS

Cumbre aplazada

El Gobierno egipcio ha pospuesto una reunión ministerial del G-8 -los países más desarrollados del mundo- y de los países árabes de Oriente Próximo que estaba prevista para el 3 de marzo en El Cairo con el fin de tratar sobre las reformas democráticas en esta región. Así lo anunció ayer el ministro de Exteriores, Ahmed Abul Gheit, tras mantener un encuentro en Washington con la secretaria de Estado, Condoleezza Rice.

Abul Gheit aseguró que los países árabes han reclamado que esa cita se aplace hasta después de la reunión que los presidentes de los Estados de la Liga Árabe celebrarán en Argel en las dos primeras semanas de marzo. Según el periódico saudí Sharq al Ausat, EE UU iba a aprovechar la reunión suspendida para presionar a favor de la retirada de los 14.000 militares sirios de Líbano. Ahora será el Gobierno de Damasco el que primero tendrá la oportunidad de utilizar su capacidad de disuasión para recabar la solidaridad de los países árabes.

El aplazamiento de la reunión de la capital egipcia se produce en una tesitura de relativa tensión entre El Cairo y Washington, tradicionales aliados, después de que Rice exigiera a Abul Gheit que el Gobierno de Hosni Mubarak diera ejemplo en el camino de la democratización.

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