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Reportaje:

Un gramo de renovación escénica

Una exposición y un libro celebran el 10º aniversario del Teatro de La Abadía con José Luis Gómez en la dirección

Amelia Castilla

La trayectoria profesional de José Luis Gómez (Huelva, 1940) parece marcada por la interpretación de personajes comprometidos. Se ha puesto en la piel de Azaña, Pascual Duarte -premio de interpretación en Cannes en 1976- o Arturo Ui, y ha ganado todos los premios posibles. Actor, director teatral y productor, hace 10 años se embarcó en una nueva iniciativa: el 14 de febrero de 1995 se estrenó, dirigida por él, Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, de Valle-Inclán, en el recién creado teatro de La Abadía, situado en una antigua iglesia de la madrileña calle de Fernández de los Ríos. Con ello, Gómez cumplía el viejo sueño de unir la creación teatral con la formación de actores y la exhibición de obras. "Fue y sigue siendo una cosa insólita", cuenta el director. "Un teatro público en el que participan la Comunidad de Madrid, que aporta el 60%, y La Abadía, el resto, pero gestionado de manera privada. Es curioso también que en esta década se hayan alternado los cambios políticos y la fluidez ha funcionado".

"El teatro sigue siendo el sitio donde pervive la palabra hecha acción, y por eso sigue vivo"
"La seña que distingue a los actores es el cuidado extremo del lenguaje"

Cada temporada, la programación huye de los espectáculos comerciales y se centra en propuestas vanguardistas interpretadas por artistas independientes y combinadas con obras clásicas. Baraja del rey don Pedro, de Agustín García Calvo; El mercader de Venecia, de Shakespeare; Mesías, de Berkoff, o El rey se muere, de Ionesco, son algunas de las obras representadas en estos años.

Nada es como es, sino como se recuerda. Con ese título y usando las palabras de Valle-Inclán, La Abadía inicia a partir del próximo jueves su particular celebración de este aniversario con la publicación de un libro, en el que se resume, en una edición de lujo de 220 páginas, su encuentro con el público. Hasta el 6 de marzo, la sala Juan de la Cruz, del propio teatro, exhibirá también una muestra de algunos de sus montajes más importantes, en la que el espectador podrá imbuirse en la escenografía de Mesías o encontrarse con trajes y objetos de utillería de los Entremeses, de Cervantes.

Llegado a este punto de la historia del teatro y con la programación "casi resuelta" para esta temporada, su director e ideólogo considera que es el momento de tomar un poco de distancia y volver al escenario. De momento, Gómez ha recuperado el personaje de Azaña, con el que se ha presentado en Madrid recientemente y ahora lo lleva de gira por varias ciudades.

A los 11 años, cuando un amigo de su padre le enseñó la Canción del pirata y la recitó sobre una mesa, sintió "una descarga" que todavía le invade cada vez que actúa. "Creo que es algo que forma parte del interior de mi persona y que luego, con el tiempo y el trabajo, he alcanzado el arte necesario para disimular esa técnica".

En todo este tiempo, La Abadía no ha funcionado como una escuela tradicional, pero es uno de esos sitios donde la formación de actores es permanente. "Sólo en esta última temporada hemos realizado cinco talleres para actores seleccionados por nosotros, por lo que funcionamos como si fuéramos una compañía estable que aúna la programación con la formación". En los últimos 10 años, ha pasado por el teatro una hornada de actores con los que La Abadía se siente especialmente vinculada. De la primera generación, Gómez destaca nombres como Alberto Giménez, Pedro Casablanc o Esther Belber. De la segunda, Lola Dueñas -Goya a la mejor actriz por Mar adentro-, Irene Visedo, Israel Elejalde o Miguel Cubero. La seña que los distingue a todos pasa por "un cuidado extraordinario del lenguaje, animado desde el cuerpo o, lo que es lo mismo, una conciencia psicofísica que abarca un cuidado del habla escénica y de vivencia muy especial".

Con ello, Gómez se da por satisfecho. "Ése fue mi propósito desde el principio, aportar ese gramo de renovación que faltaba en la escena, en parte motivado por las grandes rupturas que hemos vivido en España -desde 1812 con Jovellanos, que propugnó reformas que no llegaron a tener lugar, o la II República- y que otros no han tenido. Pero las tradiciones se forman con la continuidad y, en ese sentido, Alemania y Francia conservan tradiciones teatrales que aquí no hemos tenido, aunque el espacio cultural que es Europa tenga ya muchos puntos comunes y las tradiciones se pueden volver a regenerar cuando hay un cuerpo y una ética potente", añade.

Su idea es que los teatros públicos tienen una tarea fundamental: la intervención mediante el discurso que les es propio en el contexto social. Para llevarlo a cabo, Gómez no duda en recurrir a la dramaturgia europea, "un archivo de lo que hemos vivido en los distintos países y en el que se hallan contempladas todas las luchas sociales por la libertad o los conflictos religiosos".

En todo este tiempo, la programación de La Abadía ha mezclado la modernidad con el clasicismo. Gómez es de los que creen que la dramaturgia no ha perdido el pulso con la realidad más inmediata. "Desde Sófocles a Lorca, pasando por Buero Vallejo o Juan Mayorga, hay autores que mantienen vivo el teatro. En el presente, hay voces que con elocuencia y compromiso se inclinan sobre los problemas de hoy; el teatro, que en otro momento actuaba en exclusiva, comparte ahora papel con medios tecnificados de distribución masiva, pero sigue siendo el sitio donde pervive la palabra hecha acción, y en eso no hay quien la sustituya, y por eso sigue vivo".

<b>Escena de</b><i>  Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte</i>, de Valle-Inclán (izquierda)
Escena de Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, de Valle-Inclán (izquierda)
<b>José Luis Gómez,</b><i> en Azaña, una pasión española</i>.
José Luis Gómez, en Azaña, una pasión española.
<i>Mesías,<i> dirigida por José Luis Gómez, se representó en La Abadía en 2001.
Mesías, dirigida por José Luis Gómez, se representó en La Abadía en 2001.

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